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El amor en tiempos del covid-19: así se celebra una boda ‘merkeliana’ en Alemania

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Selva Negra, comienzos de otoño. Esa época del año en la que los rayos de un sol tímido, ya en retirada tras una intensa temporada estival, aún alcanzan a atravesar el relente y la niebla matutinos. El verde intenso típico de los bosques teutones, el viento fresco que eriza la piel y la vista de los paisajes pacíficos y señoriales del sur de Alemania. El lugar ideal para celebrar el amor de una boda incluso en tiempos de pandemia.

Casarse en medio del campo es siempre una opción elegante en la Alemania más moderna y cosmopolita, amante de la austeridad, el ‘understatement’ (moderación) y por lo general, reacia al lujo y la fanfarria. Hacerlo en medio de la Selva Negra no solo revela estilo sino, además, poder adquisitivo. Pero ¿qué hace uno cuando la proverbial querencia alemana por la planificación se suma a la alta demanda por un entorno que puede tener listas de espera de hasta dos años? ¿Cancelarías una reserva que hiciste con año y medio de antelación en el soñado local de bodas?

La alternativa es seguir adelante con el plan, al que habrá que añadirle algunos de esos “conceptos sanitarios” tan mentados en el país y una de las estrategias que han permitido a Alemania una gestión bastante decorosa de la pandemia durante los meses de verano —aunque ahora los casos están al alza—. Un punto medio entre las restricciones y la libertad, con una prudencia tranquila y a la vez sin laxitud. Casi el credo merkeliano. Así se pudo autorizar la reapertura parcial de cines, restaurantes y otras pequeñas salas de eventos para evitar un mayor desaguisado económico, pero evitando una explosión de contagios como en Madrid, incluso en ciudades germanas más proclives al caos como Berlín.

Foto: Toque de queda, la "última bala" contra el confinamiento que se extiende por Europa

Una boda ‘merkeliana’

En este caso, las autoridades locales del pudiente y más ordenado estado sureño de Baden-Wurtemberg dieron el visto bueno a la boda campestre en un antiguo granero suabo. Unos 100 invitados, casi la mitad de los previstos originalmente. Todo perfectamente legal, porque aún no regía el límite de aforo de 25 personas con el que el Gobierno de Angela Merkel quiere frenar el virus en los meses fríos del año.

Aquí, sin embargo, estamos aún en un otoño incipiente de este extraño 2020, en medio de los magníficos paisajes de la Selva Negra. Todos somos adultos y decidimos asumir excepcionalmente un riesgo algo mayor para celebrar a personas queridas —el equilibrio merkeliano, ya saben—. Luego pasaremos unos días de soledad y aislamiento voluntarios. Y ya. La premisa para evitar la mala conciencia, también en estas líneas, la formuló la novia, Lilian, cuando tomó por primera vez la palabra frente a sus invitados tras semanas de vacilaciones y quebraderos de cabeza: “Esta es la única vez que pronunciaré la palabra ‘corona’ en este día, porque ahora queremos alegrarnos”. Pasemos a lo que nos interesa y a lo de las restricciones volveré, si acaso, al final”.

Esta es la única vez que pronunciaré la palabra ‘corona’ en este día, porque ahora queremos alegrarnos

El local elegido es una antigua granja reconvertida en espacio de eventos en una zona idílica a medio camino entre Stuttgart, Tubinga y Karlsruhe. Un pueblito simpático y silencioso, espejo del placentero bienestar de provincias alemán. La granja está en la cima de una colina de faldas verdes, hacia la derecha el granero, a la izquierda el mesón y la casa de huéspedes. Campo por los cuatro costados. Cuando uno vive suficiente tiempo en Alemania acaba por habituarse a los caprichos del tiempo, así que nadie se asusta al comprobar en traje propio por qué la Selva Negra goza de tanta vegetación. Pero nada nos aguará la fiesta. Paraguas y a lo nuestro, colina arriba.

