Un libro sobre el suicidio del presidente José Manuel Balmaceda y sus interpretaciones políticas acaba de publicar el académico Mario Fabregat Peredo.
Se trata de “El cadáver de Balmaceda” (2021, RIL Editores), que aborda un proceso de la historia de Chile que se inicia en 1890 con la acusación de enfermedad mental o locura del presidente Balmaceda, continúa con el estallido de la guerra civil en 1891 y concluye con el suicidio del mandatario.
“La investigación se encuadra cronológicamente en estas temáticas, desde el siglo XIX en adelante, pero que de algún modo reflejan situaciones propias de la sociedad actual, como la discriminación y la lucha por el poder político”, explica el autor.
Interpretaciones políticas
Según cuenta el texto, para el bando congresista, autodenominado “constitucionalista”, el suicidio comprobó la culpabilidad criminal de Balmaceda. En cambio, para sus partidarios era el reflejo del comportamiento heroico del mártir que entregó su vida al servicio de la patria.
Fabregat incorpora la visión de la Iglesia Católica y del Código Penal para intentar comprender las concepciones que entonces, y aún ahora, determinan las consideraciones sobre los actos humanos límites como el suicidio.
El libro se estructura en tres partes (Locura, Suicidio y Muerte), representativas de tres etapas que al propio presidente Balmaceda le acontecieron, comenzando por la acusación de locura en 1890 y luego los juicios sobre su mandato y muerte, que se cierran cronológicamente en 1921.
El castigo al suicidio
El autor cuenta que la obra forma parte de las investigaciones históricas que viene realizando como académico del Departamento de Ciencia Sociales de la Universidad de La Frontera, sobre aspectos de la Historia de Chile poco trabajados, como las representaciones sociales frente a la muerte, el suicidio y la enfermedad mental.
“El suicidio es un fenómeno humano altamente castigado por la sociedad, donde se cruzan elementos religiosos, morales, jurídicos y mentales. Sin embargo, la apreciación sobre el suicidio cambia cuando se trata de personajes que han ocupado cargos públicos”.
Para Fabregat, si quien detenta la magistratura presidencial, se mata, el impacto es mucho mayor, precisamente porque el suicidio se entiende como un acto límite, a veces desesperado, a veces inevitable, lo que hace surgir preguntas sobre las causas de la determinación.
“¿Balmaceda estaba loco, por lo tanto, enfermo; o estaba iracundo y derrumbado anímicamente? Más bien estas eran las interpretaciones de sus detractores. En cambio, sus partidarios, de algún modo ‘limpiaron’ el acto suicida convirtiéndolo en algo noble, valiente, un acto de donación, de entrega, construyendo con eso la figura del Balmaceda mártir que, de pasada, borra todos sus defectos”, remata.
Chile maniqueo
A Fabregat la figura de Balmaceda le sirvió, por una parte, para trabajar historiográficamente la forma en que la muerte en general conmueve a la sociedad.
“También me permitió observar las reconstrucciones sociales sobre los principios binarios de Bien y Mal. La juventud y la lozanía están del lado del Bien; en cambio, la enfermedad y la muerte están del lado del Mal”.
En ese sentido, el suicidio, que es la muerte por mano propia, “se torna incomprensible para la sociedad cristiana como la chilena”.
“Derechamente se considera un pecado, un mal. Sin embargo, en el libro se analiza la defensa que realizó de Balmaceda el sacerdote vicario de Ovalle, Francisco de Borja Guerrero, en 1895, y que le costó la expulsión (sanción ad divinis). Guerrero era cura, pero también liberal, acérrimo partidario político de Balmaceda. Sobre su muerte, señaló que ‘no fue suicidio, sino que sacrificio'”.
Después de su muerte, Balmaceda fue tildado por sus opositores de cobarde, insano, tirano, egoísta y traidor.
“Quien más lo atacó fue el diputado liberal, Julio Zegers, también abogado del llamado Rey del salitre (T. North). Lo acusó de errático, inseguro, que podía estar afectado de un mal mental que lo incapacitaba para ejercer el cargo de Presidente. Incluso llegó a decir en la Cámara de Diputados, que Balmaceda podía estar hipnotizado y dirigido en sus acciones”.
A nivel macro, la disputa política giraba en torno al presidencialismo del mandatario versus el poder del Congreso. “La oligarquía quería acabar con un sistema en el que no podía gobernar de manera absoluta, de allí el interés por derribar a Balmaceda”.
La analogía con Allende
El historiador recuerda que con la muerte de Balmaceda además termina la llamada República Liberal y se da inicio a la República Oligárquica o Parlamentaria. “La Guerra Civil y el suicidio son realidades y metáforas de la vida y la muerte”, reflexiona Fabregat.
Al ser consultado sobre si este caso puede ser comparado con el caso del presidente Salvador Allende, dice que con su muerte “ocurre algo estructuralmente similar”.
“Se pone fin a un proyecto político democratizador y se da inicio a una dictadura. La tragedia del 11 de septiembre de 1973 es la imposición de la cultura de la muerte y la violencia en nombre de la defensa de la patria”, analiza.
“La oligarquía chilena hizo uso de lo que Max Weber llamó ‘la seriedad de la muerte’. Frente a la clausura del diálogo y el bombardeo de La Moneda, Allende entrega su vida”, dice.
El historiador añade que sobre este punto la discusión sigue abierta, y se discute un posible homicidio.
“Esto nos permite retornar a la discusión inicial sobre el suicidio. Por supuesto que es importante saber si la muerte del presidente Allende fue la una o la otra, pero eso no cambia la bizarría de haber muerto ejerciendo su magistratura”, concluye.
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