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Libro “Escrito en braille” de Alejandra del Río: “Comencé a leer cuando dejé de ver”

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Han pasado más de 20 años desde que Alejandra del Río publicará su segundo poemario y en diciembre del año pasado, Escrito en braille fue reeditado por la Editorial UV. Es sorpresivo que el libro, además de ser un objeto sensible al tacto, traiga consigo una hoja en negro y escrita con letras en blanco con el título: “Explicación de esta ceguera”, presentada junto a su poemario, un día de mayo de 1999 en el Goethe Institut, en el centro de Santiago. Las palabras que Alejandra pronunció en aquella ocasión son una buena vía de acercamiento a la lectura de un libro que no se deja leer solo con los ojos. 

“Este es el hijo fratricida de El yo cactus” (su primer libro), señaló la autora. Este poemario constituido por “retazos huérfanos”, que ha sido desterrado de la luz, se ha quedado en la más absoluta orfandad. La necesidad, en tanto elemento primigenio y originario, está a la base de los poemas que componen este libro. La necesidad en tanto impulso emocional nos recuerda a lo que expresa Alicia Genovese en su libro Sobre la emoción en el poema (Cuadro de Tiza, 2019): “La emoción vincula con algo oscuro y propio que parece haber estado ahí desde siempre”. Y más allá de que el hablante vaya a oscuras, nos hace ser conscientes de una contradicción que se resuelve en uno de sus sentidos: «Comencé a leer cuando dejé de ver», (65).

Es así como el hambre y la sed, bullen como un magma que aflora a través de las palabras, palabras que no solo transmiten imágenes, sino que se inscriben para abrirse a decir desde lo táctil y palpable. Dicha apertura nos vincula con una caída, una caída sin fondo y hacia adentro que remite a lo trágico y mítico de lo que somos: “Si el caído es un hambriento que no tolera renunciar a la caída”. No hay tolerancia posible a la necesidad cuando ese hambriento se encuentra a sí mismo caído sobre el abismo de la oscuridad de haber llegado al Padre (con todo el componente psicoanalítico que merece este significante):

«Del Padre solo se aprende con su caída

no lo anuncian heraldos ni lentejuelas

al Padre se llega de golpe y porrazo

puesta la sed en la boca de los hombres», (19).

Escrito en braille, nace a la muerte y al nacimiento de una palabra que se asienta en tiempos inmemoriales, que se sostiene en la memoria humana, que parece no tener fondo y nos conecta con un elemento emocional, apetente y  prelingüístico, con la oscuridad de lo que somos, con “la negación de lo aceptado, de lo reprimido (…) La emoción niega: en un plano discursivo, en el uso normativo de los recursos lingüísticos, pero también en la puesta en cuestión de verdades aceptadas y de mandatos”, (Genovese, 2019, 19).

Escrito en braille, decíamos, nace a la muerte. La muerte es el “verbo hecho carne desde los gritos”, el “verbo azote” que el escriba, maldito en su nicho “dice la vida bailando sobre las ruinas” ¿Cómo atrapar la sed y el hambre, si ambas no caben en el verbo, en la propia carne? Pregunta que queda suspendida ante la superposición de sentidos en torno a la palabra. La palabra como verbo, como acción y carne, como cuerpo sensible y manifiesto, la palabra como lo que se dice más allá de la polaridad sombra y luz. Idea esta última movediza que se traslada para situarse no del lado de la luz como sinónimo de conocimiento y razón, ni del lado del régimen escópico y ocularcéntrico que ha predominado en la tradición cultural de occidente; idea que se relaciona con lo que se establece en el libro Adicta Imagen (La cebra, 2020) de Alejandra Castillo. De acuerdo con lo anterior, este libro responde a otro archivo, un archivo no oficial ni hegemónico, y que arremete en contra de los sentidos comunes, de ver la luz como dadora de conocimiento, de “lectura” y de comprensión:

«Comencé a leer cuando dejé de ver

Pero la caída trae como consecuencia

anverso y reverso de un único horizonte», (65).

Escrito en braille, tiene muchas claves de lectura, es un libro que merece ser leído más de una vez y tampoco se agota en un solo significado ¿Qué quiere decir ver? ¿Qué es la caída? ¿Qué quiere decir ese único horizonte? Aquí solo nos hemos acercado a algunos de sus posibles sentidos. Sin duda que celebramos esta reedición y que invitamos a la lectura de lo que no se lee solo con la mirada, y que quizás es la forma en que mejor podemos leer y traducir lo que la poesía tiene que decirnos ahí en esa zona prelingüística, en el misterio y en lo que se escapa a la “luz” de la razón, en ese llanto originario, muerte que grita el hecho de haber nacido, zona de impulsos primarios e inconscientes y que conecta con lo que Kristeva designó korá semiótica.

«Seremos siempre todo para la sed

de ella brotarán verdaderos pies

alas verdaderas», (51).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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