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Rusofobia: cortar lazos culturales con Rusia es fortalecer a Putin

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No me escondo: amo Rusia, amo su cultura, conozco su historia al dedillo, hasta sentirla absurdamente como parte de la mía. No voy a ocultarlo ahora, no pienso ocultarlo ahora, pues he hecho gala de esto siempre que he podido. Mi primera novela se ambienta en San Petersburgo y mi segunda novela se llama Siberia. He escrito sobre Bulgákov, Dostoyevski, Tolstoi, Turgenev, Ajmátova o Dovlátov entre otros, y prologué la edición española de un libro de Zamiatin. En noviembre estuve a punto de dar una charla en Rusia pero lo impidió el covid, y voy a las exposiciones de la Casa de Rusia en Barcelona, que ahora está cerrada a cal y canto. Han quitado hasta los carteles.

No apruebo uno solo de sus sistemas políticos: he leído a fondo sobre los horrores del imperio de los zares y sobre los horrores de la Unión Soviética. Son dos experimentos fallidos e inhumanos. También conozco la autocracia de Putin y la detesto: quisiera para los rusos la libertad que algunos de sus mejores genios imaginaron. Es un nacionalista autoritario al que me gustaría que echaran polonio en el borch.

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Por la parte de Ucrania, es un país que he tenido la suerte de conocer en un viaje en 2010, cuando ganó Yanukóvich, durante el que tuve la oportunidad de visitar pequeñas aldeas y conocer a los campesinos, además de pasear por Kiev y tocar la puerta de la casa de mi ídolo Mijail Bulgákov. La foto que veis aquí debajo la hice yo mismo en una aldea cercana a Chernóbil, donde un hombre dio a probar vodka a su cerdo para que nosotros entendiéramos que podíamos beberlo.

Foto de una aldea cercana a Chernóbil.

Creo que hay que armar a los ucranianos para que se defiendan, y que las sanciones económicas deberían ser todavía más estrictas: salir perdiendo nosotros hasta que Putin tenga problemas con sus élites económicas, que son las únicas que pueden pararlo. Así que también apoyo el boicot a las empresas rusas, y a los oligarcas. En esta guerra estoy con Ucrania, casi como cualquiera.

Pero ahora, hecho el auto de fe, me permitirán ustedes un alegato contra la rusofobia asquerosa que está proliferando en Europa, y contra los estúpidos movimientos de la cultura occidental para desconectar Rusia. Estúpidos por contraproducentes. ¡Desconectar Rusia y Occidente es lo que Putin quiere, idiotas!

Rusofobia

El lunes, cuando la Unión Europea decidió cerrar en nuestro territorio las emisiones de los órganos de propaganda del Kremlin “Sputnik” y “RT”, escribí un artículo advirtiendo de que con esa decisión, aparentemente justificada, nos dirigíamos a una pendiente resbaladiza. Pude escribir eso porque he estudiado lo que pasó con la cultura alemana en Estados Unidos durante la Primera Guerra Mundial, entre otros episodios de la historia. La historia dice más sobre el futuro que el periódico.

Así que he usado los periódicos para contrastar lo que los libros de historia me habían dicho. El resto de la semana me he dedicado a recopilar ejemplos que confirman que no estoy equivocado. Mientras el periodista español Pablo González sigue encarcelado en Polonia, acusado de espionaje prorruso, se han cancelado las actuaciones de los ballets rusos por toda Europa porque sus bailarinas no se han significado. Se ha sacado también a Tchaikovski de la programación de la orquesta de Zagreb.

Han despedido a Valery Gergiev en la filarmónica de Múnich y cancelado la temporada en el Metropolitan de la soprano Anna Netrebko, quien ha dicho, y esto me parece importantísimo, que le parece injusto que ahora los rusos tengan que dar su opinión política para poder actuar en Europa. Más todavía cuando, como ella, se dedican a cantar lo que algunos italianos muertos dejaron en sus libretos. ¿Qué más da lo que piense un actor, un cantante, un pianista? Pero qué os puedo decir: tenemos práctica cancelando actores por sus ideas políticas (reales o sospechadas) por aquí.

