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Liberen a Lolita

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Lyla Snover (86) aún recuerda los gritos que interrumpieron la tranquilidad de ese 8 de agosto de 1970 en Penn Cove, una bahía en la zona de Puget Sound, al norte de Seattle. “Eran llantos de agonía, de tristeza; se sentían de la misma manera que si raptaran alguno de tus hijos, lo pusieran en un corral y no supieras dónde está”, contó la anciana en un acto realizado en 2019 para marcar el día en que cazadores llegaron al lugar para atrapar orcas. Los captores, que se desplazaban en botes y aviones, lanzaron explosivos al agua para desorientar a los cetáceos y forzarlos a dirigirse hacia Penn Cove, donde fueron acorralados y los ejemplares más jóvenes terminaron separados de sus madres. Ellas fueron liberadas, pero se quedaron en el lugar emitiendo sonidos muy parecidos a llantos humanos. John Carpenter, un vecino de Snover que tenía cinco años, vio cómo transportaban una orca cubierta con toallas húmedas y en su memoria aún están la mirada del animal y su respiración: “Fue algo horrible”.

En total, los cazadores se llevaron a siete crías de la comunidad de orcas “southern resident”, un clan conformado por tres grupos con liderazgo matriarcal que habitan en el Mar de los Salish, en el noroeste del océano Pacífico. Una de ellas era una hembra de cuatro años que fue vendida por 6.000 dólares al parque Miami Seaquarium, donde llegó en septiembre de 1970 y recibió el nombre de Lolita en honor a la protagonista de la novela de Vladimir Nabokov. Inicialmente, fue colocada en una pequeña piscina para que sirviera de compañera de juegos de un joven espécimen llamado Hugo, que también fue atrapado en Puget Sound en 1968. Pero el macho mostraba claros indicios de no adaptarse al encierro y a menudo lanzaba agudos alaridos, además de azotar su cabeza una y otra vez contra el muro del estanque de agua. En 1980, Hugo falleció producto de esos impactos.

Desde entonces, Lolita –que antes de la pandemia entretenía al público con trucos que repetía dos veces al día, siete días a la semana- ha vivido prácticamente sola en un pequeño estanque de apenas seis metros de profundidad, lo mismo que mide su enorme cuerpo de 3,5 toneladas. Una realidad muy distinta al océano abierto, donde las orcas nadan cientos de kilómetros al día y se sumergen hasta 150 metros. Hoy, cuando ya cumple cinco décadas en Miami, Lolita es la única superviviente del grupo capturado en agosto de 1970 y también es una de las orcas que lleva más tiempo en cautiverio de Estados Unidos, por lo que se ha vuelto protagonista de varias iniciativas y acciones legales que en los últimos años han buscado liberarla y devolverla a su hogar.

Howard Garrett es sociólogo y cofundador junto a su esposa, Berta, de la organización Orca Network, un grupo de voluntarios que reportan avistamientos de orcas “southern resident” y luchan por su protección. La pareja, que reside en la isla de Whidbey donde está Penn Cove, ha sostenido desde 1995 una campaña que apunta a conseguir el retorno de Lolita. Él ha visto actuar a la orca en Miami y su diagnóstico es claro: “Es imperativo liberar a Lolita para aliviar su sufrimiento y el de todos aquellos que se preocupan y empatizan con ella, incluyendo a sus parientes de la tribu Lummi que añoran su retorno. También será un momento de compasión para todos quienes se preocupan por la vida en nuestro planeta y desean cambiar nuestra larga historia de explotación y devastación del mundo natural en busca de una ganancia personal”, señala Garrett a Tendencias de La Tercera.

En agosto de 1970, cazadores llegaron hasta Penn Cove y usaron explosivos para desorientar a las orcas, acorralarlas y llevarse a sus crías. Una de ellas fue la hembra que sería bautizada como Lolita. Colección Wallie V. Funk/Western Washington University

El activista agrega que el eventual regreso de la orca será la oportunidad de “practicar respeto por este planeta vivo que nos ha parido y que necesitamos cada día. Por supuesto que también será una fuerte demostración de que el cautiverio de las orcas o de cualquier gran mamífero es dañino para esos animales y nuestra propia salud mental y espiritual”.

Una de las primeras victorias que permitieron atisbar una posible liberación llegó hace cinco años. Desde 2005, el Acta de Especies en Peligro (ESA) de EE.UU. especificaba que sus resguardos para las orcas “southern resident” –cuyo número no supera las 80 en todo el mundo- no incluía a ejemplares en cautiverio. Pero en 2013, la organización Personas por el Tratamiento Ético de los Animales (PETA) junto a Orca Network y el Fondo de Defensa Legal Animal enviaron una petición al Servicio Nacional de Pesquerías Marinas (NOAA Fisheries) para que enmendara esa situación. Tras años de presiones, campañas y protestas en las puertas de ingreso del Miami Seaquarium en las que incluso participaron celebridades como la actriz Joanna Krupa, en 2015 las autoridades de NOAA Fisheries corroboraron que la ESA no podía excluir a los ejemplares de parques marinos. Esa decisión abrió las puertas para varias demandas contra el parque acuático que han tratado una y otra vez obtener la libertad de Lolita.

