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El nuevo Lomu no quiere ser Lomu

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Son ya unos cuantos los que han soportado la pesada etiqueta del “Nuevo Lomu” en el rugby neozelandés. El primero, Joe Rokocoko, me explicó lo que significaba este desafío tomando unas pintas en el James Joyce de la madrileña calle Alcalá hace unos meses: “Cuando te cuelgan la etiqueta, todos buscan cosas de Jonah en ti en cada movimiento y tú sabes que jamás estarás a la altura de su figura y su legado. Así que lo mejor es que asumas lo antes posible que no vas a cumplir las expectativas. Lomu trascendió al rugby. Y al deporte”.

Roks, de 1,90 y 104 kilos por los 1,94 y 120 kilos de Lomu, pisaba Madrid para presentar el partido que medirá a España con los Classic All Blacks en el Wanda Metropolitano el próximo 8 de mayo. El fidjiano hizo un buen trabajo pese a saber que nunca cumpliría las expectativas. Joe, que consta en la lista de honor como el All Black número 1.032, vistió la camiseta, recibida de manos del mismísimo Lomu, en 69 ocasiones y posó 46 ensayos. No mucho después emergió la figura de Julián Savea, apodado ‘El Autobús’ (1,92 y 108 kilos), que firmó 46 ensayos en 54 test. Una estadística deslumbrante para el All Black número 1.111, pero su ética de trabajo no cuadraba con la del seleccionador. Acabó en Europa, después, eso sí, de ganar el Mundial de 2015 en Inglaterra y protagonizar una jugada lomunesca atropellando a varios franceses en cuartos.

Jonah Lomu, cuando se encontraba en activo. (Reuters)
Jonah Lomu, cuando se encontraba en activo. (Reuters)

Esta semana se ha producido la explosión del Lomu 3.0. El nuevo elegido es Caleb Daniel Clarke, 21 años, 1,85 y 107 kilos y para siempre el All Black número 1.187. Caleb pertenece a una estirpe de All Blacks, ya que su padre Eroni vistió la camiseta kiwi entre 1992 y 1998. Precisamente junto a Lomu, lo que hace a Clarke diferente al resto porque Jonah es parte de su historia: “Fue una pieza importante de mi infancia y de la carrera de mi padre. Cuando murió, mi padre quedó tocado por su pérdida. Creo que tengo una responsabilidad mayor al ponerme su camiseta”. Eroni y Jonah eran muy amigos, tanto que el padre de Caleb ayudó a organizar su funeral.

Caleb es un jugador con unas condiciones exuberantes criado lejos de los focos y que vive con naturalidad la práctica del deporte. “Mi papá me metió en atletismo. Quería enseñarme a correr correctamente y eso ha sido muy bueno para mi rugby. Estoy orgulloso de haber ganado el título de Auckland en 200 metros y de ganar los 100 y 200 en Auckland contra Nueva Gales del Sur en Sídney cuando tenía 11 años”, recuerda. Esa naturalidad inculcada por su padre llevó al chico a pasar por todas las etapas formativas del rugby kiwi sin saltarse ningún escalón. Exhibió su potencia en el rugby universitario ganando el Campeonato Nacional de 2016 con Mt Albert Grammar. En 2017 se proclamó campeón del mundo con Nueva Zelanda Sub-20, en 2018 conquistó la Mitre 10 con Auckland y en 2019 formó parte de los All Blacks en las Series Mundiales de 7. En este 2020 estaba previsto que se colgara alguna medalla en los JJOO de Tokio con la selección de 7, pero la Covid lo impidió y a cambio ha añadido dos muescas más en su revólver: su aparición en el Súper Rugby con los Blues y su debut con los All Blacks.

Sin embargo, Caleb es mucho más que un jugador físicamente devastador. Habla Andrew Merthes, el Mago, quizás el apertura más talentoso que haya vestido la camiseta número 10 de los All Blacks: “Tiene una aceleración fenomenal, saca sus piernas de los placajes rivales y es muy difícil de derribar físicamente. Pero además, Caleb es muy buen distribuidor porque viene de jugar de centro en los Baby Blacks y posee grandes fundamentos por haber jugado al 7. Eso hace que sea muy difícil de parar para la defensa rival porque tienes a un jugador enorme corriendo hacia ti, destrozando cortinas defensivas y buscando generar ventaja para él ¡y para sus compañeros! Puede ser un finalizador devastador o un generador de juego que gana continuamente la ventaja”. Un mutante, a ratos Michael Jordan y otros Magic Johnson.

Caleb, en una imagen frente a Australia a inicios del 2020. (EFE)
Caleb, en una imagen frente a Australia a inicios del 2020. (EFE)

Fuera del campo Clarke es un chico normal. Horas antes de conocer que sería titular en su Auckland natal, ante su gente y con la camiseta de ‘su tío’ Lomu, se sentó en el piano del hotel y se arrancó ante el asombro general. Se conocían las aptitudes musicales de Mo’unga y Tu’inukuafe, pero no las de Caleb. No es un virtuoso, pero como confesó luego, “en el confinamiento aproveché para aprender a tocar canciones en el teclado de una compañera de la selección femenina de 7”. Cuando segundos después su nombre fue confirmado en el XV de los All Blacks, “sentí que mi estómago se volvía del revés y tuve que pedir permiso a un entrenador para ir al baño. Lo que más me llamó la atención es la emoción de jugar con una camiseta tan especial. El número 11 lo vistió Jonah, pero también muchos otros grandes jugadores de los que me ha hablado mi padre… No voy a olvidar ese momento”. Nada más conocer la noticia envió un what’sApp a Eroni contando la buena nueva. Al salir de la reunión telefoneó a sus padres y a sus abuelos “emocionado, realmente orgulloso. Fue increíble poder contárselo a ellos”.

Caleb fue fiel a su rutina antes de estrenarse como titular en los All Blacks ante Australia. Ya había experimentado lo que era vestir esa camiseta una semana antes jugando unos minutos, pero ahora salía de inicio. Anotó sus tres objetivos para el partido en un papel en el hotel antes de ir al estadio: “Ganar la línea de ventaja en las carreras, trabajar duro sin balón y comunicarme bien con los compañeros. Si lo hago, sé que acabaré feliz”.

Y una vez en el vestuario Clarke honró el legado de quienes le inculcaron el amor por este deporte. Uno de ellos uno de sus abuelos, que murió a principios de este año, pocas horas antes de un partido de Super Rugby contra los Highlanders. “Siempre me vendo la muñeca antes del partido. Escribo MT, en recuerdo de mi compañero Mikey Tamoaieta, que falleció el año pasado, y debajo escribo el de mi abuelo. Las personas en las que siempre pienso”.

Ian Foster, el seleccionador neozelandés, sigue maravillado con una cosa de Caleb: “Me encanta el hecho de que tenga esa gran sonrisa siempre. Sólo quiere salir a divertirse al campo”. Y eso en un entorno competitivo de élite es complicado de encontrar. Son muchos los que llegan a los All Blacks avalados por su físico devastador, pero “hace mucho que no vemos a un joven que transmita tanta calma y se lo tome con tanta naturalidad como él”, apunta el capitán Sam Cane.

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