Una drástica renovación de la cúpula militar y el inicio de las negociaciones en La Habana con la guerrilla de origen guevarista que opera en Colombia desde hace casi seis décadas marcan el ritmo de los primeros 10 días del presidente Gustavo Petro. Durante su toma de posesión aseguró que las generaciones venideras recordarán al Gobierno de izquierdas como el de “la vida” y “la paz total”. Para cumplir con ese objetivo ha decidido un cambio de 180 grados en las políticas que buscaron enfrentar los problemas de la violencia armada, en todas sus variantes, así como el narcotráfico y el paramilitarismo. Se trata, según el portal La silla vacía, una apuesta “ambiciosa”, pero sin garantías de éxito. Si Petro lo logra, “habría un escenario de paz sin precedentes”. De lo contrario, el horizonte se poblará de “grandes riesgos“.
El presidente no se ha demorado en hacer ejercicio de su autoridad y ha deputado tanto las Fuerzas Armadas como la jefatura policial. Cuarenta generales y almirantes se han ido a sus casas y han allanado el camino para poner en marcha el programa de “Seguridad Humana“, en reemplazo del predominio absoluto de los fusiles. Las condiciones para llevar a cabo tamaña reforma se han visto favorecidas por la divulgación de las conclusiones de la Comisión de la Verdad sobre lo ocurrido durante más de medio siglo de conflicto interno. No solo el peso de las cifras –450.000 muertos entre 1985 y 2018– del informe final han provocado un fuerte impacto en parte de la sociedad. La comisión de notables ha remarcado que todos los instrumentos utilizados a lo largo de décadas para enfrentar el flagelo no hicieron más que agravarlo.
Recobrar impulso
Bajo el efecto de esta conclusión, Petro se propone implementar integralmente el Acuerdo de Paz que Juan Manuel Santos firmó con las FARC en 2016 y que Iván Duque, el mandatario saliente, descalificó con actos y palabras. A la vez, el Gobierno intentará sentar en la mesa de negociaciones al Clan del Golfo, el principal grupo narcotraficante y paramilitar, cuyo poder de fuego y destrucción ha quedado en evidencia meses atrás durante un “paro armado” que se hizo sentir en 211 municipios.
La primera prueba de esta nueva política del Estado colombiano tendrá lugar otra vez en Cuba. Allí se gestó hace seis años el pacto con las FARC, actualmente convertidas en partido político. Petro acaba de enviar a la isla a una comisión para avanzar en la reanudación de las conversaciones con el Ejército de Liberación Nacional (ELN), suspendidas en 2019. “Hay plena disposición de Cuba y Noruega y otros países de continuar con su valiosa ayuda en el propósito de paz”, dijo el senador Iván Cepeda, uno de los representantes de la comitiva. Según Cepeda hay que terminar con “la posición arrogante que pone en forma intransigente condiciones y precondiciones para dialogar. En esas llevamos 60 años”. En ese sentido remarcó que Colombia debe “abandonar cuanto antes la idea de que la paz es un asunto de carácter ideológico o partidista y no un problema nacional”. No es ajeno a esta hoja de ruta recomponer vínculos diplomáticos con Venezuela.
El ministro de Defensa, Iván Velásquez, no descartó la posibilidad a un alto el fuego bilateral, un tema que en su momento contribuyó a acelerar el acuerdo con las FARC. Rodrigo Londoño, alias Timochenko, el último comandante de esa guerrilla, a quien le tocó firmar la finalización del conflicto con Santos se puso a disposición de Petro para “facilitar” el diálogo “y el entendimiento” entre las partes. “Celebro el encuentro exploratorio entre la delegación del ELN y el Gobierno Nacional… Sin duda, es un hecho de la mayor importancia del que sólo pueden emanar cosas positivas”, dijo. Por el momento es una incógnita cómo se abordará una eventual tentativa con las facciones de la exFARC que no se sumaron al acuerdo de 2016. Se trata de unas 30 estructuras agrupadas en dos grandes frentes.
La partitura de la paz
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Los especialistas consideran que los avances no serán inmediatos y que en el camino hacia la anhelada “paz total” pueden surgir contratiempos y nubarrones. El ministro de Exteriores, Álvaro Leyva, intentó explicarlo en clave musical. A aquellos que esperan que el proceso de negociaciones se desarrolle como una “partitura de música clásica”, Leyva les recomendó que lo piensen mejor como una pieza de jazz. Mientras en la primera el intérprete se somete a una escritura que no suele admitir desvíos porque todo ha sido codificado, el jazz se abre a imprevistos en los que el músico improvisa con imaginación para encontrar los mejores resultados.
La responsabilidad social
Los colombianos, estima Juan Gabriel Vásquez, autor del reciente libro Los desacuerdos de paz, no pueden ser espectadores de este complejo proceso. “Vivimos en una sociedad que sufre de una desconexión gravísima con su propio pasado. La dificultad de diálogo que tenemos ahora viene también de eso: es muy difícil dialogar con quien no conoce la historia, con quien la entiende sólo a través de la versión que le haya llegado en memes, en tuits, en videos de YouTube”.