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¿Puede cambiar la victoria rusa en Mariúpol el curso de la guerra en Ucrania?

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La batalla de Mariúpol ocupará un lugar destacado en los anales de la guerra en Ucrania. Es allí donde la heroica ucraniana ha alcanzado sus cotas más altas, casi sobrenaturales, después de que unos centenares de combatientes escondidos en la ratonera subterránea de la planta de Azovstal mantuvieran ocupadas durante semanas a las tropas rusas, restringiendo su capacidad para concentrarse en otras latitudes. Pero es también innegable que Mariúpol es la mayor victoria de Vladímir Putin hasta la fecha, por más que haya reducido a escombros una ciudad de 450.000 habitantes, como hizo antes en Alepo o Grozni. Y aunque el valor estratégico del principal puerto ucraniano en el Mar de Azov es incuestionable, su peso en el curso de la guerra podría depender más del jugo simbólico que cada bando sea capaz de sacarle que de la utilidad real de una ciudad en ruinas.  

Para Putin y sus aliados ucranianos, Mariúpol se había convertido en un asunto personal, después de que las fuerzas separatistas de Donetsk y Luhansk trataran de conquistarla sin éxito a principios de 2015, meses después del inicio de la revuelta prorrusa en el Donbás. Como premio a su resistencia, el Gobierno ucraniano la convirtió en capital de la provincia de Donetsk y sacó la chequera para invertir en la ciudad. Se remozaron los viejos edificios públicos y se construyeron nuevos parques e institutos tecnológicos. Alejándose de la guerra unos kilómetros más al norte, el hombre más rico del país, Rinat Ajmétov, optó también por hacer de Mariúpol la sede de su emporio empresarial.  

Putin no ha buscado, sin embargo, apoderarse de los recursos de la ciudad. Con una poderosa industria metalúrgica y de maquinaria, además de un puerto esencial para las exportaciones de grano y acero, Mariúpol aportaba cerca del 3% del PIB ucraniano antes de la guerra. Ahora es un erial en ruinas, sin más valor que su ubicación geográfica, que permitirá al Ejército del Kremlin establecer un corredor terrestre entre Crimea y el Donbás, monopolizar el control del Mar de Azov y acortar las distancias entre Rostov del Don, una de las ciudades rusas que sirvió de punta de lanza militar para la invasión, y la península de Crimea. “No creo que vaya a tener ningún efecto en el curso de esta guerra”, asegura a este diario el analista ruso del Crisis Group, Oleg Ignatov.  

“La captura de Mariúpol se esperaba desde hace tiempo. El Ejército ruso ya había trasladado el grueso de sus tropas en la ciudad a otras zonas del Donbás, de modo que la toma de Azovstal no liberará demasiados efectivos. En estos momentos, el valor de Mariúpol es más que nada simbólico”, añade Ignatov. De las grandes ciudades ucranianas, el Kremlin solo había conquistado hasta ahora el puerto meridional de Jersón, que cayó en la primera semana de la guerra. Sus objetivos más ampulosos se han ido deshinchando de forma calamitosa. En el norte, tuvo que retirarse de Kiev, Chernígiv y Sumi tras semanas de asedio incesante. Y más recientemente ha sido prácticamente expulsado de la región de Járkov, la segunda ciudad del país, situada en el nordeste.

El futuro de la guerra se decide en el Donbás

Eso deja el Donbás como la clave de esta guerra, donde se podría decidir si el Ejército ruso trata eventualmente de conquistar también Odesa para hacerse con todos los accesos ucranianos al Mar Negro y utilizarla potencialmente para unirla con la Transnistria moldava, o se queda estancado donde está. Los analistas coinciden en que el tiempo corre en su contra, dado el armamento pesado que le está llegando al Ejército ucraniano desde Occidente. “Los rusos se están quedando sin equipamiento, particularmente misiles avanzados y, en paralelo, los ucranianos se están haciendo cada día más fuertes”, le ha dicho a France Presse el analista del Royal United Services Institute británico, Neil Melvin.  

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Pero Mariúpol también guarda una carta para el Kremlin que, como mínimo, le podría servir para reforzar de cara a su público la legitimidad de su ofensiva en Ucrania. No es otra que los militares del Batallón Azov que defendían junto a otras fuerzas ucranianas la planta de Azovstal y habían hecho de Mariúpol uno de sus cuarteles generales. Conocido por las simpatías neonazis de muchos de sus cuadros, el Kremlin los había convertido en el símbolo de la ideología fascista que supuestamente se ha apoderado de Ucrania, una falacia que Putin utilizó para justificar su guerra, la “desnazificación del país.  

Batallón Azov como arma de propaganda

Y ahora muchos de esos militares están en poder de sus tropas, en virtud del acuerdo alcanzado entre Kiev y Moscú para la rendición de Azovstal. Las autoridades ucranianas han dicho que serán liberados en un intercambio de prisioneros, pero desde la Duma rusa se pide que sean juzgados como “criminales de guerra” y su Tribunal Supremo sopesa su designación como “organización terrorista”. De ahí que es probable que el Kremlin acabe utilizándolos para reforzar su narrativa. “Rusia se va a sentir muy tentada de someter a los militares de Azov a un juicio-espectáculo“, opina Ignatov, el analista del Crisis Group. “Así podrá demostrarles a los rusos que apoyan la guerra que ha cumplido con su objetivo de desnazificar Ucrania”.

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