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Bolsonaro y el derecho divino a gobernar

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Jair Messias Bolsonaro mantiene el apoyo de los evangélicos más extremistas como su legión de reserva. Algunos millonarios e influyentes. Una suerte de ejército dorado de Yaveh como soporte para gobernar. Bolsonaro parece vivir una fantasía. Esa fe, la fanática certeza de lo que no se ve, parece ser el fundamento de la debacle que padece Brasil. El presidente y su porfiado raciocinio han conducido al país más grande de Sudamérica a un colapso sanitario sin parangón, pues, como ha dicho, “el mejor antídoto para el virus es la fe”.  Pero, ¿cómo un personaje que representa a un sector fanatizado alcanzó la presidencia de Brasil?

Los evangélicos no tienen una estructura vertical de organización como los católicos. Entonces cualquier individuo, para salir de la pobreza, se autoproclama pastor y arma su iglesia. Una iglesia puede ser comparable a una empresa. La iglesia entrará a competir en el mercado evangélico. Según el nivel de persuasión del pastor, esta firma puede sucumbir o crecer. Por ejemplo, el pastor exitoso que creó una megaiglesia con sucursales al estilo comida rápida, interpretará sus lujos como una bendición de Dios. Lujos que pueden ser un vehículo de alta gama o una casa en algún barrio de élite.

Dios, claro, bendice al dador alegre según la Biblia. En Brasil, la fórmula del “embauco divino” ha sido aprovechada por miles de pastores. Las iglesias de reclutamiento llevan nombres propios de una clase de marketing como: “Jesús, ven y quédate aquí”. En cada barrio comercial de los sectores populares, hay un bar o “boteco” y, al lado, una iglesia evangélica. Faltaba unir esa diversidad de Cristos en competencia para escalar hasta el mismo poder político. Bolsonaro lo logró. Y desde la cima política, Bolsonaro ha propiciado una serie de subsidios para la creación de más iglesias evangélicas. Subsidios como no pagar gastos comunes. A fin de cuentas, es una fe que se transformará en votos para perpetuar su “divina obra”.

La Biblia es una bomba en manos de un líder autocrático. Bolsonaro elucubra con “su derecho divino a gobernar”. Cita textos de la Biblia, para darse razón. En un país culturalmente tan diverso como Brasil, al parecer sólo está valiendo un único punto de vista: el de la fe evangélica. Entonces, para seguir la fantasía política de Bolsonaro, es necesario: aceptar a Dios; transformarse en evangélico; seguir todas las reglas del culto y decirle no al aborto, no a la homosexualidad; entregar responsablemente el diezmo para engrandecer la obra; trabajar duro y respetar al empleador. Cumplido lo anterior, podemos declararnos bolsonaristas. Y me olvidaba: nunca cuestionar al pastor en sus decisiones, ni menos al Presidente. Pues ello sería cuestionar al mismísimo Dios.

Bolsonaro alcanzó la presidencia en medio de un vacío de poder. Un poder que estaba siendo cuestionado por la corrupción. En medio de ese caos político, sólo Dios podía interferir, y así lo creyó una gran cantidad de brasileños.

La pandemia del Covid-19 ha desnudado la deficiente conducción de Bolsonaro, cuyo costo ya bordea los 350 mil muertos, cifra comparable a que, de un día para otro, fallecieran todos los habitantes de una ciudad como Antofagasta. Y, por otro lado, continúa la deforestación del Amazonas, con el precio medioambiental para todo el continente. El Brasil de “un hombre de fe” como Bolsonaro se ha transformado en un vecino insufrible. Sólo Dios sabe su destino.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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