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Convención Constitucional y Síndrome de Hubris

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Impacto, molestia, impotencia y frustración son alguna de las emociones que pasan frente a los ojos de la ciudadanía al ver la –mayoritariamente– falsa variopinta lista de candidatos/as a la Convención Constitucional. Se podría plantear que al fin tenemos candidatos con posibilidades de hacer grandes cambios que provienen del mundo de la música, la televisión, la academia, las artes, o de sindicatos y organizaciones independientes. Lamentablemente, la regla general parece ser que gran cantidad de las voces que han asomado al día de hoy son parte de –o responden a– una o más élites. No son, como se presupuestaba, “ciudadanos de a pie”; simples mortales, sino, por el contrario, personas con poder. Poder de toda clase: el poder de ocupar 5 horas a la semana en el estudio de un canal de televisión abierta, el poder de haber tenido influencias en alguna empresa del Estado, el poder de cargar con uno o más doctorados al hombro, el poder de ser ampliamente leído por un país y uno de los menos deseados si interpretamos correctamente todo lo que ha ocurrido desde octubre del año pasado hasta ahora, personas con poder político que llevan más de 20 o 30 años en partidos políticos que han manejado al país entero.

Más allá de qué tan conveniente sea en términos democráticos que este tipo de personas ocupen los escaños a la Convención Constitucional, lo cierto es que siguen siendo élites. Y quienes no lo son, hoy luchan a duras penas con una inscripción no menor que requiere firmas para presentarlos como independientes. El resto, ocupará escaños en partidos políticos y por lo mismo, cuesta desligarlos de todo un aparataje que les empuja. Pero, ¿qué pasa por la cabeza de estas personas, históricamente pertenecientes a las más diversas élites del país para llegar y creer tener la capacidad –cualquiera sea esta– de diseñar la nueva Constitución de Chile? Aparentemente, las ansias de poder.

Mucho se ha escrito sobre el poder. Ya en 1987, en Human Motivation, el psicólogo David McClelland lo identificaba como una de las 3 necesidades básicas del ser humano. Por su parte, Bertrand Russell observaba que este es nada más y nada menos que la meta última del ser humano y, junto con la gloria, uno de los principales deseos infinitos del hombre.

En 2008, David Owen, diseñando el perfil psicológico de ciertos políticos, acuñó el término Síndrome de Hubris (SH) para referirse a los mandatarios que creen estar llamados a realizar grandes obras; muestran tendencia a la grandiosidad y la omnipotencia y son incapaces de escuchar, mostrándose impermeables a las críticas.

En 2009, Owen y Davidson proponen que el Síndrome de Hubris sea contemplado como un nuevo trastorno psiquiátrico. Recogen 14 síntomas que lo caracterizan, donde 5 son específicos del SH. Para llegar al diagnóstico de SH, se necesita la presencia de al menos tres de los 14 criterios y al menos uno de los únicos. Como criterio de exclusión, no debe coexistir ninguna otra enfermedad orgánica o psiquiátrica que justifique la existencia de dichos síntomas. Algunos de los síntomas del Síndrome de Hubris son la propensión narcisista a ver el mundo como un escenario donde ejercitar el poder y buscar la gloria, la tendencia a realizar acciones para autoglorificarse y ensalzar y mejorar su propia imagen, una preocupación desmedida por la imagen y la presentación, modo mesiánico de hablar sobre asuntos corrientes y tendencia a la exaltación y otros.

Pareciera que gran parte de las personas que se encuentran en vías de ser convencionales miran a estos escaños como una posibilidad de extensión de poder de nicho o poder personal y no teniendo en mente el bien público. Algunos, ni siquiera saben que pertenecen a élites.

Por supuesto que se requiere a un profesional capacitado para diagnosticar este síndrome, pero sin duda alguna que la eventual identificación de su candidato/a con estos síntomas ya es un indicador de que algo no anda bien con sus intenciones políticas. El llamado es a cuidar algo tan valioso como lo es el proceso constituyente y a recordar que la Convención Constitucional deberá, tarde o temprano, llegar a acuerdos que necesitan de un criterio democrático y no uno que persiga ventajas personales o de pequeños grupos. Urgen los acuerdos transversales, pero para llegar a ellos hay que cruzar todo un camino cultural y político que no puede hacerse a espaldas de la otredad si realmente se pretende construir una Carta Magna que represente al país y al Chile que queremos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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