Consecuencias emocionales y secuelas tras la exposición a eventos traumáticos. Es el área de estudios en la que se especializa el psicólogo clínico Yuval Neria (69). También director del Programa de Tratamiento e Investigación de TEPT (Trastorno por estrés postraumático) del Instituto de Psiquiatría del estado de Nueva York, Neria ha liderado estudios relacionados a los daños en la psicología de los ciudadanos azotados por la tragedia de comienzos del milenio. Voz autorizada para hablar sobre una sociedad que sufrió el ataque terrorista más brutal de la historia.
¿Cómo ha cambiado la mente del neoyorquino en estas dos décadas?
Hay que mirar el 11/S en el contexto de la cultura norteamericana: EE.UU. se veía como un lugar muy seguro, entremedio de dos océanos, sin un historial de grandes eventos terroristas. Y, de repente, en una sorpresa muy estratégica, un grupo de terroristas fue capaz de destruir la sensación de custodia, de romper esa burbuja que brindaba la seguridad por la que el país siempre luchó. La penetraron de tal manera que EE.UU. en 20 años no se ha recuperado realmente de esta suerte de lesión mental. El terrorismo fue muy exitoso en 2001, y de ahí en más, EE.UU. ha sido exitoso si se trata de prevenir ataques, pero pagó un precio muy alto por ello. Ya se ve a sí misma de manera diferente. La sensación colectiva de seguridad y salvaguardia ha disminuido, en especial entre los neoyorquinos.
Esa sensación que experimentan tantas otras regiones del planeta.
Exacto. Los estadounidenses, y en particular los neoyorquinos, están muy al tanto de la idea de que no están totalmente seguros y que tienen que vivir con adversidades, igual que otras sociedades del mundo. En este aspecto, no creo que la sociedad neoyorquina sea muy distinta a las de Medio Oriente, Latinoamérica o África. EE.UU., en cierta parte, normalizó su sensación de superioridad, su poderío, y tras los ataques del 11/S quedan vivos múltiples daños en la psicología colectiva.
¿Qué cosas positivas rescataron los neoyorquinos tras la tragedia?
Demostraron resiliencia y que nada puede romper su espíritu. Casi dos décadas después de aquello, azota una pandemia que por momentos tuvo a la ciudad como epicentro mundial, y nuevamente probaron ser duros y que pueden afrontar adversidades.
La metrópolis ha vivido su metamorfosis.
Creo que se ha vuelto más responsable. Nueva York tenía la imagen de ser una ciudad de fiesta, con muchas drogas, conductas irresponsables. Y creo que se retiró un poco y pasó a ser más madura. Ahora es menos salvaje y más sensata. Hoy, con muchos profesionales jóvenes, líderes, de una madurez asombrosa, que eran muy pequeños el día de los ataques. Es una generación más consciente de los riesgos, que en Nueva York no se comporta como lo hacíamos nosotros, más salvajes e irresponsables a nuestros veintitantos. Hay más conciencia de los riesgos, además, con las amenazas del cambio climático y de la pandemia.
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¿Qué cosas cotidianas se pueden ver como efectos del ataque?
Estudié el impacto psicológico del 11/S por varios años, publiqué bastante respecto a ello, y a corto plazo, vi mucho TEPT, depresión, profundo duelo entre personas que perdieron familiares y amigos. Con el paso del tiempo, el impacto dramático disminuyó en la población general. Sin embargo, ciertas porciones de la sociedad fueron profundamente afectadas por largo tiempo, especialmente policías, bomberos, socorristas. En adición a los problemas psicológicos, debieron lidiar con enfermedades como cáncer de pulmón o asma, producto de la poderosa contaminación de ese día y de los posteriores. Además de ese grupo ligado a primeros auxilios, labores de recuperación, sobrevivientes y familiares de víctimas, el grueso de los neoyorquinos volvió a la normalidad rápidamente, hablando de lo cotidiano.
¿Con qué llegan a verlo los afectados?
El 11/S es un motivo recurrente entre mis pacientes. Aún se ve gente que llega a la clínica de la Universidad de Columbia con problemas mentales ligados a los ataques de hace 20 años. Vienen con memorias punzantes, como si el ataque hubiese sido ayer. Están los que evacuaron los edificios y se alejaron corriendo, que acarrean un sentimiento de culpa por haber sobrevivido siendo que otros no pudieron. Están los que perdieron un familiar, que aún llevan un profundo duelo. Hay muchos que aún necesitan ayuda y tratamiento. Recibo a muchos veteranos de guerra, un área que manejo muy bien, porque soy veterano yo mismo (de la guerra de Yom Kippur). Muchos veteranos luego ingresaron al Departamento de Bomberos y a la Policía, y les tocaron los eventos de 2001. Ellos traen a la sociedad algo que no podemos dejar de cuidar: el precio de haber sido expuestos a la violencia y las atrocidades de los conflictos, traumas de guerra que no pueden hablar con gente que no los comprende. Eso mismo se ve en aquellos expuestos al 11/S y yo sigo muy comprometido en entregarles tratamiento.
¿Qué deben hacer quienes al día de hoy siguen sufriendo de estrés postraumático?
La comunidad del 11/S hizo cosas muy buenas en el Bajo Manhattan. La Zona Cero es una gran muestra del esfuerzo hecho para recordar los eventos. Es una restauración fantástica que le da al 11/S un contexto importante para jamás olvidarse de él, recordar el precio que se pagó y cómo los ciudadanos se recuperaron.
¿Cuán relevante es mantener vivo el recuerdo?
Es sumamente importante. Olvidarse de los eventos trágicos que afectan a una nación es una mala idea, porque estamos hablando de sucesos centrales en la psiquis de la gente. En Chile, no quieres olvidar a Pinochet y no quieres olvidar a las víctimas, las familias, las madres… La población no debería nunca olvidar, no sólo por un tema moral, sino también psicológico. Es importante crear un sentimiento de comunidad en torno a la memoria, donde el país ha puesto el foco y ha invertido en los afectados. Desde entregarles dinero para los medicamentos, hasta construir grandes museos y memoriales para mantener el recuerdo latente.