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Grietas en la Unión Europea

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El embargo de las importaciones de petróleo ruso se ha convertido en la primera gran prueba de fuego que debe enfrentar la Unión Europea para preservar su unidad de acción en la crisis ucraniana. Las dificultades para aprobar la sexta tanda de sanciones a Rusia, que incluye el referido embargo, sitúa a los Veintisiete frente al problema de que dos países, Hungría y Eslovaquia, resultan especialmente perjudicados por el objetivo europeo de privar a Vladímir Putin de los ingresos procedentes de la exportación. La imposibilidad de los representantes permanentes de alcanzar un preacuerdo que facilitara las cosas al Consejo Europeo que empezó este lunes es elocuente de los riesgos de que, en la presente fase de estancamiento de la guerra, la solidez con la que la UE ha encarado la crisis hasta ahora se tambalee.

Incluso la propuesta que limita el embargo al suministro de petróleo por vía marítima, pero no al que llega por oleoducto, ha topado con reticencias por parte de Viktor Orbán, tan dependiente del crudo ruso como renuente a incomodar a Putin. Aunque la garantía de que en caso de cancelación por Rusia del suministro los socios europeos acudirán en su ayuda pueda convencer a los gobiernos de Hungría y Eslovaquia y aunque estos consigan algún beneficio indirecto, el precedente de Alemania y otros estados, que siguen recibiendo gas ruso, y la decisión de Italia de plegarse a la exigencia de Moscú de pagar el gas en rublos suman demasiadas grietas y excepciones ya a los intentos de la Comisión Europea de plantear paquetes de sanciones cada vez más compactos y contundentes.

El hecho es que la prolongación de la guerra erosiona la unanimidad de los gobiernos de la UE. Algo previsible y que amenaza abrir una o varias nuevas brechas mientras el entorno del presidente Volodímir Zelenski no deja pasar ocasión para recordar que persigue la victoria y reclama a Occidente que multiplique la ayuda militar, en parte porque tal exigencia forma parte de la propaganda para consumo interno, en parte porque algunos de los asesores del presidente creen que la victoria es posible. Aunque ningún dato permite vislumbrar que tal hito esté a su alcance y, aún menos, que Putin y sus generales vayan a aceptar un desenlace de los combates sin ganancias territoriales.

Entretodos

El ejercicio de ‘realpolitik’ del presidente de Francia, Emmanuel Macron, cuando se preguntó cuánto tiempo más habrá que esperar hasta que el Gobierno ucraniano se plantee qué concesiones territoriales está dispuesto a aceptar, puede parecer una forma excesivamente descarnada de afrontar los hechos, pero es preciso ceñirse a vectores objetivos. La guerra ha distorsionado la recuperación económica a la salida de la pandemia; Estados Unidos plantea la ayuda a Ucrania no solo como una exigencia moral, sino también como una forma indirecta de debilitar a Rusia, obligada a sufragar una guerra tan sangrienta como costosa; y los europeos, salvo desenlace imprevisible, deberán gestionar contradicciones cada vez mayores conforme se alargue la batalla, situaciones llenas de riesgos para dejar a salvo su cohesión interna. Ahí está la discusión sobre el embargo petrolífero para evaluar hasta qué punto es sostenible para los europeos aumentar el coste inducido por las sanciones a Rusia. De la misma manera que para el régimen ucraniano le es ineludible sopesar (a él le corresponde, no a ningún dictado exterior) cuál debe ser el límite de la resistencia heroica de una sociedad devastada por la guerra, con millones de desplazados internos y de refugiados en el extranjero. De la respuesta a ambas preguntas depende la dimensión final del parte de daños.

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