Foto: Anna Netrebko, en una imagen de archivo. (Getty)

Parece que la situación actual obliga a los rusos a hacer un auto de fe como el que yo he hecho arriba. Pero es indigno —impropio de una democracia— exigirle eso a nadie, sobre todo si somos el estandarte de esos derechos humanos que Putin aborrece. Tan injusto es reclamarle a un cantante que manifieste una opinión que puede ponerlo en peligro en su país, como exigirle a un artista que va a viajar a Rusia que escriba una carta de amor a Putin.

Europa no está castigando solo a los propagandistas oficiales (como “RT” y “Sputnik”). Es la identidad rusa lo que se pone en la diana y por eso se han atacado tiendas rusas, restaurantes rusos y a alumnos rusos en los últimos días en varios países europeos y en Estados Unidos. Todo esto está ocurriendo en el contexto de un Occidente idiotizado, hipnotizado por el identitarismo. Solo en ese contexto se puede creer que “Rusos = Rusia = Putin = Genocidio”. Hay varios saltos locos ahí.

Un restaurante de Zaragoza deja de poner ensaladilla rusa y una sala de conciertos de Barcelona deja de servir vodka

El nivel de cancelación rusofóbica está llegando a extremos ridículos. Se han expulsado árboles rusos del concurso al mejor árbol de Europa y gatos rusos del concurso de los mejores gatos. No es broma, como no lo es que un restaurante de Zaragoza deja de poner ensaladilla rusa, que un bar de Coruña se niega a servir a rusos y bielorrusos, o que una sala de conciertos de Barcelona deja de servir vodka “en solidaridad con Ucrania”. Mientras tanto, la Filmoteca de Andalucía cancela la proyección de ‘Solaris’, de Tarkovski, “debido a la delicada situación mundial”, según le han dicho a Josema Jiménez.

Nada de esto sirve para ganar una guerra, ni para frenar a Putin. Solo da la razón a la línea maestra de su propaganda interna del Kremlin, ampliamente difundida estos días por “RT” y “Sputnik”: Occidente odia a Rusia y a los rusos. Nada de esto es fértil, ni estratégico. Todo es fruto del pánico identitario, de la confusión entre Putin y la cultura de su país, que provoca un movimiento que solo tendrá como consecuencia alejar a los rusos de los occidentales y a los occidentales de los rusos: lo que Putin quiere, y lo que nosotros deberíamos evitar.

Foto: Natalia, ucraniana, junto a Sergei, ruso, en el bar que regenta el segundo en Torrevieja. (Manuel Lorenzo Ramón)
La parábola de Torrevieja: la ciudad donde rusos y ucranianos conviven como hermanos

Guillermo Cid. Torrevieja Infografía: Rocío Márquez y D. Ojeda Fotografías: Manuel Lorenzo

El caso del curso de Dostoyevski cancelado en una universidad de Milán es particularmente sintomático. Levantó tanta polvareda que el rector volvió a admitirlo, según leo en la prensa, pero no es así. He hablado con el profesor Paolo Nori para preguntarle, y me dice que no, que su curso no se impartirá, porque el rector le exigía meter autores ucranianos en su monográfico sobre Dostoyevski. Vamos a leer despacio la frase anterior: autores ucranianos en un curso monográfico sobre Dostoyevski. ¿Qué es esto, sino identitarismo idiota?

Mientras tanto, el alcalde de Florencia, Dario Nardella, ha declarado en Twitter que no cede a las presiones para derribar la estatua de Dostoyevski de la ciudad, lo que implica entender que esas presiones existen, como existen aquí las presiones de algunos bobos para derribar estatuas de Colón, o como existieron en Estados Unidos para arrancar la de Miguel de Cervantes. Todos estos movimientos están relacionados: la conquista de Ucrania resuena en un Occidente que ha hecho ejercicios de calentamiento con lo que llaman cultura de la cancelación y yo llamo narcisismo tribal.

