Los mismos que durante mucho tiempo jugaron a ignorar al Partido Comunista, considerándolo un actor marginal de la política chilena post-dictadura, hoy se desvelan por enjuiciarlo, demonizarlo e incluso emplazarlo a rectificar sus posiciones. En los últimos días se han publicado en El Mostrador al menos tres columnas de ese tenor, firmadas por Ignacio Walker (La influencia de Jadue en el giro político del Partido Comunista, 25/12), Pablo Paniagua (Convención Constitucional asediada y sin reglas, 25/12) y Eugenio Rivera Urrutia (El Congreso del PC, la Convención Constitucional y la democracia, 27/12), acerca de las resoluciones del XXVI Congreso del PC y sus consecuencias de cara a la futura elección de la Convención Constitucional.
Walker, exsenador y excanciller, fue, como se sabe, presidente de la Democracia Cristiana (DC) en la época en que se conformó la Nueva Mayoría; Paniagua, en tanto, es “investigador senior” de la Fundación para el Progreso, que se define como liberal, mientras que Rivera es parte de la Fundación Chile 21, el “tanque de pensamiento” ligado al Partido Socialista (PS), al Partido por la Democracia (PPD) y a esa cultura centrista denominada laguismo.
Nunca se había visto tal preocupación de parte de los sectores políticos que representan los tres columnistas por posiciones comunistas que en rigor no son ninguna novedad, como la opción por una política de unidad política y social con el anti-neoliberalismo como eje, la decisión de rodear la Convención Constitucional con la movilización popular y la ratificación de su adscripción ideológica al marxismo-leninismo.
Los arrestos analíticos que desde diversos ángulos desarrollan Walker y Rivera no alcanzan a ocultar una intencionalidad política que, más allá de una crítica legítima y deseable, apuntan a socavar la figura de Daniel Jadue como presidenciable y al mismo tiempo culpar al PC y a sus aliados de Chile Digno por un eventual fracaso de una lista única de oposición para la elección de la Convención Constitucional. Implícitamente, y sin ningún rigor autocrítico, ambos columnistas tienden a situar a la llamada Unidad Constituyente como única fórmula viable para la convergencia opositora.
Paniagua coincide con Walker y Rivera en el rechazo a la decisión comunista de dar a la Convención Constitucional de hecho un carácter de Asamblea Constituyente mediante la presión callejera de la movilización social. Esta propuesta no solo espanta al investigador de la Fundación para el Progreso, sino que lo estimula para una diatriba de demonización del PC que habla muy mal del pretendido carácter liberal de su organización y lo acerca más bien al macartismo. Por tanto, es mejor prescindir en las próximas líneas de este columnista y centrarse más bien en las posiciones que expresan los otros dos autores.
A los miembros de la Unidad Constituyente les molesta el protagonismo que viene alcanzando el PC desde que el año 2011 Camila Vallejo se legitimó en el liderazgo de la lucha por la gratuidad universitaria y el cuestionamiento al modelo de educación superior impuesto por la dictadura. Les molesta que hoy los comunistas articulen una alianza con el Frente Amplio, que pese a sus crisis internas y desafecciones, sigue siendo un referente innovador en la política chilena. Les molesta, en fin, que el Partido Regionalista Verde, nacido de escisiones de la DC, forme parte también de Chile Digno. Les molesta la existencia de este conglomerado formado al calor del estallido o rebelión social iniciado el 18 de octubre de 2019. Frente a este nuevo escenario, la Unidad Constituyente aparece como el intento de una ya vieja clase política de refundar la Concertación.
José Miguel Varas bautizó en una de sus obras a los comunistas como los tenaces. También se les puede calificar como obcecados. Su política de alianzas no ha cambiado sustantivamente desde la época del Frente Popular y tampoco su vocación democrática en términos de su proyecto para Chile. Fue el principal gestor de la Unidad Popular y tras el golpe de 1973 levantó la propuesta de un frente antifascista buscando infructuosamente entendimientos con la DC mientras impugnaba a la “ultraizquierda” y veía la dispersión de las diversas fracciones de un PS que se teñía de socialdemocracia.
