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La falta de munición merma la capacidad de Ucrania de defenderse y contraatacar a Rusia

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En verano pasado, el Ejército de Ucrania disparaba una media de 7.000 proyectiles de artillería al día, frente a los 5.000 de su enemigo ruso. Transcurridos ocho meses de guerra, esta comparativa no solo se ha invertido, sino que presenta unos números francamente desfavorables para el bando defensor: 2.000 disparos realizados por los locales, contra 10.000 de sus oponentes. En otras palabras, una proporción de uno a cinco a favor del Kremlin. Esta escasez de munición, que algunos medios llegan a calificar de “hambre” en un conflicto armado donde la artillería precisamente está jugando precisamente un papel preponderante, a la que se añade además el insuficiente número de baterías antiaéreas enviadas hasta ahora desde Occidente, está obligando a los mandos militares ucranianos no solo a racionar proyectiles y metralla, sino también a aplazar sine die operaciones ofensivas y a realizar dolorosas listas de prioridades sobre qué objetivos o escenarios defender.

“Sí, estamos afrontando una gran carestía”, confirma para EL PERIÓDICO Serhiy Gerasymchuk, vicedirector de Iniciativas Regionales en Prisma Ucraniano, un centro de análisis internacional que colabora con el poder legislativo y el Gobierno local. “La UE no estaba preparada para una guerra total como esta, pero en la primera parte de la guerra logramos superar esta limitación gracias a las enormes cantidades de munición que la URSS dejó en Europa del este”, explica el analista.

Una vez agotados los estocs de la era soviética, han aparecido problemas políticos precisamente con dos de los aliados europeos -Polonia y Eslovaquia- cuya contribución en este campo estaba siendo más significativa. De hecho, Robert Fico, el flamante primer ministro eslovaco emergido en los comicios de septiembre de Dirección-Social Democracia, de ideología izquierdista, populista y nacionalista, hizo campaña en contra del apoyo militar a Ucrania y nada más llegar al poder afirmó que no enviaría más munición al país vecino, aunque posteriormente ha matizado sus palabras.

Engrasar maquinaria

Los números revelan que, mientras Rusia ha colocado ya su economía al servicio del conflicto y se prepara para una larga guerra de desgaste, a Europa le está costando mucho más engrasar su maquinaria de producción bélica para satisfacer las necesidades de su aliado ucraniano. Para el año 2023, la UE había prometido fabricar un millón de proyectiles de 155 milímetros, una cifra que no logró alcanzar. Para el presente ejercicio, se ha comprometido a enviar al país eslavo, 1,1 millones de unidades, aunque, dados los precedentes de incumplimiento, existen numerosas dudas al respecto en Kiev.

Para que el suministro de munición sea efectivo, es importante que exista una logística adecuada y que las plantas de fabricación se instalen cerca de la línea de frente, ya sea en el mismo territorio de Ucrania a salvo de la ocupación, ya sea en los países vecinos. Rheinmetall, el principal fabricante de armas de Alemania, ha anunciado la construcción de una planta de ensamblaje y reparación de tanques, una iniciativa que ha sido recibida con amenazas de destrucción por parte de Dmitri Medvédev, expresidente ruso y vicesecretario del Consejo de Seguridad de Rusia. “Hay muchas fábricas que están produciendo bienes militares en Ucrania, esta será una más y la podemos proteger”, se limitó a reaccionar, desafiante, su presidente, Armin Papperger.

En el resto de categorías de armas, los dirigentes ucranianos demandan más baterías antiaéreas, tanto BGT IRIS-T, desarrollada a finales de los 90 por seis países europeos, incluida España, en un proyecto de liderazgo alemán, como MIM 104 Patriot, de fabricación estadounidense, cuyo despliegue es vital para defenderse de un enemigo que ha apostado claramente por desbordar las defensas de Kiev mediante masivas oleadas de drones o proyectiles.

Ello está obligando en la actualidad a los mandos ucranianos a decidir donde es más eficaz desplegar este tipo de armas, ya sea en las ciudades, para proteger a los civiles, o en el frente militar, para resguardar a los soldados. “Cualquiera de las opciones es mala”, admite Gerasymchuk. Kiev también demanda proyectiles de largo alcance, ya que los actuales, los HIMARS, que pueden impactar a un objetivo situado en un radio de un centenar de kilómetros, son buenos “para el frente, pero no para desalentar” los ataques de Rusia.

En cualquier caso, dirigentes políticos y militares ucranianos intentan en estos días controlar la ansiedad e incertidumbre que les genera la situación política en EEUU, donde en noviembre podría resultar elegido un presidente, Donald Trump, que milita abiertamente y sin ambages contra el envío de ayuda financiera y militar a Ucrania y cuyo órgano legislativo aún no ha logrado aprobar el paquete de ayuda de 61.000 millones de dólares destinado al país eslavo, la mayoría del cual se destinará a la adquisición de armamento.

“He hablado con muchos en el Gobierno (ucraniano) y me dicen que no hay plan B si el Congreso (de EEUU) no logra aprobar la ayuda”, admite Gerasymchuk. Según su opinión, Europa carece de “capacidades financieras o industriales” para suplir el hueco que hubiera dejado por EEUU. Sin las armas estadounidenses, considera este experto, es probable que Ucrania se vea obligada a “ceder más territorio”, aunque descarta una rendición de su país. “Para nosotros, esta es una guerra existencial, no tenemos opción, Putin ha demostrado ya cuáles son sus intenciones hacia Ucrania”, concluye.

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