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Imbunche, gallina, jaguar

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El chileno promedio es alguien sedentario (87%), con sobrepeso (74%), sentimientos depresivos (50%) y discapacidad de comprensión lectora y uso de aritmética (80%). Está fuertemente endeudado (75%), tiene pocos amigos (2,5%), gana alrededor de 500 mil pesos al mes, se considera sexualmente insatisfecho (70%) y se siente poco querido (62%). Ve seis horas de televisión al día, pasa cinco en su teléfono y es activo en diversas redes sociales (86,5%). Libros lee pocos al año y de manera infrecuente (60%).

Y hay otras tendencias. Lideramos América en masividad del consumo de drogas. Primeros en marihuana, cocaína, pasta base y tranquilizantes, con edades de inicio cada vez más tempranas. Por eso crece el poder narco. Por otro lado, uno de cada 10 chilenos tiene problemas con el alcohol. Y ni hablar de desigualdad: Chile es de los tres peores de la Ocde (y el peor en capital humano).

En varios indicadores positivos también destacamos y avanzamos. La vida de la mayoría de los chilenos es mejor que hace 40 años. Pero hay que hablar de las manchas del jaguar para entender el momento actual. Ellas revelan que no hemos sido capaces de convertir el crecimiento en desarrollo humano. Y reconocerlo nos molesta, porque somos, en general, un país de sobrevivientes, mezquinos y desconfiados. Valientes sólo en patota. Desdeñosos de lo frágil y lo débil. Poco cambio desde el Balance patriótico de Huidobro de 1925.

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¿Cuál es nuestro lastre? Vivimos bajo el signo del imbunche. Autoestimas titilantes. Proclamando lo feo y lo dañado como mejor y más verdadero que lo bello y lo sano, por miedo a sentirnos menos. Pensamos que toda afirmación propia implica la humillación de otro. De ahí nuestra obsesión con títulos y jerarquías: la ideología del gallinero. Eso explica el goce popular por Pamela Jiles dirigiendo, huasca en mano, la vejación tipo reality de sus miserables pares.

Pinochet, en algún sentido, es la chilenidad toda. Es el deseo de dominación, de encaramarse hasta arriba del gallinero y no perdonar cabeza, que embriaga al imbunche. Es la empresa que te aplasta blindada en abogados. Es la izquierda que, después de años de memoria lastimera, ahora proclama que le toca abusar (¿no será ese olor a antorcha de Chacarillas el que espantó a Javiera Parada?). Es Atria, el plañidero de las “trampas”, llamando a trampear hasta tener una Constitución de izquierda. Son los intelectuales mapuches haciéndose los lesos cuando los incendiados no son de su lote. Es el sueño de la soberanía individual absoluta que promete este y el otro modelo. Y es, sin duda, Jiles afirmando que el poder se asalta.

¿Cómo salir de aquí? Chile necesita no alma y ariete, sino perdón y cariño. Mirarse no como una máquina defectuosa, sino como un jardín urgido de cuidado. Necesitamos una política terapéutica en vez de fálica, que ponga Estado y mercado al servicio de la sociedad. Reconocer que aspirar a lo bueno y mejor no nos humilla, sino que nos enaltece, aunque revele carencias. La constituyente, a tal efecto, debería partir por un diagnóstico honesto, por los datos al inicio de esta columna, y preguntarse si acaso hay remedios constitucionales a mano. Junta médica o consejo de jardineros, pero no matinal.

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