La pompa y el buen vestir no son necesariamente características alemanas a menos de que te llames Karl Lagerfeld. Tampoco el concepto tan español de ‘bodorrio’ es la descripción ideal para ceremonias eclécticas como esta. Vestidos de tiro largo, chaqués y pajaritas, pero también americanas, camisetas y algunos con zapatillas deportivas. Además de boinas, pantalones de cuero y, por supuesto, camisas de cuadros porque estamos en Suabia, esa región del sur de Alemania que se enorgullece de una tradición cultural muy propia. Una mezcla de arraigo al terruño y poderío económico que sobre el terreno se traduce en un envidiable tejido de pymes con tecnología punta, bastos trajes folclóricos y un insufrible dialecto del alemán. No en vano, uno de los más famosos lemas en la competencia entre los ‘Länder’ germanos es el de Baden-Wurtemberg, que dice algo así como: “Podemos hacer de todo, excepto hablar un alemán correcto”.

En Alemania solo un 42% de las bodas se celebran ante un altar

Parte de la mezcla de tradición y modernidad es también el hecho de que no sean unas nupcias en el sentido clásico, sino lo que aquí llaman un “enlace libre” (‘Freie Trauung’), es decir, una ceremonia no religiosa. En Alemania solo un 42% de las bodas se celebran ante un altar, según cifras oficiales. También es habitual que el matrimonio se cierre legalmente en el registro civil en un acto festivo propio, mucho más discreto, y por lo general celebrado un tiempo antes. Contrato vinculante a prueba antes de la celebración pública del amor.

Sin necesidad de cura, la ceremonia que nos reúne la oficia un orador de boda profesional. Como si quisiera cumplir con la sobriedad alemana, a veces tan alérgica al exceso de ‘pathos’, el oficiante recordó en su breve discurso que lo suyo era un servicio pagado y dio paso al intercambio de anillos. La sala estaba ambientada con mucho estilo en un antiguo establo de vacas, los nombres de las reses que alguna vez habitaron el lugar pergeñados en las protuberantes vigas interiores del techo de madera rústica a dos aguas.

Mucho pastel y pocos gritos

Las bodas alemanas no solo prescinden del intercambio de arras, sino también de la tradición muy española de celebrar a gritos a los recién desposados una vez sentados en la sala del banquete. A cambio, extienden quizá más de la cuenta el momento del ‘Kaffee und Kuchen’, la hora del café y los pasteles, un tiempo muerto que hay que sobrellevar como uno bien pueda hasta que llegue la hora de sentarse a la mesa. Público diverso, familia e invitados llegados desde distintas partes de Alemania.

Entre un trozo de pastel y el siguiente charlé un rato con un empresario que, como yo, también había viajado hasta la Selva Negra desde Berlín. Hablamos de política. Obviamente de Donald Trump y de lo afortunados que podíamos sentirnos de vivir en un país que parece estar aguantando hasta ahora bastante bien el embate del populismo global. Pero una de sus declaraciones me sorprendió. No solo porque trajo a colación un tema controvertido en Alemania desde la ola de refugiados de 2015, sino porque no es habitual darse así de bruces, de repente, con una solidaridad tan concreta y tan efectiva, mucho más palpable que la exaltación moral abstracta que la mayoría solemos practicar a menudo en el día a día:

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“Tenemos viviendo en casa a un palestino, un refugiado de Siria”, me confió Stefan, un ingeniero de telecomunicaciones cuyos hijos, ya mayores, ya se han marchado de casa, mientras compartíamos en el antiguo establo. “Tenemos una habitación libre y pensamos: ‘¿por qué no?'”.

El banquete, con opción vegana (Alemania es el país europeo con mayor proporción de veganos y vegetarianos), cumplió las expectativas, así como la barra libre. La música, menos. Y es mejor no alimentar aquí el cliché de que las pistas de baile alemanas no son un deleite para la vista o para los cuerpos virtuosos, sobre todo cuando lo que más escupen los altavoces es ‘heavy metal’.

A cambio, algunas elucubraciones sobre los mentados conceptos sanitarios: las restricciones como limitar el uso de los lavabos a dos personas al mismo tiempo, colocar desinfectante en cada esquina y dejar espacio entre las mesas parecen muy útiles, pero esperar que la gente use permanentemente mascarillas en eventos de este tipo es una quimera. No es viable. Punto. Eso sí, los asistentes a esta boda en la Selva Negra hemos superado indemnes el periodo de una posible incubación del virus. Nuevo éxito momentáneo de la mesura y el equilibrio merkelianos. Ahora, viene el invierno.

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