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El envejecimiento de China amenaza su economía

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China martilleó la semana pasada el penúltimo clavo en el ataúd de sus políticas familiares. La legalización del tercer hijo solo deja por delante el irrelevante levantamiento de cualquier restricción numérica: da igual que permitan tres o 17 porque hoy no es la ley sino un contexto socioeconómico como el de Occidente el que embrida la natalidad. La reforma llegó días después de que el censo subrayara la magnitud del problema. La población china creció a su ritmo más lento durante la última década y pronto entrará en números rojos. China envejece sin haber alcanzado el pleno desarrollo, a diferencia de Europa o Japón, lo que la empuja a un terreno desconocido e inquietante.

Los 254 millones de mayores de 60 años (18,1 % de la población) del pasado año serán 500 millones (un tercio del total) en 2050, según la Fundación de Investigación y Desarrollo de China, mientras la ratio entre población activa y dependiente pasará del 2,65/1 a 1,22/1. El espejo devuelve el reflejo de Japón y su economía gripada durante tres décadas, con el que China comparte el modelo exportador, la demografía declinante y la deuda elefantiásica.

El milagro chino descansó en el ejército de mingongs o trabajadores de las provincias rurales que se empleaban por sueldos misérrimos en las fábricas de la costa oriental. Aguanta el cliché pero la realidad es diferente: hace años que los empresarios extranjeros que solo buscan bajos costes van a Vietnam o Indonesia. “La situación ha cambiado no solo por la reducción de la fuerza laboral sino por el tremendo aumento de los salarios. Desde 2008 a 2012 subieron por encima del 10% anual y antes del coronavirus seguían subiendo al 5%. China ya es cara, y cuanto más decrezca el número de trabajadores, más cara será”, juzga Alicia García-Herrero, economista jefe para Asia Pacífico del banco Natixis.

Autoconsumo y tecnología

El adelgazamiento de la masa laboral sería dramático en la vieja fábrica global de manufacturas baratas pero el viraje hacia un patrón basado en el autoconsumo y la tecnología amortigua el golpe. Consiste, pues, en calcular la factura. “La fuerza laboral, que lleva cayendo desde 2016, sustrae ahora medio punto del PIB y podría alcanzar el punto completo en 2035. Pero lo más grave no es el envejecimiento sino la caída de la productividad porque rebaja el crecimiento potencial. El Gobierno se ha esforzado en aumentarla pero me extrañaría que lo consiguiera”, señala la economista. La solución pasa por ahondar en la robotización y la digitalización, para reducir la relevancia del factor trabajo, y en transferir la producción al extranjero. La Ruta de la Seda, el megaproyecto comercial impulsado por Pekín, va en ese sentido.  

La demografía es nuclear en el discurso político. Ocupó un espacio generoso en el reciente Plan Quinquenal y en el discurso de apertura de la Asamblea Nacional Popular del primer ministro, Li Keqiang, quien prometió briosos esfuerzos para alcanzar una “moderada fertilidad” y una “apropiada natalidad”. Pekín anunció la semana pasada campañas de educación para jóvenes sobre el matrimonio y la familia, mejoras en los servicios de atención a los niños, bajas de maternidad, seguros de nacimiento y el aumento de la edad de jubilación.

El margen de actuación está ahí. Es de 60 años para los hombres y de 55 años para las mujeres, comprensibles cuando se fijaron siete décadas atrás e inasumibles cuando la esperanza de vida roza los 77 años. “Un desaprovechamiento de recursos humanos”, definió You Jun, viceministro de la Seguridad Social. Japón estudia elevarla desde los 65 a los 70 o 75 y en Corea del Sur es de 68 para hombres y 67 para mujeres.

Subir la edad de jubilación

Empujarla hasta los 65 años en China añadiría 80 millones de trabajadores, casi un 9 % de los actuales, según algunos expertos. Ocurre que la medicina amontona efectos secundarios. Primero, en el mercado laboral: aumentará el paro, retrasará los ascensos de los jóvenes y mantendrá a los mayores en un ecosistema tecnológico para el que muchos carecen de aptitudes. Segundo, rebajará la natalidad porque las parejas jóvenes confían el cuidado de sus hijos en los abuelos ociosos. 

Y tercero, alejar la jubilación es siempre delicado. Las protestas masivas arruinaron las reformas en Francia y obligaron a concesiones inéditas a Vladimir Putin en Rusia. Cualquier mención de Pekín ha generado un tsunami de indignación en los últimos años. En China, a falta de democracia o de elecciones, funciona un contrato tácito social que obliga al Gobierno a preservar el bienestar y alargar el horizonte laboral supone una flagrante ruptura. Cualquier otro Gobierno menos aterrorizado por la inestabilidad hubiera aprobado muchos años atrás esa reforma elemental. 

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“Es probable que China anuncie con antelación un incremento gradual de la edad de jubilación para que los trabajadores ajusten sus expectativas y planes y así reducir las posibles consecuencias sociales adversas”, señala Albert Francis Park, profesor de Economía en la Universidad de Hong Kong y estudioso del sistema de pensiones chino. “El Gobierno tiene la capacidad financiera para repartir y elevar recursos adicionales para cubrir los déficits de los fondos de las pensiones durante algún tiempo, pero eso implicaría retirarlos de otras partidas como las inversiones públicas y servicios que son esenciales para sostener el crecimiento económico”, sostiene la economista. La única certeza es que a China se le agota el tiempo para resolver el sudoku demográfico que amenaza su economía. La Academia de Ciencias Sociales de China advirtió el pasado año de que la insolvencia de la caja de pensiones llegará en 2035.  

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