“Hay que intubar”. Esas fueron las últimas palabras que Ramiro Domínguez (Madrid, 1967) escuchó la madrugada del 24 de diciembre de 2020 en una camilla de la Fundación Jiménez Díaz, en Madrid. Después de 14 días en coma inducido, lo siguiente fueron aplausos y pensar “me he salvado”. Entre medias, algo muy extraño: un sueño en el que se mezclaban el cadáver de un británico en Marruecos, la venta de la casa de sus padres en Cádiz a unos ricos mexicanos y la subida a un barco-edificio que recorría canales ficticios de Andalucía y Castilla-La Mancha. “Y todo con una sensación muy, muy real”, cuenta ahora por teléfono a El Confidencial ya plenamente recuperado del covid que casi le envía ciertamente a un barrio muy distinto. Esta historia onírica no se ha perdido, ya que de la mano del escritor Recaredo Veredas la ha dejado plasmada en ‘Vida después del sueño. Apuntes de un renacer’, que ha publicado en Sílex, la editorial que él mismo regenta desde hace 35 años, con más de 600 libros publicados.
Entonces, ¿hay vida durante el coma?, le pregunto. “Desde luego, sientes y padeces, sí, y escuchas cosas que metes dentro del sueño. Era todo muy certero. Yo notaba cuando me cogían las manos y me ponían el antibiótico y no debería porque estaba en coma. Pero la cuestión es que sentía todo, pero era raro porque, por ejemplo, el antibiótico se llamaba La dama del lago, fíjate qué nombre tan bonito”, comenta sobre aquellos momentos en los que su cuerpo se debatía entre la vida y la muerte en la UCI.
Mientras todo el personal sanitario luchaba por que la neumonía bilateral que había desarrollado no se cebara con él, Domínguez transitaba por un mundo en el que, como en los sueños, aparece gente de aquí y allá, y los lugares más estrambóticos, sin mucha correlación entre sí. “Pero era alucinante porque lo sentí muy real. Además, es un sueño que tiene una continuidad, con un principio y un final. Y yo olía, sentía, hablaba con la gente, era casi tangible”, rememora. Por eso una de las cosas que hizo primero tras despertar fue llamar a su madre preguntándole si iban a vender la casa de Cádiz. “Es que no sé ni por qué iba a hacer eso. Y además a unos mexicanos. Y tampoco sé por qué soñé con ir a Marruecos si solo he estado una vez. Y lo de acabar en un centro covid que pertenecía a una empresa holandesa y que estaba en la sierra de Grazalema… Es que no tiene ningún sentido”, afirma más de un año después.
Entonces, ¿hay vida durante el coma? “Desde luego, sientes y padeces, sí, y escuchas cosas que metes dentro del sueño. Es todo muy real”
El despertar también estuvo lleno de extrañeza. Se unían la enfermedad, el sueño y la acción de los opiáceos. “Fue muy extraño porque yo escuchaba que me aplaudían y en ese momento creía que todavía estaba en Sevilla en ese barco-edificio que se va moviendo por los canales ficticios en Andalucía y Castilla. Parte de ese momento, como todavía me dan opiáceos, sí sé que es real, pero hay otros momentos en los que el sueño volvía porque, de repente, escuchaba: ahora vamos a poner otra vez el motor del barco y nos vamos a ir a Córdoba o a una cena en un sitio cerca del Pacífico. Todo era así. Y luego todo se volvía muy real porque el opiáceo hacía su efecto…”, recuerda Domínguez.
Regreso a la Movida
Pero algunas cosas sí tienen su sentido. De eso se dio cuenta cuando, tras salir del hospital el 31 de enero del año pasado, se puso a comentar toda la historia con su amigo Recaredo Veredas. Fue él quien le convenció de grabar las conversaciones —”las teníamos todos los viernes”— y después escribir un libro en el que todo aquello quedara reflejado. “Él ha hecho el trabajo de verdad. Son mis vivencias, pero él ha buscado que el texto tuviera fuerza y sentido en el lector”, insiste Domínguez.
Y de la muerte comenzaron a hablar de la vida. Los días que este editor estuvo ingresado fueron de los más fríos en Madrid en las últimas décadas. Fueron los días de Filomena. “Y yo también nací cuando en Madrid cayó una gran nevada un 26 de abril”, rememora. En el sueño se cruzan también dos personas importantes… Una ficticia y otra real: la primera es Teodoro, un fotógrafo de la Movida madrileña que tenía imágenes de Pedro Almodóvar, Carmen Maura, Rossy de Palma… La segunda es su hermano David, que murió, en parte, arrasado por algunas consecuencias de la Movida (llámense drogas y alcohol).
