A lo largo de la vida, en múltiples ocasiones, he oído esto de “modernizar al Estado”, por lo mismo, las teorías sobre el tema son diversas en el cómo alcanzar esta anhelada meta. Por ejemplo, muchas personas piensan que este desafío se logra únicamente sumando tecnología de punta a la gestión diaria de los funcionarios públicos a lo largo del país. También están quienes apelan a la creación de nuevos procesos de selección en los estilos de liderazgo (Alta dirección pública). De igual forma, abundan los que consideran que la tan anhelada modernización pasa, sí o sí, por jibarizar al máximo la presencia del Estado y sus dependencias. Otros más innovadores (alcaldes, concejales, diputados, senadores, etc.) justifican esta modernización con exóticos viajes de “trabajo” para acceder a inspiradoras experiencias internacionales y con esto, contagiarse de talento, visión y disrupción cultural… ¡discutible!
Para mí, modernizar al Estado es optimizar su estructura, cultura, recursos y gestión y, con esto, profesionalizar el trabajo en beneficio del conjunto de los ciudadanos(as) de un país. Es decir, un Estado moderno es un aparato complejo y consolidado que justifica su labor bajo un propósito único: sumar excelencia y optimizar resultados desde un hacer público robusto, ágil, ético y eficiente.
Pero para el mundo político lo antes planteado no resulta de mayor interés, sino que más bien se utiliza como declaración de intenciones que, en estos últimos años, escasamente se ha sistematizado y prolongado en el tiempo desde una voluntad clara y compartida por todos los sectores del variopinto abanico político chileno. ¡Hay que aceptarlo!, modernizar al Estado no es una prioridad para nuestros representantes, y esto ocurre porque los tiempos de la política son breves y coyunturales, en cambio, transformar verdaderamente al Estado, desde una perspectiva conceptual, estructural y operativa, resulta un desafío sistémico pensado más para el mediano y largo plazo. Es decir, para nuestros soberanos, modernizar al Estado no amerita esfuerzo ya que no suma a sus agendas e intereses particulares. Y a esto se añade que con el pasar del tiempo el Estado envejece y sus ciudadanos, sin mayor esperanza, se resignan a no recibir la merecida gestión. Otro elemento a considerar es que las fuerzas refractarias a la modernización al interior del propio Estado (zonas de confort enquistadas por décadas), fuerzas inspiradas y movilizadas muchas veces por mezquinos intereses partidarios y personales, hacen también colapsar todo incipiente proceso de cambio.
Pese a todo lo antes planteado, que no es menor, pienso que hay un tema que sí puede resultar un aporte a la hora de modernizar una cultura (mentalidad y gestión), en este caso, del aparato estatal chileno, y son sus trabajadores. Todos funcionarios que conforman el corazón del Estado ya que ellos(as), desde su gestión diaria, abordan en forma directa el conjunto de las necesidades e inquietudes de los ciudadanos y ciudadanas del país, por tanto, son fundamentales a la hora de levantar un Estado avanzado y, con esto, estar a la altura de los actuales desafíos. Y aún más en tiempos de crisis e incertidumbre (económica/social) como son los que hoy estamos viviendo.
Bajo este contexto, para los funcionarios públicos, la modernización del Estado ocurrirá –entre otras muchas variables– cuando sus departamentos de Recursos Humanos (o Gerencia de personas, Departamento de personal, etc.) de los ministerios, gobiernos regionales, municipios, hospitales, escuelas, empresas y servicios públicos en general, estén actualizados con lo que significa el verdadero desarrollo integral de las personas en sus campos laborales, en este caso público. Porque el tema de fondo es la experiencia del trabajo; es el cómo estamos viviendo la gestión diaria y cómo, en forma individual y colectiva, cada uno de nosotros en tanto trabajadores sumamos nuestras capacidades respectivas al logro de las metas estipuladas por la organización bajo firmes estándares de excelencia. Para esto, debe existir un plan maestro por parte del Estado que potencie la gestión y el desarrollo de su gente y, obviamente, esta mirada común debe compartirse en forma transversal.
Está de más hablar de las transformaciones del mundo del trabajo (robotización, nuevas generaciones, etc), y cómo estos cambios se han complejizado con la presencia de la pandemia. Por lo mismo, las áreas de recursos humanos, o las gerencias de personas o los departamentos de personal (o como quiera llamarse a estas áreas en el sector público) debieran en este instante (¡ya!) estar replanteando su rol para así transformarse en verdaderos agentes de cambio al interior de sus colectivos de trabajo. Por lo general, el mundo público en materias de desarrollo organizacional está al debe. De ahí que sea urgente remediar a la brevedad este desafiante escenario.
Preguntas posibles frente al tema: ¿qué está deteniendo hoy en día al Estado chileno para articular una transformación profunda (desde adentro hacia afuera), cuya implementación sea encauzada por los propios líderes de las áreas de gestión de personas del Estado en general?, ¿qué les hace falta a estos departamentos de personal para empoderarse y dar un salto cualitativo en su gestión diaria?, ¿qué urge cambiar de las actuales culturas organizacionales públicas chilenas para así iniciar un sendero resuelto de modernización?, ¿qué no están comprendiendo los actuales líderes del mundo público que no logran colocar a sus trabajadores en el centro de la estrategia pública?… ¿qué no están escuchando?… ¿qué necesitan aprender?
Si los ministerios, o los municipios, o las gobernaciones, o los hospitales y colegios públicos; si el grueso de las empresas y servicios del Estado chileno tuvieran direcciones de personas de mayor solidez frente a un proyecto común de modernización del Estado, estoy convencido que la actual gestión pública en general tendría una mejor impronta. De igual forma, si los líderes de dichas áreas comprendieran cuál es su verdadero rol como profesionales, cuál es su papel e importancia en este proceso de modernizar, de seguro que también los resultados organizacionales serían otros. Ya que una cosa es clara, seguir administrando “lo que hay” ya no es suficiente –mejor dicho es insuficiente– para estos tiempos exageradamente dinámicos y demandantes de un Estado ágil y claro en sus actuales desafíos y acciones por emprender. Y sumo a esto que, en los próximos dos años, el país redactará una nueva Constitución y bajo este contexto, el Estado chileno en su globalidad deberá redefinir su rol al servicio del desarrollo y la democracia para el conjunto de los chilenos. Y para sostener estos desafíos, que no son menores, se necesitará con creces de un Estado verdaderamente ágil y empoderado para así hacer que las cosas ocurran.
Por último, cuando un Estado crece en sus saberes, modifica su conducta (sabe mutar), se comunica para cohesionarse, hace crecer emocional y culturalmente a sus trabajadores, aplica valores de excelencia, moderniza sus procesos, gestiona en forma consciente, levanta liderazgos verosímiles, ejerce jerarquía en sus tareas, diseña su futuro, proyecta prospectiva en sus decisiones, habita en la sinergia, es coherente en su hacer axiológico, suma sentido al trabajo diario, aplaude la innovación y la creatividad, articula propósitos comunes, profesionaliza sus cargos, es adaptativo en sus contextos… ¡en fin!, cuando todo eso ocurre desde una visión compartida, es porque un nuevo Estado está próximo a surgir en la vida y en el anhelo del conjunto de los ciudadanos y ciudadanas de un país. “Sólo se echa a perder aquella vida cuyo desarrollo se estanca” (Wilde).
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