John Di Leonardo, senior manager de PETA, justifica estas acciones señalando a Tendencias que durante 50 años Lolita ha sido “incapaz de desplegar una conducta natural dentro del estanque de orcas más pequeño del mundo”. Él explica que la orca “no puede sumergirse, ni nadar alguna distancia que sea significativa. Tampoco es capaz de buscar resguardo del sol o formar relaciones significativas con otros ejemplares de su especie. Ella no se puede dar el lujo de esperar otra década en un estanque de concreto. El Seaquarium debe trasladarla ahora a un santuario en el mar”. Según Di Leonardo, la situación de Lolita es tan crítica que “ha generado llamados globales para que sea liberada en un santuario. La campaña es otro ejemplo de la creciente oposición al acto de encarcelar a estos animales altamente inteligentes y de quitarles cualquier atisbo de una vida normal”.

El Miami Seaquarium es propiedad de Parques Reunidos, una empresa española que opera 60 zoológicos e instituciones similares en una docena de países y que ha mostrado no tener prisa por dejar ir a una de sus principales atracciones. Frente a las acciones legales de organizaciones como PETA y las protestas in situ de los Lummi, quienes consideran a las orcas como parte de su propia tribu y las llaman qwe’lhol’mechen (“Nuestros parientes bajo las olas”), el Seaquarium ha entregado declaraciones donde asegura que la orca sigue “sana” a su cuidado. En uno de esos documentos entregado a los medios, la empresa aseguró que “Lolita es amada y está muy bien protegida”, además de plantear que “su remoción del único hogar que ha conocido” por tanto tiempo sería una medida “cruel” y “traumática”.

Los expertos en vida salvaje como Ingrid Visser no concuerdan con esa evaluación. Ella es una bióloga que trabaja con la organización Orca Research en Nueva Zelandia y ha estudiado la conducta de las orcas durante más de 25 años, además de ser una férrea opositora a su encierro. La investigadora ha visitado a todos los ejemplares que hoy permanecen en cautiverio en distintos parques del mundo, y en 2016 atestiguó en una de las múltiples demandas de PETA contra el Miami Seaquarium. En su reporte, Visser describió el tanque de Lolita como “obscenamente inadecuado” y destacó la presencia de señales de un sistema inmune debilitado y estrés extremo.

Las orcas son animales profundamente culturales, quizás aún más que los humanos. Esas interacciones de por vida con sus culturas son sólo posibles a través de la capacidad de pensar en términos simbólicos. Sus dietas, comunicaciones, asociaciones y mucho más hacen que sean miembros de sus comunidades.

Howard Garrett

En la demanda, también se reveló que en un año Lolita sufrió 52 ataques y mordidas por parte de un par de delfines con los que hoy comparte su estanque. Además, en declaraciones entregadas a The Mirror con motivo de los 50 años de cautiverio de la orca, Visser señaló que sólo después de tres minutos de observar al animal pudo ver “conductas repetitivas anormales. Muchos movimientos de cabeza y flotar arriba y abajo. Es lo que se ve en gente que intenta enfrentar con alguna crisis y se mece adelante y atrás. Es un mecanismo para lidiar con todo lo que vive porque carece de los estímulos apropiados”.

Delcianna J. Winders, profesora y directora de la Clínica de Litigación Sobre Leyes Animales en la Escuela de Derecho Lewis & Clark, ha seguido de cerca el caso. La académica aporta otros antecedentes sobre la vida diaria de la orca: “El Seaquarium le niega incluso la protección más básica contra el sol, lo que genera una serie de problemas médicos. El confinamiento intensivo de Lolita también le ha provocado daño dental permanente y gente del Seaquarium ha taladrado sus sensibles piezas de dentadura más de una docena de veces”, cuenta a Tendencias. Por eso, ella plantea que permitir que la hembra vuelva a su hogar es “lo mínimo que podemos hacer por un animal al que el Seaquarium ha decidido someter a múltiples tormentos por más de cinco décadas”.

Para quienes intentan que la orca vuelva a las aguas del noroeste del Pacífico, su cautiverio se ha vuelto más dramático y urgente por dos detalles particulares. A pesar de llevar décadas encerrada en Miami, Lolita aún emite cantos que son específicos de su núcleo familiar, al que los expertos llaman grupo L. Además, su madre, conocida por el nombre técnico de L-25 y el apodo de Ocean Sun (Sol oceánico) aún está viva y, a sus cerca de 90 años, sigue siendo avistada y fotografiada en Puget Sound.

