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Se demora el escrutinio en El Salvador y Bukele agita el fantasma del fraude

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El escrutinio de las elecciones legislativas y municipales en El Salvador avanzaba más lento de lo esperado en medio de una previsible tensión por todo aquello que parece estar en juego. El partido Nuevas Ideas (NI) del presidente Nayib Bukele salió a festejar su victoria, augurada por las encuestas, sin esperar la divulgación de los primeros resultados. Los fuegos artificiales lanzados en la capital, que NI aspira también a controlar, habían sido precedidos por las sospechas que lanzó el propio Bukele sobre la transparencia de los comicios. Cuando todavía no había cerrado la votación, el presidente dejó entrever que el Tribunal Supremo Electoral (TSE) cometía “errores” que, sugirió, tienen como objetivo evitar que el oficialismo tenga el control del Congreso. Bukele ha dicho en varias oportunidades que, si bien gobierna a uno de los países más pobres de la región, en rigor no detenta el verdadero poder. Para alcanzarlo, NI necesita obtener 56 escaños y la mayoría calificada.

El consultor Geovani Galeas le dijo al diario El Salvador que es probable que NI supere esa meta. Bukele lo dio por hecho, y por eso salió a presionar a las autoridades electorales. Con la cabeza cubierta por una gorra de beisbol hacia atrás, como si fuera en cierto sentido un pandillero, Bukele habló de un “paso de tortuga deliberado” para dar los cómputos. “Gracias a Dios el sistema que se ha diseñado está funcionando. Hay incidentes que ocurren siempre al inicio, en la apertura de los centros de votación. Hemos brindado salidas alterna”, le respondió la magistrada Dora Esmeralda. El TSE decidió abrirle un procedimiento de sanción por romper el silencio electoral. A lo largo del domingo, el presidente no dejó de quebrar las reglas de prescindencia y le reclamó a los salvadoreños acudir a las urnas. “¿Qué son dos horas más de espera si hemos tenido que esperar 40 años para echarlos del poder?”.

Las elecciones legislativas y municipales pueden significar un punto de corte respecto de la historia reciente. La vida política de las últimas tres décadas fue consecuencia de los acuerdos de paz. El pacto suscrito en 1992 en Chapultepec, México, sentó las bases para un esquema bipartidista. De un lado, la Alianza Republicana Nacionalista (Arena, derecha). Por el otro, la formación que surgió del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN, izquierdas). Bukele se ha propuesto romper ese esquema, cueste lo que cueste

A todo o nada

Al presidente no le alcanza con ganar. Quiere tener la fuerza suficiente para controlar la legislatura, establecer cambios en el Tribunal Supremo y nombrar al fiscal general. No se ha cansado de repetir que el único Gobierno que ha debido enfrentar a una Asamblea Legislativa hostil es el suyo. “Cómo es que no se asustaban cuando las mayorías se compraban con dinero sucio, con maletines negros, ahí no había problemas. Ahora se quiere construir una mayoría con democracia”, dijo. Bukele quiere también extender su dominio sobre la mayoría de los 252 municipios en juego.

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Dos años atrás, Bukele llegó a la presidencia con el 50% de los votos. Su popularidad se basa especialmente en el éxito del llamado Plan Control Territorial que redujo la tasa de homicidios de un país desangrado por la guerra de pandillas. El Gobierno de centroderecha se ha jactado de la eficacia de un programa de seguridad que se apuntaló en el despliegue de tropas del Ejército por las zonas más sensibles. Bukele hizo de la “tolerancia cero” hacia las facciones criminales una suerte de padrenuestro. A la vez, estableció un control más firme de las cárceles. Se lo acusó de autoritario.

El presidente se parapetó detrás de las estadísticas: de los 103 fallecimientos por cada 100.000 habitantes se pasó a 19. El descenso drástico de la cantidad de acciones criminales tuvo un trasfondo que sacó a relucir el diario digital El Faro tiempo atrás, a un costo de un constante hostigamiento estatal: la tranquilidad festejada por las autoridades ha sido fruto de un acuerdo subrepticio con las pandillas MS-13, Barrio 18 Sureños y Barrio 18 Revolucionarios, que reúnen en total unas 60.000 personas, lo que equivale a un poco menos del 1% de los habitantes.

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