Apareció en una antología de cuentos de ciencia ficción norteamericana que se publicó en México, a fines de 2013. Un libro de 700 páginas titulado 25 minutos en el futuro, publicado por Almadía, y en el que se reunía a un puñado de autores cuyas obras eran prácticamente desconocidas para los lectores en castellano: Margaret Atwood, George Saunders, Ken Liu eran los nombres más conocidos en esta lista que armaron los escritores mexicanos Pepe Rojo y Bef, una muestra perfecta para que los lectores no tan habituados a la ciencia ficción descubrieran cómo los narradores contemporáneos están abordando y desbordando el género.
En medio de esas 700 páginas, un relato brilla por sobre todos: La historia de tu vida, de un tal Ted Chiang (1967). Una nouvelle de 70 páginas, publicada originalmente en 1998 y que los antologadores describen así: “Una historia sobre el primer contacto con los alienígenas, sobre el relativismo lingüístico, la maternidad y la naturaleza del tiempo”.
Y sobre Chiang, anotan: “Es uno de esos escritores que escribe muy poco, pero que se ha convertido en una figura clave por la calidad de sus cuentos. Ha publicado menos de 20 relatos en más de 20 años, pero ha recibido los premios más importantes del género”.
La historia de tu vida, de hecho, ganó los premios Nébula y Theodore Sturgeon Memorial, además de ser finalista del Premio Hugo —que Chiang recibió cuatro veces por otras de sus historias—.
En estricto rigor, ha publicado dos libros que reúnen sus relatos: La historia de tu vida (2002) y Exhalation (2019), que este año editará en nuestro idioma Sexto Piso.
Dos libros, un puñado de cuentos, no mucho más.
Y una película, claro: La llegada, inspirada en uno de sus relatos, dirigida por Denis Villeneuve (Enemy, Prisioners, Sicario, Blade Runner 2049), protagonizada por Amy Adams, y que fue suficiente para darlo a conocer entre miles de lectores.
“Yo sé cómo termina esta historia; pienso mucho sobre eso. También pienso mucho sobre cómo empezó hace sólo unos pocos años, cuando las naves aparecieron en órbita y los artefactos en los pastizales. El gobierno casi no dijo nada sobre ellos, mientras los tabloides decían todo lo que podían. Y entonces recibí una llamada solicitando una junta”.
Quien habla, quien narra esta historia de Ted Chiang, es la doctora en filología Louise Banks. Será ella la encargada de descifrar el lenguaje de los visitantes, estos heptápodos que describe de esta forma: “Parecían un barril suspendido en la intersección de siete extremidades. Eran radialmente simétricos, y cualquiera de sus extremidades podía servir como brazo o pierna. El que estaba frente a mí caminaba sobre cuatro piernas, y tres de los brazos no adyacentes se acurrucaban a su costado”.
Louise Banks será, entonces, quien narre La historia de tu vida, y se la contará a su hija, que no nace aún, pero que de todas formas es la protagonista de lo que ocurre en esos días en que los heptápodos se instalan en la Tierra y entran en contacto con Louise.
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El guionista Eric Heisserer sería el encargado de adaptar la nouvelle de Chiang y tomaría varias decisiones que distancian a la película del relato original. Sobre todo le daría una vida mayor al conflicto bélico que se sugiere en el filme —a partir de la llegada de los heptápodos—, lo que genera una tensión narrativa mayor a la que propone Chiang en su nouvelle. El cine es una cosa, la literatura es otra: Chiang apuesta todo al lenguaje, a las palabras, a la indagación lingüística que implica este encuentro entre Louise y los heptápodos. Hay algo muy literario en esa opción que hace difícil su traspaso al lenguaje cinematográfico. Aunque hay algo más difícil aun: traspasar el tema del tiempo —que será uno de los ejes principales de la historia— a imágenes: Louise, la narradora, le habla a su hija en futuro, aunque está recordando. Dice: “Recordé una conversación que tendremos justo en tu primer año de preparatoria. Será una mañana de domingo y yo estaré batiendo unos huevos mientras tú pones la mesa para un desayuno tardío…”. O cuando dice más adelante: “Recuerdo una vez que iremos manejando al centro comercial para comprarte ropa. Tendrás trece años. Estarás desparramada en tu asiento, sin conciencia de ti, como una niña…”.
En ese juego con los tiempos verbales, Chiang pone de manifiesto la principal consecuencia que tiene la visita de los heptápodos: Louise Banks aprende su idioma y eso significa, inevitablemente, que aprende también la forma en que ellos piensan, la forma en que se enfrentan al tiempo. Lo dice casi llegando al final de la nouvelle: “Experimento el pasado y el futuro al mismo tiempo”.
En la película, Heisserer utiliza este recurso para resolver el conflicto armado que se avecina por culpa de los heptápodos. Es Hollywood, no hay nada que hacer. En el libro, ese recurso sólo le afecta a la propia Louise, quien empieza a vivir su maternidad como un pequeño infierno: ya conoce toda la historia, ya sabe —antes de que nazca— cómo morirá su hija. El idioma de los heptápodos es una condena y sin embargo ella decide vivir la vida que le tocó.
Hay un momento, de hecho, en que la hija —en un recuerdo del futuro— le insiste en que le lea un cuento antes de dormir. Louise accede y decide cambiar la historia que lee, alterarla, pero la hija le dice que no, que ella quiere la historia original.
“—Pero si ya sabes cómo va la historia, ¿por qué quieres que te la lea?
—¡Porque la quiero escuchar!”.
A veces, la literatura sólo se trata de eso: de escuchar el sonido de las palabras.
En el final de la nouvelle de Chiang, cuando los heptápodos se han ido de la tierra, la vida de Louise Banks ha cambiado para siempre. En la película de Villeneuve, también —y además ha salvado el destino del mundo.
Aprender el lenguaje de los otros nos cambia para siempre.
Quizá lo mejor, para terminar, es convocar al escritor y traductor argentino Marcelo Cohen, alguien que traduce del inglés, francés y portugués, es decir, alguien que ha reflexionado mucho sobre esto, y que en uno de sus geniales ensayos anota: “Nadie que piense con frecuencia y alguna profundidad en el lenguaje puede no desembocar en la política, o cambiar su manera habitual de pensarla”.