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“Las orcas son animales profundamente culturales, quizás aún más que los humanos. Esas interacciones de por vida con sus culturas son sólo posibles a través de la capacidad de pensar en términos simbólicos. Sus dietas, comunicaciones, asociaciones y mucho más hacen que sean miembros de sus comunidades”, explica Howard Garrett, quien agrega que el número de visitantes al acuario de Miami ha caído producto de las protestas. Por eso, indica, se hace sumamente necesario preservar y estudiar la conducta de estos animales en estado salvaje: “En 2001 se publicó un paper muy famoso sobre este tema, pero desde entonces no ha existido ningún progreso en la investigación de las observaciones que incluía ese reporte, las cuales daban cuenta de que la capacidad cultural de las orcas no tenía paralelo, con excepción de los humanos. Otras ciencias como la sociología, hoy restringida a los humanos, deberán ser adaptadas y unidas a la biología para estudiar más a fondo a las orcas”.

A mediados de septiembre, Raynell Morris (Squil-le-he-le) y Ellie Kinley (Tah-Mahs) viajaron casi 500 kilómetros y se subieron a un bote en Miami. Ambas emprendieron rumbo hasta las inmediaciones del Seaquarium y colocaron en el océano una corona hecha con ramas de cedro traída desde el noroeste de Estados Unidos. Luego, Morris comenzó a tocar un pequeño tambor, mientras gritaba al viento el nombre que los Lummi le dan a Lolita: Sk’aliCh’elh-tenaut, término que la designa como miembro de Sk’aliCh’elh, la familia de orcas que ha convertido en su hogar al Mar de los Salish. “Tu gente está aquí… Sabes que no estás sola, te amamos… Te llevaremos a casa”, exclamó Morris con una voz resquebrajada.

Para la nación Lummi, los nativos americanos en cuyo territorio fue atrapada la orca, el confinamiento de Lolita ha sido una herida abierta por décadas. A través de una vocera, Raynell Morris (Squil-le-he-le) y Ellie Kinley (Tah-Mahs) afirman a Tendencias que Sk’aliCh’elh-tenaut es una más de sus parientes: “Es una Xa xalh Xechnging (obligación sagrada) traerla de vuelta a su hogar en Xw’ullemy (la biorregión del Mar de los Salish)”. Ambas agregan que los Lummi han vivido en comunidad desde tiempos inmemoriales con las orcas a las que llaman qwe’lhol’mechen: “Específicamente, hemos compartido lazos espirituales y culturales con Sk’aliCh’elh, la población de orcas ‘southern resident’ conformada por los grupos J, K y L. En 1970, Sk’aliCh’elh-tenaut le fue robada a su familia del grupo L, a Sk’aliCh’elh, al Mar de los Salish y a nosotros. Devolverla a su hogar la sanará a ella y a todos aquellos a los que les fue arrebatada”.

Crédito: Leonardo Dasilva/Creative Commons.

La cacería de 1970 revive en ambas mujeres una época muy oscura de la historia Lummi: “La manera en que Sk’aliCh’elh-tenaut y otras orcas fueron apartadas de sus familias y vendidas a los parques acuáticos nos recuerda la manera en que nuestros propios hijos fueron robados y llevados a escuelas residenciales”. Esos colegios fueron internados de índole religiosa impulsados por los gobiernos de EE.UU. y Canadá a fines del siglo XIX con el fin de apartar a los niños nativos americanos de sus propias tradiciones y lograr que así fueran asimilados por la cultura euro-americana. Sólo en Canadá, más de 150 mil menores fueron llevados a esos establecimientos.

Los Lummi no quieren revivir ese episodio a través de la orca que tanto aprecian, por lo que pretenden demandar nuevamente al Miami Seaquarium para lograr la liberación de Sk’aliCh’elh-tenaut. Su estrategia consiste en apelar al Acta de Protección y Repatriación de Tumbas Nativas Americanas (Nagpra), una ley federal que rige el retorno de objetos de importancia cultural para diversas tribus. Si la acción prospera, sería la primera vez que la norma se aplica a un ser vivo, ya que hasta ahora se ha usado para restos humanos y reliquias.

En esta iniciativa cuentan con la asesoría de Earth Law Center, una organización sin fines de lucro de Colorado que busca modificar varias leyes para así proteger, restaurar y estabilizar diversos ecosistemas. A mediados de año, informaron al Miami Seaquarium de su intención de demandar, ya que, al recibir fondos federales, el parque califica como museo y estaría sujeto a Nagpra. El fin es que Sk’aliCh’elh-tenaut sea repatriada como un “patrimonio cultural”, que la norma define como “un objeto que tiene una sostenida importancia histórica, tradicional o cultural que resulta central” para algún grupo nativo americano. Grant Wilson, abogado y director ejecutivo de Earth Law Center, comenta a Tendencias que aunque la norma ha sido usada tradicionalmente para buscar la devolución de artefactos funerarios, los “objetos sagrados vivientes están protegidos bajo la letra de la ley. Sk’aliCh’elh-tenaut es sagrada para los Lummi y se la arrebataron a ellos. Debe ser devuelta”.

