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Columna de Paula Escobar: Fumar opio

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“Quien propuso por primera vez un acuerdo para una nueva Constitución fuimos nosotros”, dijo el Presidente Piñera en una entrevista a TVN esta semana.

Muchos presidentes entran en una fase de “ansiedad de legado” hacia el final de sus mandatos. Les desvela su paso a la historia e influir en cómo serán recordados. Más aún cuando se ha tenido tan baja aprobación ciudadana.

También son conocidos ciertos rasgos de carácter del Presidente Piñera que podrían agudizar aún más esa ansiedad de reconocimiento.

Pero ello no le da derecho al Presidente a fabricar una narrativa de autobombo afirmando cosas que no son. Porque los y las chilenas no somos tan desmemoriados como para no recordar que si hay una figura presidencial que impulsó con toda su fuerza un proceso constituyente fue la Presidenta Michelle Bachelet en su segundo mandato.

Ese gobierno, tan ácidamente criticado y combatido, estaba basado en un diagnóstico de la Presidenta que era acertado, qué duda cabe. Que el nivel de malestar acumulado en Chile nos hacía estar literalmente sentados en una olla de presión, que la desigualdad de ingresos y de trato no eran más tolerables en Chile y que, en definitiva, el traje impuesto por la Constitución del 80 no daba para más. Era una especie de corsé que impedía que la sociedad chilena enfrentara esas injusticias sociales y evolucionara para dar el salto hacia un desarrollo con mayúscula. Porque, más allá de los rankings internacionales -en que siempre Chile era el alumno mateo de la región-, había otros indicadores (invisibilizados, pero esenciales) en los cuales el mateo se sacaba nota roja.

La historia del cambio de la Constitución proviene desde el nacimiento mismo de la Constitución del 80, pero fue Bachelet quien desde La Moneda impulsó en concreto el desarrollo de una nueva Constitución. Y su diagnóstico incluía, además, la crisis de confianza en las instituciones políticas. Por ello, puso énfasis en la participación ciudadana como modo de legitimación. Contra viento y marea empezó, entonces, el proceso constitucional.

Empezaron los ELA, Encuentros Locales Autoconvocados y se despertó un ánimo constituyente: personas conversando en las plazas, en cabildos ciudadanos, desde donde se recogieron miles de respuestas y se relevaron las prioridades y las injusticias de nuestro modelo de desarrollo, y también los sueños y las esperanzas.

Pero la Presidenta se quedó sola en este esfuerzo constitucional. No tuvo ni el apoyo ni menos el acuerdo político necesario. Seamos claros: la derecha no estuvo nunca disponible para una nueva Constitución. Y la tensionada Nueva Mayoría tampoco apoyó masivamente. Recordemos que un connotado senador dijo que pensar en una nueva Constitución era “fumar opio”.

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De todos modos, días antes de terminar su gobierno, la Presidenta entregó el proyecto constitucional. Llegó el nuevo gobierno del Presidente Piñera. Y el proyecto quedó guardado en un cajón.

El ministro del Interior, Andrés Chadwick, puso la lápida final cuando en Icare declaró que “no queremos que avance el proyecto de nueva Constitución presentado por Michelle Bachelet”.

Sacó grandes y entusiastas aplausos de los empresarios presentes en la reunión.

Hasta que llegó el estallido social de octubre de 2019, que es el gatillante claro de todo este proceso, imposible negarlo. En medio del caos y del callejón sin salida, en el momento en que la olla a presión estalló, finalmente se hizo claro que no era un fumadero de opio lo que había hecho la Presidenta Bachelet.

Parece, de hecho, que los que estaban en modo opiáceo eran otros, que nunca vieron o quisieron ver lo que estaba al frente de sus ojos. Esto es, que era prioritario reemplazar la Constitución del 80 por una hecha en democracia, y que fuera habilitante de los cambios sociales necesarios para vivir en prosperidad compartida, requisito básico para la paz social.

El acuerdo del 15 N -gracias al cual hoy estamos en esta etapa- se debe a todos y todas las que lo apoyaron y firmaron, de derecha a izquierda, y esos nombres sí entrarán a la historia con mayúscula. Y el Presidente, por cierto, tiene su mérito en aquel proceso. Pero de ahí a que diga que “nosotros fuimos” quienes primero propusieron una nueva Constitución, no. Eso es incorrecto históricamente y es, además, una tremenda injusticia con su antecesora, pues invisibiliza su visión y su aporte en este sentido. Hoy en día, en que todo lo relacionado a los años posdictadura es puesto en cuestión y mirado con sospecha, es importante -bien lo debiera saber el Presidente- dejar de ningunear los logros que fueron relevantes de esos años. Como éste, que es el antecedente más importante de propuesta de una nueva Constitución para Chile y que fue obra de la Presidenta Bachelet.

Fabricar un legado apropiándose de legados ajenos es una falta de respeto al otro y también a sí mismo.

Es de suponer que no es así cómo el Presidente quiere pasar a la historia.

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