Al PC le jugó en contra su esquematismo que pretendía reeditar, en los primeros años de la dictadura, los frentes populares antifascistas previos a la II Guerra Mundial. Cuando desde los años 80 se comenzaron a dar las condiciones para la unidad antidictatorial, el PC optó por “el derecho a la rebelión”, que lo marginó de la Concertación de Partidos por el NO, que sería más tarde la Concertación por la Democracia.
Fue una suerte de pecado original de los comunistas y los partidos de la Concertación se lo hicieron pagar caro con la negativa a posibles alianzas que en el sistema binominal les posibilitaran acceso al Parlamento. No obstante, los votos comunistas y de otros sectores de la izquierda extraparlamentaria fueron los que dirimieron en segunda vuelta las elecciones presidenciales en favor de Ricardo Lagos y de Michelle Bachelet.
Fue un escenario cómodo para los partidos concertacionistas, no solamente por contar con ese refuerzo electoral a precio cero, sino además porque la exclusión de la izquierda más radical facilitaba la llamada política de los consensos, que consolidaba el neoliberalismo y permitía cambios a cuentagotas a la Constitución de 1980.
La elitización de la política fue socavando las bases sociales que dieron sustento inicial a la Concertación. La DC, otrora protagonista relevante en el movimiento estudiantil, dejó de tener influencia en las federaciones universitarias, donde también el PS y el PPD fueron desplazados por nacientes agrupaciones de colectivos de izquierda. La Concertación también perdió presencia en los sindicatos e incluso en algunos colegios profesionales.
La derrota de Eduardo Frei Ruiz-Tagle ante Sebastián Piñera en las presidenciales de 2009 evidenció un desgaste de la Concertación y posibilitó que el PC, por fin, ingresara a una alianza electoral y programática con la centroizquierda, catapultado por la amplia convocatoria social de las movilizaciones por la gratuidad universitaria y conflictos regionales y ambientales. El programa del segundo gobierno de Bachelet recogía en el papel muchas de las demandas que emergerían el 2019 con el estallido social, desde el fin de la constitución pinochetista y una vigencia real de los derechos humanos hasta cambios de fondo en los sistemas de pensiones, salud y otros ámbitos de la desigualdad socio-económica que caracteriza a este país.
A la postre, la conquista más trascendental del gobierno de Bachelet fue el fin del sistema binominal, mientras la nueva constitución se empantanaba tras un interesante proceso participativo a través de cabildos, para culminar, en las postrimerías de su mandato, en un tardío y tímido proyecto enviado al Parlamento que el actual gobierno de Sebastián Piñera archivó en el baúl de los olvidos. Lo mismo ocurrió con la reforma al sistema de las AFP, que quedó relegado en el área de estudios y comisiones, para no mencionar el patético episodio del frustrado cierre del penal de Punta Peuco en las últimas horas del bacheletismo.
Hay mucho que escarbar en la crisis del proyecto de la Nueva Mayoría, pero el factor fundamental estuvo en la desafección de un sector importante de la exConcertación que saboteó los objetivos programáticos. Especial mención al respecto para el ala derechista de la DC presidida entonces por Ignacio Walker, más preocupada de marcar diferencias con el PC a propósito del chavismo en Venezuela que de impulsar las transformaciones en Chile. Un dato no menor, ya que mientras los comunistas participaban en el gabinete desde modestos ministerios, la DC controló puestos clave en Interior y otras carteras determinantes. En la fase de repliegue del impulso programático, Jorge Burgos en Interior fue el paradigma de una gestión conservadora en pugna con los movimientos sociales y los pueblos originarios, mientras el socialista Rodrigo Valdés en Hacienda representó la consolidación de las políticas neoliberales.
Un papel similar jugaron figuras del “partido del orden”, como lo ha denominado El Mostrador. Sesudas columnas de José Joaquín Brünner, Eugenio Tironi y el columnista mercurial Carlos Peña, todos ellos proclives al laguismo, ajustaron tuercas a favor de una moderación que implicaba el olvido de las promesas programáticas.
