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Homenaje a la incansable creadora del vino chileno: María Luz Marín

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No es novedad comentar que, en el aún dominado mundo patriarcal del vino, las mujeres desde hace varias décadas, sino siglos han impulsado con tesón el testimonio de fortaleza y mérito propio y que hoy en día las eleva a un merecido sitial de éxito en los espacios de figuración pública, producto de liderazgos con mirada amplia y resiliente, sello tristemente escaso en el mundo de los negocios monopolizado mayoritariamente por el género masculino.

La presente columna habla sobre, quizás “la mujer icono de la industria del vino chileno”, personalidad que refleja el ejemplo excelso de insuperable energía y, que nos ilustra a la comunidad toda acerca de lo que implica sobreponerse a las dificultades propias de un mundo que a la fecha cuenta con más de 10.000 años a nivel global de patriarcado y donde las mujeres se abren cada vez más espacio, entre otras cosas, entregando siempre oxigeno vital en la sociedad líquida de Zygmund Bauman.

Un mundo donde la cultura refugiada en las instituciones y su infraestructura, desde la noción de Estado en todas sus formas, hasta los elementos sociales como los grupos intermedios y, desde luego, la familia como núcleo básico de la sociedad, tropieza con una grieta cada vez más ancha que ya no se sostiene, sino que en la inestabilidad gobernante de toda forma cultural conocida.

Dicho lo anterior, la importancia del rol activo de la mujer y – ¡qué mujer la que se nos viene! – han contribuido, en mi opinión, a promover al desplome del statu quo que nos mantuvo privados del liderazgo intuitivo o, al menos, comprensivo, como de quien aquí se escribe en esta columna. Sin más preámbulos, la precursora que desfila por estas líneas el día de hoy es…

María Luz Marín, vida pública de una self made woman en Chile

En primera instancia, debo declarar que este es el caso de una mujer, madre guerrera y enóloga que demostró, al igual que otras, lograr ser parte del pináculo de la industria vitivinícola, cetro muy complejo de acceder, no porque no se tengan las ganas, capacidades y/o habilidades necesarias para hacerlo, sino muy por el contrario, porque generalmente no existe la voluntad de parte de nosotros los hombres (y la elite) para que precisamente sean las ellas, las mujeres quienes ostenten los codiciados cargos dirigenciales en organizaciones publicas o privadas.

Esta dialéctica ontológica remonta su origen en la tesis del miedo refrendado por medio de la coacción para la preservación del poder, recientemente ha modificado su ley escrita en piedra, permitiendo cierto grado de holgura e imparcialidad, resultante en una cada vez mayor justicia de género, legítimamente ilustrado por mujeres como es el caso de María Luz “Lulú” Marín.

La “Lulú” o “Marilú”, como le dicen sus amigos y conocidos, comienza su historia en el seno de una familia de Santiago que, liderada por su padre Osvaldo Marín quien fuera de oficio colchonero, bombero y boxeador, decide adquirir por vía de una subasta a ciegas, un campo en la localidad de Lo Abarca, poblado que se ubica en la comuna de Cartagena, V región de Valparaíso.

Este lugar que frecuentaba junto con su familia siempre demostró gran potencial agrícola, por cuanto crecían generosas hortalizas dignas de admiración. Efectivamente, existe una relación virtuosa entre la extensa y fría corriente de Humboldt que ejerce una suerte de presión sobre el territorio, permeando hacia la rica geografía, entregando lo mejor para la gran flora y fauna existente en esta parte del mundo.

Tiempo después “Lulú” comienza su carrera como Ingeniera Agrónoma de la Universidad de Chile trabajando en Viña San Pedro, lo que le permite a muy temprana edad recorrer el mundo, sobre todo el viejo continente, aspecto que le sirve para forjar no solo los primeros conocimientos sobre el negocio internacional del vino, sino que una importante red de contacto a quienes demuestra su gran capacidad de trabajo.

“Se hace un nombre”, comenta su hijo Felipe Marín, para más tarde, siempre con el sueño del libre emprendimiento, pero sin un sólido respaldo económico para sustentar un proyecto vitivinícola, continúa su carrera profesional en el rubro del vino granel.

En este trabajo se desarrolla comprando y vendiendo grandes volúmenes de vino en mercados receptores de gran tamaño, labor que le permite recoger más recursos, siempre pensando en el objetivo final cual fuera la de montar desde cero su propia viña, con todos los insumos necesarios para no depender de nadie en el proceso y, así es cuando por fin en el año 2000 compra los terrenos donde actualmente se emplaza la viña con su viñedo.

Pero no todo fue “color de rosas” ya que antes de la adquisición, nadie creía en el proyecto de una viña en un lugar tan extremo como Lo Abarca. Para que se hagan una idea, la viña está influenciada por el efecto del mar de tal forma que el frío de la vaguada costera, una nube de fría temperatura se levanta sobre el territorio, entregando la siempre destructiva “helada” que mata las yemas primaverales de la parra, mermando total o parcialmente la producción de ciclo anual de un viñedo.

Además, ¿qué diablos podría crecer en ese ambiente gélido y sin luz? En efecto, siempre hubo desconfianza en el “ojo y olfato” de esta viñatera de parte de los posibles financistas. Pero, luego de ser respaldada por consultores como Greg LaFollette de la universidad de Davis, California, así como por la gestora, asesora y empresaria viñatera Ann Kraemer, tuvo la seguridad de que la única opción disponible era endeudarse con la banca privada para conseguir las espaldas financieras necesarias y así llevar a cabo el “sueño de la viña propia”: Viña Casa Marín.

