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Eutanasia en Chile: la vida de los otros

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La preocupación moralista por regular la vida privada de los otros no es nueva en Chile. En 1999 tuvimos una discusión que hoy percibimos como medieval: si debía el Estado continuar penalizando las relaciones sexuales entre dos hombres adultos. Un grupo de senadores se opuso tenazmente sosteniendo que era “antinatural”, “anormal” y que se conduciría a una “relajación moral” al permitir que dos adultos, en el ámbito sexual y reproductivo, hicieran con su cuerpo lo que les pareciera mejor.

En tiempos en que en el Congreso se debate una ley de eutanasia, vuelven estos mismos argumentos respecto a un tema que solo concierne al individuo: su propia muerte. Argumentos como que esta es contraria a la naturaleza o incluso opuesta al “ethos” mismo de la medicina, han sido esgrimidos estas semanas por distintos políticos y columnistas.

Las razones para legislar respecto a la eutanasia y el suicidio asistido son muchas, pero sin duda la principal es el sufrimiento. La medicina ha hecho mucho por aliviar el dolor: la percepción sensorial que tenemos ante un daño real o potencial. Sin embargo, el sufrimiento considera no solo lo sensorial, sino también el sentimiento global que embarga a la persona ante una enfermedad.

Así como hay enfermedades con poco sufrimiento pero que producen un gran dolor, como un cálculo en los riñones, existen otras donde no hay dolor pero el sufrimiento es profundo. Un buen ejemplo sucede en el relato de La Escafandra y la Mariposa, donde un hombre que padece un accidente vascular pierde la movilidad de todo el cuerpo y solo puede comunicarse parpadeando un ojo. No tiene dolor, tampoco fecha de término para su condición y esta solo puede empeorar. Y a pesar de los mejores cuidados médicos, sufre profundamente.

Ante dicha situación, pueden existir dos alternativas igualmente legítimas: considerar que vale la pena vivir así o, por el contrario, que una vida en tales circunstancias no merece ser vivida. La eutanasia no está para que terceros decidan qué condiciones hacen la vida vivible, sino para que en una situación límite de sufrimiento, quienes así lo desean, puedan elegir morir como remedio último a sus padecimientos.

Se argumenta que la eutanasia sería “antinatural”. La verdad es que esta es una característica no solo de la eutanasia, sino de toda la medicina. Hoy en día una persona puede vivir con un corazón mecánico y tener la función de su hígado y riñón reemplazada por dos máquinas. Hace rato que la medicina de nuestro tiempo, mientras pueda, le tuerce la mano a la naturaleza, usando métodos cada día menos naturales. Aceptar que solo debemos recurrir a lo “natural”, implicaría el absurdo de simplemente dejar de practicar la gran mayoría de las intervenciones médicas y habría millones de muertes naturales por neumonía o apendicitis

Asimismo, algunos columnistas estos últimos días han sostenido que la eutanasia va contra el “ethos” o sentido de la medicina, queriendo explicar algo más simple: que va contra sus propias convicciones morales. El Suicidio Asistido y/o la Eutanasia es legal en Australia, Nueva Zelanda, Colombia, Bélgica, Holanda, Luxemburgo y el estado de Oregon, entre otros. En estos lugares, el personal de salud continúa dando atención médica, pero bajo un “ethos” distinto, que no cree solamente en la mantención de los signos vitales a todo evento, sino en un paradigma que busca acompañar a las personas desde su nacimiento hasta el final de sus días, respetando sus decisiones respecto a cómo vivir y a cómo morir.

Para cerrar, citaré al filósofo Séneca: “La muerte no viene toda a la vez”. Todos los días el hombre muere un poco, de tal modo que todos los días podemos decir que nos queda un día menos. Al aprobar una ley de eutanasia, lo que permitimos es que las personas puedan elegir libremente respecto a esa última muerte, la que llega en el día final. De este modo, lograremos que en Chile podamos decir con propiedad que, a pesar de muchas limitaciones, aquí se es libre desde el nacimiento hasta la muerte.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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