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Liderar políticamente es servir, no servirse

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Cuando observo a la distancia (actualmente vivo en Colombia) la vida de los y las compatriotas de nuestro país; cuando conecto con sus urgencias, dolores e incertidumbres, y al otro lado de la vereda veo al mundo político sólo inspirado en sus inquietudes más cercanas como son las próximas elecciones, las cuotas de poder, las posibles alianzas, los potenciales cupos, los esperados financiamientos, las redes sociales… cuando esto ocurre, quedo definitivamente abrumado. ¡Así es!, me abruma y genera algo de pudor ver tanto matinal de TV con políticos de planta que, permanentemente, suman curiosidades a la audiencia, como también, me incomoda el mundo político que a diario construye realidad en la opinión pública a base de méritos tecnológicos (Instagram, Twitter, Facebook, etc.). Todo esto lo que genera con el pasar del tiempo, es una desconexión absoluta con el territorio, con las personas y con sus historias vida y requerimientos básicos como ciudadanos(as). Y bajo este contexto, la democracia y la participación terminan siendo un adorno lingüístico de escasa relevancia para nuestras vidas republicanas.

En Chile la brecha existente entre lo que se necesita y lo que se hace a nivel social, es exageradamente desigual, es decir, la sordera crónica de la élite política galopa, sin tregua, sobre un país en crisis, país cargado de incertidumbres y, cada vez más, empobrecido y maltratado por una pandemia, por una economía y una forma de vida que mantiene a las personas bajo una sobrevivencia simulada (y sobre endeudada), ya que por lo que se dice, en Chile todos somos clase media… sin comentarios.

Frente a esta realidad yo me pregunto, ¿y qué pasa con el liderazgo político al interior de un territorio en crisis?

Ya son décadas de sequía de acceso a buenos líderes políticos en el país, generándose con esto, desolación crónica de personas que inspiren, motiven, convoquen, movilicen y, lo más importante, que con su ejemplo de vida den consistencia al hacer político desde una coherencia que esté al servicio de la nación. ¡Así es! Chile hoy requiere de líderes políticos que verdaderamente den el ancho, generen orgullo, articulen sentido y, a la vez, encaucen el diario vivir de este territorio con sólidos valores, creencias y acciones que busquen el bien social por sobre sus particulares agendas. Suena ingenuo lo dicho, pero lo creo firmemente.

En estos tiempos de exagerado dinamismo, urge de líderes (políticos) generosos que estén al servicio de las personas en forma valiente y comprometida; líderes desconectados del cálculo mezquino y la megalomanía desbordada; líderes conscientes frente a sus fragilidades humanas (ambición, corrupción, etc.) y rigurosos con respecto a sus propósitos colectivos. Líderes a los que verdaderamente les importen las personas, sus dolores y sueños; líderes políticos que comprendan que el poder resulta un recurso para transformar la vida de una sociedad, más que un “trampolín” de uso individual; líderes que se conmuevan con la pobreza y la desigualdad, y que no usen estos dolores solo como recursos transaccionales para administrar relatos progresistas en épocas de campaña.

Cuando todo esto se hace “a la mala”, es decir, cuando se lidera sin vocación de servicio, sino más bien con fines utilitarios (solo para mi), se generan extensos vacíos de poder en forma transversal que con el tiempo dinamitan -con creces- la gobernanza al interior del país y con esto, el deterioro de una vida digna y justa para el conjunto de los chilenos(as). Y es así como poco a poco, se desvanece la añorada confianza ciudadana, con todo lo que esto implica.

Por lo mismo, cuando veo con nostalgia documentales de grandes líderes de nuestra historia como fueron Gandhi, Mandela, Teresa de Calcuta, Malcolm X, Martin Luther King, entre otros, quedo inspirado con lo mejor del ser humano, con sus luces y genialidades llevadas a los valores más honestos y consolidados de una humanidad consciente, ética y al servicio de proyectos colectivos. Pareciera que con esos líderes, nada resultara imposible por alcanzar.

Más ejemplos, cuando pienso en el expresidente de Uruguay, José Mujica, y observo su desapego con el ego, el poder y la riqueza, mantengo mi convicción en esta urgente necesidad de acceder a líderes justos y auténticos, aún más en esta región cargada de fisuras culturales e inconsistencias axiológicas desde el mundo del poder y la política.

A la vez, cuando leo sobre la lideresa social de Colombia, Francia Márquez (Premio Nobel de Medioambiente), y me informo de la cantidad de atentados a su vida que ha sufrido en estos años, aún más en un país en donde a los líderes sociales se les aniquila sin piedad por el solo hecho de ser líderes sociales, entiendo el rol de la nobleza y el valor de colocar el corazón y el cuerpo sobre la mesa en momentos determinados de inflexión histórica, como son los que hoy vive esta nación con su proceso de paz después de seis décadas de guerra.

De igual forma, cuando observo las antiguas fotografías en blanco y negro de nuestro respetado Clotario Blest, dirigente sindical que por décadas usó un overol de obrero industrial, como muestra de su compromiso con los más desposeídos, y que culminó sus últimos días cuidado por unas monjitas, en la más absoluta de las precariedades… ¡cuando todo eso ocurre!, en ése momento comprendo que ya no basta con la “austera” oferta de líderes del actual mundo político nacional, sino que en forma urgente se necesita de una renovación no solo generacional, sino también de una transformación ética, para todos los sectores, para que así surjan líderes políticos verdaderamente cargados de convicción, con ideales y consistencia para así encauzar los renovados desafíos de este nuevo Chile que poco a poco está renaciendo con fortalecidas raíces (identidad).

Por todo lo antes descrito, comprendo que liderar en política resulta un escenario de mayor desafío frente a otros tipos de liderazgo. Ya que acá las responsabilidades, tanto en sus formas como en sus contenidos, cargan con recursos superiores al promedio en lo que son valores, creencias y acciones. Ya que la gestión de un buen o mal liderazgo político impacta, literalmente, en la vida de millones de personas. Por tanto, no da lo mismo quién sea líder político y quién no. Es decir, la “letra chica”, la “salida colateral”, la “alianza de último minuto”, la “operación política”, el “padrinazgo”, la “bolsa de trabajo”, la “estrategia”, los “operadores” … todo eso y más, quedan bajo tierra cuando el líder está verdaderamente empapado en su vocación de servicio. Y cuando éste, conscientemente, asume que servir es dar un paso al costado, como individuo, por un bien superior que en este caso resulta el bienestar de un país entero (proceso constituyente), con todas las complejidades que esto significa.

“La mejor manera de encontrarse así mismo, es perderse

en el servicio a los demás” (Mahatma Gandhi)

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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