Muchas complejidades, por no decir penurias, la familia Marín vivió al comienzo del proyecto, sobre todo en términos de costos que no lograban ser enteramente cubiertos. El miedo de caer insolventes estuvo siempre presente en la primera mitad de vida del negocio, recordando que los flujos de retorno sobre las inversiones en esta industria son generalmente de largo plazo. Se cometieron errores de diversa índole, sin embargo, a pesar de todo esto, así como del sufrimiento que sobrevenía hasta las lágrimas, la “Lulú” siempre mantuvo la esperanza de que el negocio despegaría. Y así lo hizo.

Según comenta el mismo Felipe, también enólogo y viticultor de la viña, la idea que tuvo su madre fue diferenciarse con vinos blancos finos, de muy baja producción pero de gran calidad que lograran abordar el segmento premium (hacia arriba), una estrategia empresarial descabellada que dista de manera distante a la que la generalidad de los exportadores nacionales que venden el valor promedio de la caja (12 unidades) en alrededor de los $30 USD, en comparación con los $120 USD de Viña Casa Marín, cuatro veces más que la necesidad de mercado, aspecto que los sitúa en la cúspide tarifaria a nivel país.

Esta pequeña viña boutique, sin ser oficialmente orgánica, prácticamente todos sus procesos lo son, pero lo que los tiene sumamente orgullosos es que fueron declarados como sustentables, aspecto que, según relata Felipe, “es una característica integral, que va desde las buenas prácticas de responsabilidad social en cuanto a las personas que participan en la viña y el viñedo, el tratamiento de los residuos y huella de carbono, el vino final, entre otros, hasta el sello que verán por el mundo tus clientes que, sobre todo en Europa del norte, países como Dinamarca que gustan de nuestros vinos lo aprecian mucho”.

Y es que la viña, más bien la “Lulú” cuenta con varios palmares en la testera. Primero, fue la primera enóloga en desempeñarse en una viña chilena. Segundo, llegó a ser en su momento la segunda ejecutiva más grande en volumen de venta de vinos a granel del planeta. Tercero, fue la primera líder de precios en romper la barrera de los $10 GBP valor botella de vino blanco comercializado en el mercado británico. Cuarto, en el año 2018 fue nombrada por el medio especializado The Drinks Business como una de las 100 mujeres más influyentes en el mundo del vino. Quinto, de la larga lista de premios vale destacar el recibido en el año 2009 por la prestigiosa revista Decanter al mejor Sauvignon Blanc del planeta.

Sin embargo, según cuenta la historia, uno de los hitos conseguidos que la “Lulú” lleva en su corazón fue haber logrado la creación de la denominación de origen (D.O.) Lo Abarca ante el Instituto Nacional de Propiedad Industrial (INAPI). Según dice Felipe, “estuvo por más de 10 años impulsando la D.O. que sabemos que no habría sido posible sin la calidad de los vinos que creó”, vale decir, es un espaldarazo extraordinario a los años de arduo trabajo y consistencia respecto a la gran calidad de estos vinos.

De hecho, es doblemente premiable ya que, por una parte, significa que se fija a la localidad de Lo Abarca en el mapa mundial del vino y, por otra, es la única viña al interior de esta D.O. que la encarna y representa con vinos de una particularidad que consigue “diferenciarse de otros terruños, incluso de tan cercanos como son San Antonio, Leyda o Lo Abarca”, remata Felipe.

Continúa, “si tuviera que recomendar un solo vino, el más distintivo sería Casa Marín Riesling Miramar, un vino que refleja el terruño con una acidez exquisita, salina y mineral que, a través de los años ha sido destacado por su consistencia y se caracteriza por su gran potencial de guarda de 15 o 20 años fácilmente al alza”.

Hoy día, la “Lulú” ya no vive más en la capital Santiago, sino que se ha radicado de manera permanente en Las Rocas de Santo Domingo.  No está retirada del todo ya que desde hace algún tiempo es parte del directorio de la asociación gremial Wines of Chile, organización donde participan las instituciones públicas y privadas más relevantes en la materia, en la cual ella juega un rol tácito de representación por las viñas pequeñas del país. Igualmente, gracias a su vasta experiencia e irrefutable tonelaje, ahora está más dedicada a un rol de CEO de la viña.

Hoy en día son sus hijos y nuera quienes toman la batuta para hacerse cargo del negocio familiar, de forma tal que ella pueda gestionar decisiones globales y destinarles tiempo y amor a las nuevas generaciones, sus nietos.

El sabor que queda luego de haber compartido estas líneas es el de, inexorablemente, haber quedado corto. Sí, corto de palabras e ideas para intentar, en este afán de hacer un público homenaje de carácter biográfico, expresar la totalidad del personaje en tan breve columna que ilustre la gran capacidad y extensión de esta, para el cual requeriríamos un capítulo completo y así englobar la personalidad y vida integralmente.

Muy probablemente, así como todos estos grandes “fenómenos” que aparecen escasamente por el mundo de tanto en tanto, será más examinado post vida junto con su obra, trabajo que de seguro persistirá entretejiendo a nuevas generaciones por décadas, en este caso, interesadas en el vino.

Sin embargo, la estela de ella va mucho más allá del circunscrito mundo de esta noble bebida, por cuanto el modelo de María Luz Marín concierne infaliblemente al de una especie de entidad cultural intrínseca a la relación tiempo espacio, esto debido a su calidad humana propia de una grandiosa y, como dijera alguna vez algún gran político del eje oriental en la historia del planeta, “permitir que florezcan 100 Luz Marías y que 100 escuelas de pensamiento compitan…”, es lo que yo a ella le dedicaría.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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