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Carlos Granés: “En América Latina siempre intentamos justificar el fracaso de la utopía en función de enemigos externos”

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Este año ha comenzado con el reestreno en el poder de Lula da Silva en Brasil, poniendo fin a un breve, pero controversial mandato del ultraderechista Jair Bolsonaro. Y a la hora de situar este suceso en un contexto regional, la tentación por agrupar en bloques ideológicos parece inevitable. El retorno de Lula llega a coronar una serie que antes tuvo el juramento del poder de Gustavo Petro, el primer izquierdista en asumir la presidencia en Colombia, la toma de mando de Gabriel Boric en Chile y, si queremos ir un poco más atrás, de Alberto Fernández en Argentina. ¿Podemos decir entonces que América Latina ha girado a la izquierda, tal como hace unos años decíamos que había girado a la derecha?

El antropológo y escritor colombiano Carlos Granés se resiste a entrar en esas interpretaciones cíclicas y pendulares porque, dice, lo que ha regido los destinos políticos de América Latina ha estado marcado por algo más profundo y más antiguo. En su celebrado libro “Delirio Americano” -elogiado en Latinoamérica y España como uno de los mejores ensayos del 2022- propone una provocadora interpretación que relaciona la trayectoria de las vanguardias artísticas del continente con los derroteros políticos de sus países.

Carlos Granés es el primer invitado en la nueva temporada de El Café Diario, el podcast diario de La Tercera que a partir de ahora estará disponible en todas las plataformas de podcasts. Esta es una transcripción de la entrevista del episodio correspondiente a este martes 3 de enero.

“Siempre me apasionó esa mezcla que se da en el siglo XX entre política y cultura. Es decir, poetas y pintores que se creen algo más que simples creadores de mundos fantásticos y que creen que pueden intervenir activamente -su palabra favorita es “acción”- en la realidad. Y esto es un fenómeno típicamente del siglo XX y hasta donde yo creía típicamente europeo, porque entendemos que las vanguardias históricas surgen en Francia, en Italia, en Suiza y que sus mayores protagonistas estaban radicados en sus ciudades. Ese primera intuición me hizo escribir un libro, un libro que se llamaba “El puño invisible” y que seguía la historia de las vanguardias artísticas en Europa y en Estados Unidos. Así acabó el libro, pero así no empezó. El libro empezó con una tercera serie de capítulos que iban a versar sobre América Latina, pero bastó con escarbar un poquitín la historia de las vanguardias en nuestro continente para darme cuenta de que eso merecía un libro aparte. Entonces, ese proyecto quedó ligeramente estancado en el tiempo. Terminé “El puño invisible”, que se centraba en Europa y en Estados Unidos y finalmente, casi 10 años después encontré tiempo y fuerzas para medirme leal reto de tratar de entender ese proceso de las vanguardias en América Latina”. (…)

-¿Por qué contar hoy una historia cultural y política de América Latina?

-Bueno, pues porque yo creo que no nos conocemos a nosotros mismos, la verdad es que mi primera intuición es que yo era un ignorante absoluto de América Latina. Tenía algunas imágenes generales, algunas ideas generales de lo que era el continente, pero haciendo un examen de conciencia tuve que reconocer que no tenía ni idea de lo que era Ecuador, de lo que había pasado política y culturalmente en mi país vecino y que lo mismo podría decir de Venezuela y de Panamá. No tenía ni idea de qué había pasado en estos países a lo largo del siglo XX. (…) Entonces la primera explicación, la primera razón por la cual yo escribí este libro es porque desconocía América Latina y creo que nos desconocemos mucho los unos a los otros. Entre países ha primado el nacionalismo, el recelo, incluso el desprecio hacia el país vecino, y ha faltado un poco de curiosidad y de verdadero interés por desentrañar nuestras historias culturales y políticas. (…)

-¿Cuáles son esos acontecimientos que consideras cruciales para entender la historia de esta región?

