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Columna de Marcelo Contreras: El metal que nunca se oxida

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“Que sigan con su moda, que va y viene. Pero nosotros no. Somos eternos”, sentencia uno de los protagonistas de Metal Lords, la reciente comedia de Netflix que apuesta por enganchar a padres e hijos en torno al género de los riffs diabólicos. Kevin y Hunter son nerds metaleros con pretensiones de formar una banda para una competencia escolar. Si bien se intuyen fácilmente los giros, las incoherencias y los estereotipos del guión, Metal Lords asume el lugar subordinado del género en la cultura pop reinante, a décadas de sus días de mayor popularidad, junto con enorgullecerse de sus principios. “Compromiso”, “dedicación”, “sacrificio”, son pronunciados con mortal seriedad por Hunter, para explicar las bases de su pasión.

Metal Lords acierta en el retrato del metalero proclive a observar el mundo con mirada dramática y tajante. La vida es una batalla y su música no merece comparación con otros estilos profundamente despreciados, en particular el pop rock. “Todo está mal”, resumió Don Francisco en el famoso episodio con Necrosis en Sábados Gigantes, cuando le explicaron los motivos del thrash. Hunter cree lo mismo.

En la película, los metaleros son marginados, víctimas de bullying e impopulares, en un presente dominado por el rock insulso de Imagine Dragons, y el pop para señoritas fríamente calculado de Ed Sheeran. Sin embargo, a mediados de los ochentas, el metal era pop. Una época dorada, creativa y chabacana, desde el glam californiano con estética striptease a la manera de Mötley Crüe, el thrash de primera categoría liderado por Metallica, y el metal acuñado en Inglaterra por Judas Priest, Iron Maiden y Motörhead. Ese éxito ocurría a pesar de la campaña de satanización de sectores conservadores hacia el heavy metal, que escaló al senado en 1985.

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En Chile, el metal enfrentó furibundos prejuicios bajo la influencia reaccionaria estadounidense. El peak de ese clima fue la prohibición de Iron Maiden en 1992 por insistencia del entonces obispo Jorge Medina, que sobrepasó al gobierno hasta lograr la cancelación, en una vulgar demostración del viejo poder ecleciástico. En 2001 Maiden se presentó finalmente con Bruce Dickinson en la pista atlética del Estadio Nacional, en un evento que por primera vez convocaba a familias. En el intertanto, los shows de metal internacional se multiplicaron en Santiago, pero aún eran espectáculos con categoría de riesgo, contundente presencia policial, y prácticas barbáricas como escupir a los artistas.

2018 by JOHN McMURTRIE 2018 Copyright TALLINN IRON MAIDEN

¿Qué sucedió entre medio? El fan metalero envejeció convirtiéndose en padre y abuelo. En paralelo, la industria de la música en vivo comprendió los beneficios de un público fiel ajeno a los vaivenes de la moda. Progresivamente la experiencia de asistir a un concierto de heavy metal en Chile mutó como sinónimo de violencia y represión, hasta un evento musical como cualquier otro, excepto el volumen. Una cultura otrora rechazada se convertía al mainstream.

Gene Simmons, el mismo que repite que el rock está muerto, posteó emocionado la foto de un pequeño disfrazado como su personaje en uno de los shows de despedida de Kiss en el Movistar Arena, una instantánea de la tribu traspasando sus costumbres. El próximo miércoles, al menos tres generaciones se reunirán en el dramático regreso de Metallica a Chile, cargado de incertidumbre como nunca antes. En medio siglo, las corrientes musicales van y vienen, pero solo una se sostiene inmutable y arraigada en familias completas. “Somos eternos”, dice Hunter. Hasta ahora, tiene razón.

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