La Movida se torna así crucial en el libro. Una Movida que es bastante emocional y que, más que sonar divertida, encoge el alma. “Hubo mucha gente que la vivió y no le pasó nada, pero quiero hablar de mi experiencia propia”, recalca Domínguez, quien recuerda aquellos años muy alejados de lo que después se ha mostrado en libros y documentales. Es cierto que por el libro aparecen el Rock-Ola, el King Creole, el Agapo, todo lo que se concentraba en Malasaña en los ochenta, lo divertido y lo que no lo era tanto como las peleas entre tribus. De hecho, Domínguez era ‘mod’ y más de una vez se vio envuelto en follones con los ‘rockers’, “que eran peligrosos”.
La Movida es más sucia, más cutre, más de lavabos empantanados y más de una muerte, como la de su hermano David
“Mi experiencia es la de una movida ‘underground’. Nuestro rollo era más alternativo y no participábamos en los grandes eventos. Fuimos a Rock-ola, a la Morasol… Lugares donde se vivía todo aquello, pero no de la misma manera. Nosotros íbamos a nuestra manera, éramos más independientes y más ‘underground’. Íbamos al Agapo, que era un sitio bastante ignominioso y a la vez maravilloso. Pero eran ya los últimos coletazos de todo aquello”, apunta. La Movida que se lee en el libro, desde luego, tiene poco que ver con la memoria que se ha querido hacer después: es más sucia, más cutre, más de lavabos empantanados y más de una muerte, quizá no en ese momento, pero sí años más tarde, como la de su hermano David.
La salvación de los libros
Él es pieza central porque iba a ser el heredero de Sílex, la editorial que había montado su padre en 1967 y que se dedicaba a libros de arte académicos. La tarea le cayó a Ramiro en 1987, con solo 20 años y después de algunos tarambaneando por Madrid. “Y me toca enfrentarme con un exdirector del Museo del Prado a hacer un libro. Pero eso cambió mi vida. En cuanto hice ese primer libro me dije, si puedo, esto es lo que quiero hacer el resto de mi vida. Y aquí estoy 35 años después. Me enamoré locamente de la edición”, sostiene. Desde entonces ha editado más de 600 libros y desarrolló el proyecto de su padre, pasando de libros de arte a ensayos de Historia, más divulgativos, “al estilo británico, que no se hacían en España, y he buscado otro tipo de ensayo como el de Paco Bescós [‘ Las manos cerradas’] o el de Eduardo Laporte de música [‘ En presencia de Battiato’]”.
Y en esas estaba cuando le cazó el covid y casi le mata. Le pregunto si es cierto que una experiencia así cambia la vida. “Pues yo creía que sí, pero el día a día te va volviendo a recolocar como el mundo parece que quiere que seas”, reconoce. Ahora bien, algunas cosas sí se ven distintas, empezando por uno mismo. “Yo me creía inmortal y eso es la mayor chorrada del mundo. Pensaba que no me iba a pasar nada. Así que es una buena terapia, pero también hay que relativizar las cosas y seguir el día a día. Por eso yo estaba deseando volver a la rutina y tener actividad sin grandes alharacas. De hecho, enseguida me puse a trabajar”, señala.
“Yo me creía inmortal y eso es la mayor chorrada del mundo. Pensaba que no me iba a pasar nada. Así que es una buena terapia”
En el libro, Domínguez cuenta que cuando empezó el confinamiento fue de los más paranoicos, de los que salían de casa lo justo para comprar comida. Después, aquel verano, se relajó. Sin embargo, tras pasar la enfermedad, no se ha quedado en él ningún miedo. Al contrario, estaba deseando que llegara el final de las mascarillas en los interiores y que se tomen medidas de relajación. “Lo veo con mucha alegría. No sé si es acertado que sea tan pronto… Eso el tiempo lo dirá, pero creo que el ser humano es alguien social que necesita de las personas y de vernos y de gesticular, escucharnos, sentir… Y eso con las mascarillas es más difícil. Hay que volver a lo normal. La vida ha cambiado, pero, mira, hoy hace sol, hace un día estupendo y eso es lo que hay que pensar”, concluye.
“Hay que intubar”. Esas fueron las últimas palabras que Ramiro Domínguez (Madrid, 1967) escuchó la madrugada del 24 de diciembre de 2020 en una camilla de la Fundación Jiménez Díaz, en Madrid. Después de 14 días en coma inducido, lo siguiente fueron aplausos y pensar “me he salvado”. Entre medias, algo muy extraño: un sueño en el que se mezclaban el cadáver de un británico en Marruecos, la venta de la casa de sus padres en Cádiz a unos ricos mexicanos y la subida a un barco-edificio que recorría canales ficticios de Andalucía y Castilla-La Mancha. “Y todo con una sensación muy, muy real”, cuenta ahora por teléfono a El Confidencial ya plenamente recuperado del covid que casi le envía ciertamente a un barrio muy distinto. Esta historia onírica no se ha perdido, ya que de la mano del escritor Recaredo Veredas la ha dejado plasmada en ‘Vida después del sueño. Apuntes de un renacer’, que ha publicado en Sílex, la editorial que él mismo regenta desde hace 35 años, con más de 600 libros publicados.