-Bueno, muchos. Sabía que había ocurrido, pero no era consciente de la trascendencia que tuvo la guerra hispano estadounidense de 1898. Es el momento en donde se cumplen los vaticinios de José Martí y España sale de la ecuación geopolítica latinoamericana, pierde sus últimas colonias en Puerto Rico y en Cuba y entra Estados Unidos. Ese es el momento en donde ciertas ansiedades antiimperialistas de recelo a la cultura sajona, a todo lo que representa los sajón, incluido la democracia liberal, se inoculan en la mentalidad latinoamericana con muchísima fuerza, en gran medida gracias a la acción de los poetas y de los ensayistas y de los intelectuales, y se enquistaron, casi que todavía no podemos desprendernos de ellas. Si uno mira la reacción, por ejemplo, de varios gobiernos latinoamericanos con respecto a la a la guerra de Ucrania, vemos claramente un alineamiento con el enemigo de Estados Unidos. Eso es algo que hemos heredado de ese trauma inicial de 1898 en donde cualquier opción para América Latina es preferible a la complicidad con Estados Unidos. Por eso digo que no hemos acabado, no hemos salido del siglo XX. (…)

-Has explicado que a lo largo del siglo XX, los políticos latinoamericanos se han creído poetas y se han dejado llevar justamente por sus delirios...

-Sí, y hay un ejemplo muy contemporáneo, que es el presidente de mi país, Gustavo Petro. Si recuerdan el discurso que dio en su posesión para la presidencia del pasado 7 de agosto, él invocaba a García Márquez y básicamente daba a entender que estaba tomando el testigo del escritor para darle una segunda oportunidad a las estirpes condenadas sobre la Tierra. Algo así fue lo que dijo en un tono bastante lírico. Su discurso en la ONU fue algo similar, tuvo un elemento lírico, poético, muy, muy notable, y esto se debe a esta idea que se tiene o que tienen la tradición populista latinoamericana de que la palabra es un moldeador de multitudes y de masas. Es decir, el líder es casi un demiurgo, y gracias al poder de su palabra convierte a gente dispersa en pueblo, en masa, que como si fuera una escultura, va a responder al mandato, al llamado del gran líder. El gran líder les da identidad, los representa, les da voz y a cambio, la gente se convierte en pueblo, en masa y sigue al unísono el mandato de su líder. Esto también lo tenía clarísimo, o fue casi quien lo inventó, Juan Domingo Perón. Él tiene un libro que se llama “Conducción política”. Él dice que el conductor nace como el artista, que es una capacidad casi que similar al genio artístico, no la de conducir a la masa. Entonces, eso enraíza bastante, o muy bien, con la idea que tenía el artista de sí mismo, o del poeta, el ser capaz de crear de la nada, gracias a su palabra o gracias a su imaginación. El populista también cree esto mismo; cree que la realidad es un lienzo en blanco en donde va olvidando el pasado concierto vicio adanista, va a remodelar un país a la imagen y semejanza de sus fantasías, de sus mejores deseos. Es una inclinación bien intencionada que, sin embargo, puede conducir -en realidad, suele hacerlo- a la ruina. (…) Es también el típico delirio utópico latinoamericano de aquellos redentores que se creen dotados con una visión especial, casi profética (…). Si las leyes, las constituciones son un obstáculo, pues se saltan. No hay ningún problema porque la visión prevalece sobre lo instituido, lo previo, que siempre es un producto de las élites, de las oligarquías, de gente rancia, conservadora o enemigos de la patria o lo que sea. (…)

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-Mirando los experimentos fallidos en nuestra región ¿podemos decir que no aprendemos las lecciones, que no aprendemos de nuestros propios fracasos?

-Yo creo que no aprendemos. Yo creo que sistemáticamente nos dejamos llevar por los mismos odios y por las mismas filias. Siempre tendemos a culpar a los mismos, siempre intentamos justificar el fracaso de la utopía en función de enemigos externos, con complicidades internas, es decir, con un enemigo interno que le ha puesto zancadillas al proyecto perfecto de algún visionario. Esto lo hemos visto a lo largo del siglo XX y no aprendemos. No aprendemos que el problema está justamente en esa visión utópica, en dejarnos llevar por la fantasía, el adanismo, el sueño refundador. Por no entender que los presidentes llegan a gobernar países, no a cambiar la historia de los países, que es muy distinto. Este tipo de errores no se aprenden, insistimos en ellos y bueno… A veces tengo la esperanza de que el golpetazo que se llevó Boric con su Constitución le haya abierto los ojos y le haya mostrado que Chile no era un país para tirar la basura y empezar de cero.