El asesor agrega que pese a la reticencia de Miami Seaquarium, aún existe esperanza de que el parque acceda a colaborar con los Lummi para liberar a Lolita. Hoy existe un creciente rechazo al cautiverio de cetáceos y otras especies, y países como Francia ya han prohibido la adquisición y la cría de orcas y delfines en parques marinos. Ante esta presión pública, algunos recintos han decidido dar un paso al frente: un ejemplo es el National Aquarium que opera en Baltimore, Estados Unidos. Desde 2016, ese parque trabaja en el traslado de todos sus delfines nariz de botella a un “santuario oceánico”. Se trata de un corral separado del mar abierto por barreras, pero que es entre 50 y 100 veces más grande que el estanque donde vivían los delfines  y que, además, les permite desenvolverse en un ambiente natural con peces y plantas acuáticas. Varias instalaciones similares han surgido en las costas de países como Australia e Islandia.

“Seguimos en contacto con Miami Seaquarium y sus compañías matrices. Nuestra esperanza es que escuchen tanto las perspectivas indígenas de nuestros clientes Lummi, así como a la comunidad científica y al público general, que cada vez se preocupa más por el tratamiento que reciben Sk’aliCh’elh-tenaut y otras orcas cautivas. El Seaquarium y sus empresas matrices aún pueden hacer lo correcto. Sin embargo, si no podemos llegar pronto a un acuerdo,  Earth Law Center perseguirá todas las opciones legales que lleven al regreso de Sk’aliCh’elh-tenaut”, afirma Wilson.

En el intertanto, los planes para el eventual retorno de Sk’aliCh’elh-tenaut ya están avanzando. Gracias a fondos recolectados durante años, los Lummi contrataron los servicios de Whale Sanctuary Project, una organización sin fines de lucro que está creando en la costa atlántica de Canadá un refugio permanente para cetáceos que han estado en cautiverio y que ahora también está elaborando una propuesta para devolver a la hembra al Mar de los Salish. Su director es Charles Vinick, quien en 1998 ayudó a liberar en Islandia a la orca Keiko que protagonizó la famosa película Liberen a Willy.

Ella no está completa sin su gente. Es un testamento a su espíritu que haya sobrevivido tanto tiempo y que siga siendo tan fuerte.

Raynell Morris (Squil-le-he-le) y Ellie Kinley (Tah-Mahs).

Pese a los esfuerzos que se hicieron en esa ocasión, ese macho nunca logró reconectarse con otras orcas y finalmente falleció en 2003. Con el fin de evitar que Sk’aliCh’elh-tenaut tenga ese mismo final, la idea sería liberarla inicialmente en un gran corral marino instalado en las Islas San Juan, muy cerca de Penn Cove. Allí tendría provisión constante de comida y atención humana, además de ser entrenada por expertos para que desarrolle habilidades básicas como atrapar peces vivos y nadar a alta velocidad.  Recién entonces podría salir a mar abierto y, quizás, interactuar con su familia original y su madre, Ocean Sun.

“Keiko no fue capaz de reunirse con las orcas que no le eran conocidas. Las orcas se aglutinan en familias centradas en las madres, y Keiko nunca pudo encontrar a la suya”, explica Howard Garrett. En cuanto a Sk’aliCh’elh-tenaut, el activista explica que estos cetáceos empiezan a capturar su propio alimento cuando tienen cerca de un año. “Ella fue atrapada cuando tenía cuatro. Con su gran cerebro y al contar con varios años de experiencia en la búsqueda de comida antes de su captura, es probable que no haya olvidado cómo cazar peces. Es como andar en bicicleta; ese talento reaparecerá cuando se presente la oportunidad. Ella también practica nadar velozmente, pero al estar en un espacio más amplio necesitará aumentar su resistencia durante meses. Eso se puede lograr mientras está en un corral marino”, señala.

Al igual que sus asesores legales, los Lummi dicen tener la esperanza de que los propietarios del Miami Seaquarium finalmente les permitan llevar a Sk’aliCh’elh-tenaut a su hogar. “Ella no está completa sin su gente. Es un testamento a su espíritu que haya sobrevivido tanto tiempo y que siga siendo tan fuerte. Creemos que sabe que su familia la está esperando y que trabajamos por su retorno. Ella aún canta la canción que le enseñó su madre cuando era joven”, aseguran Raynell Morris (Squil-le-he-le) y Ellie Kinley (Tah-Mahs).

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