Como los comunistas son tenaces y obcecados, permanecieron hasta el fin como los más fieles adherentes a Bachelet y al diluido proyecto de la Nueva Mayoría. Por su carácter cuestionador al gobierno, el presidente del PC, Guillermo Teillier, negó respaldo al Movimiento NO+AFP que adquiría una creciente convocatoria, bajo el argumento de que había tareas más urgentes que la reforma de las pensiones.
Mientras la DC rompía la alianza gubernamental para intentar un triste “camino propio” en las últimas presidenciales y parlamentarias, el PC terminó siendo el sostén fundamental de la campaña de Alejandro Guillier. En las parlamentarias respetó rigurosamente sus pactos de apoyo, aunque muchos de sus militantes debieron sufragar con dolor por el socialista y ex DC José Miguel Insulza en la senatorial de Tarapacá, mientras los indisciplinados socialistas rompían el acuerdo en Atacama e impedían la llegada al Senado del comunista Lautaro Carmona.
El epitafio de la Nueva Mayoría pasó también por la transversalidad de los escándalos de Penta y SQM, donde la corrupción salpicó por igual a partidos de la exConcertación, del PRO y de Chile Vamos. Tanto el PC como el Frente Amplio están a salvo de acusaciones en estos episodios que incrementaron el descreimiento y la desconfianza de la ciudadanía en los partidos políticos.
¿Puede extrañar entonces que luego de las enseñanzas y eventos manipuladores del estallido social, el PC opte por su actual política de alianzas en Chile Digno dándole la espalda a una exConcertación que siempre lo vio como un socio marginal?
Desde su resentimiento anticomunista Ignacio Walker califica como un “giro político” los acuerdos del último Congreso del PC, en circunstancias de que en rigor son un esfuerzo de continuidad de una política permanente de confrontación con la derecha y el modelo neoliberal. Al más puro estilo de un avezado reportero, el expresidente DC cuenta pormenores de la interna del congreso comunista para presentar a un Jadue que dobló la mano a la vieja dirección de Tellier y Carmona para embarcar a su partido en una aventura radicalizada.
Aunque el Comité Central del PC terminó ratificando en los cargos cupulares a Tellier y Carmona, habría que alegrarse de la renovación de liderazgos en su disciplinada militancia, con las altas votaciones a favor de Camila Vallejo y el propio Jadue. Continuidad y renovación parece ser la señal, que Walker califica livianamente como giro desde la trinchera de una Unidad Constituyente que tiene poco que ofrecer, más allá del afán de imponer sus términos para la anhelada lista unitaria de oposición en la Convención Constituyente.
Rivera, desde Chile 21, se preocupa porque el PC no renuncia a su definición marxista-leninista, sin inquietarle la ambigüedad ideológica de los partidos de la Unidad Constituyente, marcados sobre todo por su carencia de autocrítica a su labor de reforzamiento del neoliberalismo, como lo señaló acertadamente Roberto Pizarro en otra columna de El Mostrador (Unidad social y política para la constituyente, 27/12).
No es una buena política desacreditar al adversario para dar sustento a posiciones propias incapaces de defenderse por sí mismas. El gran temor de los exconcertacionistas y del PRO es que la alianza de Chile Digno los supere en una elección de delegados a la Convención Constitucional a tres o más bandas. Si quieren evitar esto, tienen que renunciar a los privilegios que pretenden mantener como partidos constituidos y abrirse a una alianza real con Chile Digno que incorpore a los movimientos sociales desde el vasto mundo de los independientes.
Tienen que allanarse también, aunque les moleste, a reconocer a Daniel Jadue como una legítima y legitimada opción presidencial, y en lugar de denostarlo aceptar que en eventuales primarias (de una eventual unidad opositora) él compita con la miríada de precandidatos de la exConcertación que a falta de validación en la ciudadanía protagonizan hoy un festival de autoproclamaciones.
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