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La batalla de los profesores

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Nos encontramos en un momento especialmente complejo en el campo educacional. La pandemia por COVID-19 ha puesto brutalmente en evidencia que las condiciones en nuestro país son muy diversas y desiguales, lo que se constituye en una indudable amenaza pues presumiblemente generará un incremento significativo en las brechas de aprendizaje. Las condiciones que una “docencia telemática” impone, abren un gran espacio que requiere adaptación y sobre todo capacidades para crear y experimentar. Es un escenario complejo y desafiante, de apertura.

La posibilidad de dar continuidad al proceso educativo y de recuperar aprendizajes esenciales, depende de la eficiente articulación de una serie de factores socioeducativos. Uno especialmente significativo, aunque menos visibilizado, ha sido el diseño de las nuevas planificaciones que se requiere implementar para enfrentar estos inciertos contextos educativos.

Por primera vez desde hace muchas décadas, se abre un espacio de autonomía para las escuelas que no estaba escrito en ninguna hoja de ruta; los docentes se ven interpelados a tomar decisiones para definir una inédita planificación curricular en base a una propuesta priorizada de objetivos de aprendizaje del Ministerio de Educación. El nuevo diseño curricular que compromete a cada docente consiste en una tarea altamente desafiante, puesto que no cuentan con materiales prescritos para la priorización curricular, como ha sido históricamente el papel de los programas de estudio, rompiendo así una tradición pedagógica que se ha utilizado en el proceso de planificación de la enseñanza.

En ese camino, los docentes habituados a planificar utilizando como soporte los programas de estudio, han debido movilizar un conjunto de destrezas para proyectar sus propias unidades o módulos con experiencias que recuperen la esencial del valor del aprendizaje, sobre los cuales deben articular: los recursos en línea, los textos, las guías, la estimación de los tiempos y las evaluaciones que demanda la educación remota.

Se trata de un ejercicio agudo que supone repensar, interpretar y reflexionar sobre cómo organizar, en contextos adversos y de gran diversidad, una ruta de trabajo pedagógico con aquellos objetivos de aprendizajes considerados imprescindibles para su escuela.

La lógica de planificación cambia hacia una educación más contextualizada, que requiere partir desde los estudiantes, sus contextos y sus posibilidades. Además, los propios docentes han comprobado que es necesario estudiar previamente acerca de cuáles serían las experiencias de aprendizaje factibles de realizar frente a los nuevos escenarios educativos. Una labor muy distinta a la que venían realizando automáticamente por años.

Tomar decisiones sobre que es lo prioritario de enseñar en tiempos de crisis es una tarea rigurosa, sensible y creativa que ciertamente tendrá una incidencia muy positiva en la formación, en la práctica pedagógica de los docentes y en el diseño de políticas públicas más consistentes para estos nuevos compromisos.

En definitiva, la posibilidad concreta de autogestionar el currículo integrando visiones locales y modificando la secuencia lineal de los actuales programas de estudio, abre una oportunidad real para que las escuelas puedan impulsar procesos de innovación atreviéndose a dar el paso para elaborar sus propios programas curriculares alineados por cierto con las bases oficiales.

Este real terremoto educativo obliga a una reconstrucción de la teoría, las metodologías y las prácticas docentes, en la que se pone a prueba la creatividad y la resiliencia de las y los profesores en todos los niveles: están experimentando una silenciosa revolución curricular y didáctica que tendrá un enorme impacto en los procesos de aprendizaje presentes y futuros.

Sin embargo, estas transformaciones que se están instalando en las escuelas no se han visibilizado, los debates quedaron atrapados en discusiones inconducentes sobre la apertura de los establecimientos o en ocurrencias como la “importación” de profesores para tener una “educación de calidad”. Lo que en realidad se necesita en estos tiempos álgidos es apoyar y respaldar la gigantesca tarea que les toca a los docentes, además de contar con un real sistema nacional de soporte a la conectividad universal. Tarea que las y los profesores de Chile siempre han cumplido, a pesar de todas las carencias y dificultades, a lo que suma ahora un desprecio insólito, que debe terminarse por el bien de la educación del país y los nuevos desafíos.

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