-¿Crees que Boric es justamente uno de estos líderes algo mesiánico que busca cambiar la realidad de los países de una forma quizás un poco fantasiosa?

-Creo que al menos había algo de eso en su llegada a la política, en ese triunfo inesperado, acompañado de un movimiento callejero, de un estallido social que desde la teoría política se podría teorizar como un momento populista. Viene acompañado de este anhelo de cambio, de transformación, con una insatisfacción a flor de piel en la sociedad, que se canalizó a través de las urnas y les dio este triunfo que, insisto, no era del todo esperado. Y llega a la Presidencia con este impulso y empeña su gobierno a un proyecto constitucional que era realmente radical, era refundacional. Entonces sí, desde luego que sí había algo de esto, se mezclaba también el típico anhelo juvenil de reemplazar a los mayores, a la generación previa, y de demostrar que se puede hacer mucho mejor las cosas. Creo yo, desde la distancia, que ese anhelo utópico se ha mermado, o se ha sofocado bastante en Chile, en Boric. (…)

-Se ha dicho que “Delirio Americano” es una respuesta a “Las venas abiertas de América Latina”, de Eduardo Galeano. ¿Lo consideras así?

-Sí… No fue para nada premeditado, yo había leído el libro de Galeano hacía mucho. Para escribir este libro también lo releí, para llevarme una cantidad de sorpresas. (…) Yo no quería o no tenía como pretensión responder a Galeano, desde luego que no, pero si noté, clarísimamente, que el victimismo había sido una tendencia o una inclinación latinoamericana a todo lo largo del siglo XX y que el momento intelectual en donde se expone con mayor crudeza es en “Las venas abiertas de América Latina”. Y siempre el victimismo me ha parecido una trampa, un autoengaño. La víctima es inocente, la víctima no tiene responsabilidad en nada, la víctima siempre tiene la razón. A la víctima siempre hay que oírla, a la víctima siempre hay que compadecerla y tratar de consolarla. Y ese rol de América Latina, esa idea de que América Latina geopolíticamente siempre sea el continente colonizado, expoliado y víctima del imperialismo, dependiente, sin agencia, lleno de víctimas, pobrecito, inocente, estaba ocultando una realidad que fue la que yo fui descubriendo, que es justamente eso: qué nos hemos hecho a nosotros mismos. Y eso es lo realmente importante, eso es lo que realmente tenemos que entender, porque es lo que podemos enmendar. (…)

-Has dicho que Latinoamérica siempre se ha estado revelando contra todo: Occidente, la modernidad, el capitalismo. ¿Contra qué crees que se rebelará en 2023?

-Es muy difícil saberlo, 2023 va a ser un año muy complicado en América Latina. La economía no va a dar buenas noticias, la inflación va a remitir, pero no lo suficiente, la pobreza ha aumentado, el narco se ha esparcido por todo el continente. Era un problema nuestro, colombiano y mexicano, y ahora en Ecuador, en Chile, tiene una virulencia muy preocupante. ¿Contra qué se va a revelar? Si vemos lo que ha ocurrido en los últimos años vemos que hay estallidos sociales en los que la gente se rebela y ni siquiera sabe por qué. Simplemente hay una insatisfacción generalizada, una sensación de que todos los proyectos políticos han fracasado, de que todas las aspiraciones que se incubaron durante la fiebre de los commodities y donde todo pareció funcionar -hasta el chavismo pareció funcionar, simplemente porque había dinero- ya no funciona. Ya no funciona nada, ni el modelo chileno ni el modelo de Lula, ni el modelo de Chávez. Ningún modelo parece funcionar y lo único que hay es una insatisfacción bastante difusa y abstracta que se manifiesta simplemente contra el oficialismo, contra el partido que está en el poder. Creo que en 2023 vamos a tener más de eso. No creo que América Latina, como se ha dicho, esté girando hacia la izquierda, sino que está girando hacia lo nuevo, hacia el cambio, venga de donde venga. (…) Esto se sumará a las viejas obsesiones latinoamericanas que son el antiimperialismo, el antisajonismo. Posiblemente sigamos viendo el alineamiento de algunos países con Putin, o esa ambivalencia hacia la acción de la OTAN y de Europa y Estados Unidos en contra de Rusia. Entonces creo que veremos más de lo mismo. (…)

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