Putin gana

Eso, por lo que respecta a la actitud de Occidente en sus propios territorios, pero lo que más me revienta es la actitud de los artistas, productores y distribuidores occidentales hacia Rusia. Alguien tendría que preguntarse hoy, mientras todo Dios cancela sus actuaciones en Moscú, por qué Putin está tan interesado en mantener abiertos en Occidente medios como “RT” y “Sputnik“. ¿En serio nadie va a pensarlo? ¿Es pereza?

El autócrata lleva años esparciendo propaganda por nuestros países porque sabe que penetrar en la mente del enemigo es clave en un hipotético conflicto. Pues bien: ¿por qué narices nuestros artistas dejan de ir a Rusia ahora? ¿Qué puñetero sentido tiene, sino beneficiar al autócrata fingiendo que se le hace daño? En nada beneficia al pueblo ucraniano que Iggy Pop o Franz Ferdinand dejen de actuar en Rusia, como han decidido hacer. En nada beneficia a Ucrania que los rusos críticos con Putin reciban una bofetada occidental en la cara. Al contrario.

Durante los años de la hambruna en Corea del Norte, el régimen tuvo que levantar la bota al comercio clandestino para que el pueblo no se muriera de hambre. Los norcoreanos cruzaban un río y traían de China arroz, pero también reproductores de DVD y discos de series chinas y surcoreanas. Esto fue la semilla de un despertar cultural increíble en el país más hermético y aislado del mundo. Uno de los mayores esfuerzos de Kim Il Sung había sido cerrar con cremalleras los ojos y los oídos de los norcoreanos a cualquier mensaje cultural que pudiera venir de fuera.

La influencia cultural extranjera, pasada por la frontera de tapadillo, permitió a muchos norcoreanos conocer la vida en esos países demonizados por su tirano. Las semillas todavía no han germinado, pero es posible que un día lo hagan. De cualquier forma, hoy hay muchos más norcoreanos que saben que en Corea del Sur se vive mejor que cuando solo tenían a su disposición la televisión estatal.

¿A quién beneficia, sino a Putin, que las productoras y distribuidoras de películas occidentales y los artistas de pop y de rock se cuelguen estos días medallas anunciando que cancelan sus conciertos en Rusia? ¡Es precisamente lo que Putin desea! ¡Que no pisen su país, que no influyan en su gente! El sueño de un tirano hecho realidad por una bola de meapilas que no han pensado en las consecuencias de sus actos ni quince segundos.

Netflix, Disney, HBO: tontos útiles al servicio de Putin, vanidosos que no calculan las consecuencias

Netflix, Disney, HBO, Universal, Iggy Pop, Franz Ferdinand: tontos útiles al servicio de Putin, vanidosos, gregarios. Ellos, que podrían hablar contra el régimen desde el escenario sin tanto riesgo como un ruso, que podrían ayudar a abrir la válvula que Putin quiere mantener cerrada, que podrían “contaminar” el fortín nacionalista con un poco de veneno democrático, deciden abandonar a los rusos a su suerte, como si todos fueran Putin, y no tocar un país que los necesita más que nosotros.

En un mundo que funcionara con cierto sentido de la lógica, las cosas ocurrirían así: los artistas occidentales tratarían de actuar en Rusia y Putin les prohibiría la entrada. Pero en este mundo, por el contrario, le están haciendo el trabajo sucio para quedar bien en Twitter. Que vayan a tocar a Moscú, se caguen en Putin en el escenario y luego le den el dinero a Zelenski. Que entren en Rusia con un visado de artista, se planten en el Kremlin y le peguen cuatro bofetadas para morir heroicamente.

Rusia avanza del autoritarismo al totalitarismo: Todos los medios independientes han sido silenciados en Rusia. Las redes sociales cortan el cable, por decisión de Putin o de las tecnológicas americanas. Y ya no se puede seguir allí la BBC, ni CNN, ni Bloomberg. Podíamos haber dejado que Putin censurase toda influencia extranjera y habría quedado como el malo, pero hemos tenido que correr a ponernos medallas.

¿En serio ayudar a que los rusos comunes se sientan odiados y despreciados por Occidente, como el papaíto Putin les había dicho, es lo mejor que se les ha ocurrido? Pues sí. Pero es normal. Porque la lógica de la cancelación es, por encima de todo, decir que la ceguera proporciona la vista.

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