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¿Regar el desierto? Destruyendo el patrimonio natural y evolutivo de Chile

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El desierto florido no solo es un fenómeno único porque ocurre en el desierto más árido del planeta. No solo es único por la belleza que nos provee, cada cuatro o cinco años, si tenemos la suerte de tener un año lluvioso. Su verdadero valor está en su historia de miles, millones de años, e innumerables especies de plantas, animales, microorganismos, que han evolucionado para sobrevivir en el ambiente más hostil del planeta, el Desierto de Atacama.

La sobrevivencia y armonía sincrónica de este sistema ecológico que llamamos desierto florido, depende del mantenimiento de las relaciones que se han establecido entre cada uno de sus componentes: microorganismos del suelo, plantas cuyas semillas pueden permanecer dormidas desde meses a años, los insectos que las polinizan, y otras muchas especies más, invisibles a los ojos de los turistas. Todas éstas, constituyen piezas del complejo rompecabezas ecológico y una historia de co-evolución que debe ser protegida y respetada como un patrimonio natural único presente en Chile, y por qué no decirlo, de la humanidad en su conjunto.

Tratar a este ecosistema como un commodity, una mercancía, para que tengamos desierto florido todos los años, es un sinsentido por múltiples razones. Por una parte, ello alteraría los ciclos de vida de especies que se necesitan mutuamente (por ejemplo, el calce entre las fechas de floración de una planta, y las fechas de emergencia de sus insectos polinizadores, todo esto mediado por señales químicas), lo que además puede desgastar y terminar eliminando, de forma irreversible, el banco de semillas presentes en el suelo. Llevar adelante una iniciativa así, podría borrar milenios de historia evolutiva en aspectos genéticos, los que permiten a muchas especies vivir en la aridez extrema. Esta misma información genética también puede sernos útil para desarrollar cultivos resistentes a la sequía, lo que se hace urgente ante la desertificación que se nos ha hecho evidente, según el último reporte del Panel Intergubernamental de Cambio Climático, IPCC.

Es irresponsable presentar semejante programa piloto, considerando que Chile cuenta con científicas y científicos que llevan más de 30 años estudiando la fauna y flora de ecosistemas desérticos de Chile, generando información acerca de cómo responde cada componente (flora, fauna y suelo) a los pulsos de lluvia, y con décadas de monitoreo ininterrumpido. Pero no hemos sido consultados. La Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo, ANID, cuenta con un repositorio de currículums de investigadores de toda la comunidad científica de Chile con nuestras especialidades, áreas de investigación, publicaciones, correos electrónicos, instituciones patrocinantes, redes de colaboración, etc. Los organismos públicos tienen la responsabilidad de acudir al capital humano avanzado que el Estado ha financiado en su formación. No estamos enterrados ni encerrados en un laboratorio.

Aún así, se propone este tipo de plan sin pies ni cabeza. Por ello, urjo a la comunidad científica, a las sociedades de profesionales y a la comunidad en general, a levantar nuestra voz y evitar a toda costa que se intervenga el ecosistema del desierto, más aun no contando con evidencia científica que sustente el bajo impacto ambiental del mentado plan piloto.

¿Por qué otras razones es tan importante cuidar al desierto? Porque de aquí a 15 o 20 años, cuando la desertificación en el norte de Chile sea mucho más severa, esa agua que pretenden inyectar al desierto, será un recurso tan escaso y valioso, que necesitará ser redirigido a las poblaciones humanas afectadas por la emergencia hídrica. Y luego, ¿qué va a pasar con el dichoso desierto florido anual al retirar estos recursos? ¿Qué podría suceder con la orquesta que alguna vez funcionaba en sincronía? Se desintegraría en completo desorden.

Seamos responsables con los proyectos que proponemos. La flora del desierto florido está constantemente amenazada por ganado caprino, especies invasoras, las flores son pisoteadas y arrancadas por turistas, los bulbos son robados y vendidos por comerciantes inescrupulosos, y no faltan los aficionados a las motocicletas y 4×4 que van arrasando lo que encuentran por delante. Señores del Ministerio de Agricultura, este afán de llevar turistas cada 18 de septiembre incrementaría de manera exponencial las amenazas que ya existen.

En ese contexto, cabe destacar que la Región de Atacama también cuenta con muchos otros atractivos permanentes que no dependen de la lluvia, como parques nacionales, playas, lagunas, volcanes, monumentos y lugares de interés.

Seamos responsables con los recursos naturales que sabemos en el norte de Chile van a escasear. Propongamos planes piloto dirigidos, por ejemplo, a la resiliencia y seguridad alimentaria para la población del norte de Chile. Si el Ministerio de Agricultura necesita ideas de proyectos donde invertir recursos, que lo haga en sectores donde se necesitan recuperar cultivos ancestrales locales, en particular, especies que estén adaptadas a resistir períodos de sequía. Invirtamos recursos en la recuperación de aguas grises para el riego de cultivos agrícolas en el norte. Planifiquemos con miras en la resiliencia.

Ante todo ello, como comunidad científica debemos continuar no solo impulsando la investigación, sino también alertando sobre la necesidad urgente de proteger ecosistemas tan valiosos como el desierto, que forman parte del patrimonio natural y evolutivo de Chile, y que podrían contener las respuestas a las crisis medioambientales de hoy y mañana.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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