Es ácida, observadora, cómica, crítica. Fran Lebowitz entabla conversación con los espectadores desde el primer capítulo de la miniserie documental coproducida con su amigo Martin Scorsese. Consiguen que creas estar sentado frente a ella, charlando en la mesa del bar. Algunos asentimos, otros disentimos, pero en todos los casos arranca una (son)risa.
La protagonista de ‘Pretend it’s a city’ sobrevuela cinco décadas de experiencias en Nueva York, la ciudad de su vida. Entre anécdotas y reflexiones costumbristas no pasa desapercibido su interés por la moda.
Lectora empedernida, debió de cazar al vuelo la clave estética que Virginia Woolf regala en ‘Orlando’: “Trivialidad vana como parece, la ropa tiene, dicen, funciones más importantes que simplemente mantenernos calientes. Cambia nuestra visión del mundo y la visión que el mundo tiene sobre nosotros”.
Sabedora de la fuerza de tener un estilo identificable, una silueta inconfundible, un uniforme personal, Lebowitz ha creado el suyo igual que Anna Wintour, Grace Coddington, Hamish Bowles, Rei Kawakubo, Karl Lagerfeld… También catedráticos de la marca personal.
De pies a cabeza. Su melena es tan trazable como la de Lynn Yaeger o Suzy Menkes, sus gafas redondas de carey Calvin Klein tan reconocibles como las de Woody Allen. Con estos dos elementos ha bastado para el cartel de la serie.
De cintura para abajo es acción, es Oeste: Levi’s 501 de clásica tintada azul con el bajo vuelto dirigiendo las miradas a sus impecables botas de cowboy, probablemente hechas en Texas por Miron Crosby (se lo guarda en secreto).
De cintura para arriba es precisión, elegancia: cumple la máxima de la enigmática fotógrafa Vivian Maier (elegía camisas de hombre porque la confección era mejor) y Marlene Dietrich. Lleva siempre camisas de Hilditch & Key y chaquetas de Anderson & Sheppard en Savile Row, la meca del tailoring masculino. Mención especial para sus gemelos de oro de Alexander Calder, valorados en 50.000 libras según ‘The Guardian’.
En los eventos de alfombra roja, Lebowitz elige con coherencia: esmoquin y el golpe de efecto lo da subida a sus Manolo Blahnik, los únicos zapatos de tacón que acepta en su armario. Con este uniforme ingresó en la lista internacional de los mejor vestidos de ‘Vanity Fair’ de 2017. Le gusta aparecer en la lista, aunque si hubiera sabido que la gente iba a votarla, se habría presentado a alcaldesa. Reconoce que preferiría ser alcaldesa.
Opinadora profesional, se queja de que Nueva York antes era una ciudad mucho más a la moda. Paseante incansable de la Gran Manzana, detesta ver a la gente transportando a todas partes las esterillas de yoga enrolladas. No es periférico, ¡un tercio de los neoyorquinos tienen esterilla!
La ropa fue el motivo por el que en 1971 asistió a la pelea entre Muhammad Ali y Joe Frazier. “Todo el mundo iba arreglado. Era mejor que cualquier desfile al que puedas ir ahora. Era un maravilloso evento cultural y de moda. Desafortunadamente, había una pelea en medio”. Le cuenta a Spike Lee. “Existía todavía una enorme cultura del chulo en Nueva York. Había proxenetas por todas las calles. No puedes imaginar cómo vestían”. Mientras Lebowitz habla, las imágenes de los asistentes enfundados en exuberantes abrigos de piel y magníficos sombreros le dan la razón.
También está cansada de ver tendencias recuperadas del pasado una y otra vez: “Probablemente he visto los zapatos de plataforma volver tres veces. Me sorprende cuando algo que era malo desde el principio vuelve. Es como si cada cuatro años Richard Nixon volviera a ser presidente”.
Ha entrenado el ojo a pie de calle, en las fiestas más glamurosas de la ciudad y en el front row de los grandes diseñadores de la Semana de la Moda de Nueva York. En una entrevista reciente afirmaba disfrutar de los desfiles. “¿Qué podría ser más perfecto que un desfile de moda? Siempre me ha interesado la ropa… Por eso ya no voy a la Semana de la Moda, porque no se trata de ropa”.
3qo5ta