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El Día de Acción de Gracias más atípico

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No hay fiesta más sociable en Estados Unidos que el Día de Acción de Gracias, cuando medio país coge el coche o se sube al avión para comerse el pavo en familia y reencontrarse con los suyos en largas sobremesas aderezadas con fútbol americano en televisión. Pero este no será un ‘Thanksgiving’ normal. La pandemia de coronavirus ha puesto a millones de estadounidenses ante el dilema de proseguir con sus planes habituales o quedarse en casa evitando los desplazamientos, como han recomendado enfáticamente las autoridades sanitarias. Todo apunta a que los viajes se reducirán significativamente, pero menos de lo que reclaman los expertos. El pasado fin de semana, los aeropuertos registraron el segundo mayor número de desplazamientos desde que comenzara la pandemia. 

La celebración llega en el peor de los momentos posibles, con la transmisión del virus descontrolada, el invierno a la vuelta de la esquina y una población agotada tras meses de restricciones. Donald Trump ha suspendido sus planes para viajar hasta Mar-a-Lago, donde suele pasar el Thanksgiving, y lo celebrará esta vez en la Casa Blanca. También se quedará en su residencia habitual Joe Biden, quien celebrará los fastos tan solo con su mujer, su hija y el marido de esta. “Amércia no va a perder esta guerra”, dijo el miércoles el nuevo presidente electo en un discurso de Acción de Gracias en el que pidió a los estadounidenses que agradezcan su sistema democrático y sigan las recomendaciones de las autoridades sanitarias. “Nos lo debemos los unos a los otros, es nuestra obligación patriótica”, añadió  para marcar distancias nuevamente con su predecesor. 

Desafío hercúleo

El desafío, sin embargo, es hercúleo. Por primera vez desde agosto, se han superado los 2.000 muertos diarios y casi todos los días se baten récords de contagios. Rondan los 175.000 nuevos positivos al día, un 43% más que la media de las dos semanas anteriores, cuando se registraron más de dos millones de infecciones. Los casos suben en 48 de los 50 estados del país. Solo Hawái y Iowa se salvan. Y los hospitales vuelven a tener problemas para acomodar nuevos pacientes. 

Actualmente hay casi 90.000 personas ingresadas por el covid-19, una cifra sin precedentes desde que comenzara la pandemia, según el Covid Tracking Project. Estados como Pensilvania han advertido que podrían quedarse sin camas de UCI en una semana. “No podemos inventarnos los médicos ni crear de la nada enfermeras para que se ocupen de los pacientes”, decía esta semana entre lágrimas una doctora de Minneapolis a la CNN. “Estamos muy asustados de lo que puede venir”.

Las autoridades sanitarias insisten en que las reuniones familiares bajo un mismo techo son una de las principales fuentes de contagio y han pedido a la población que no se desplace, que restrinja al máximo las reuniones o tome como mínimo precauciones. Recomiendan que se coma al aire libre, que los comensales lleven su propia comida, cubiertos y platos o que se utilicen contenedores desechables para las viandas.

Soluciones creativas

“La gente debería saber que está poniendo en peligro a sus familiares y a ellos mismos”, decía esta semana el doctor Anthony Fauci. Son millones los estadounidenses que seguirán sus recomendaciones, resignados a echar manos de soluciones creativas. Desde conexiones con Zoom para compartir virtualmente la comida con la familia a celebraciones en porches y jardines con pequeños grupos de vecinos y amigos que reemplazarán a los parientes distantes. En los últimos meses se ha disparado la venta de calefacciones exteriores y fosos para hacer fogatas, dos de las soluciones más recurrentes para seguir haciendo vida de puertas afuera en plena bajada de las temperaturas. Pero las actitudes de la población difieren enormemente según las latitudes, una de las consecuencias de la feroz politización de esta pandemia. 

Como pudo comprobar este diario durante la reciente campaña electoral, en las regiones mineras de Pensilvania o las zonas industriales de Ohio muy pocos utilizaban la mascarilla, ni siquiera dentro de los comercios o de las oficinas gubernamentales. Justo lo contrario que en los barrios más pobres y negros de Milwaukee (Wisconsin), donde todo el mundo la llevaba. Pero ahora la pandemia está tan descontrolada que hasta los gobernadores republicanos más reacios a recomendar el uso de la mascarilla han cambiado de cantinela para prescribirlas a golpe de ordenanzas. Y es que hace mucho que esta dejó de ser una epidemia urbana. Dakota del Norte es desde principios de septiembre el estado con más contagios por cápita del país, que acumula más de 12 millones de positivos y casi 260.000 muertos por el covid-19. 

Padres trabajadores

“Espero que no tengamos que arrepentirnos y decir que, si hubiéramos hecho las cosas de forma diferente en este ‘Thanksgiving’, miles y miles de personas seguirían con nosotros”, dijo esta semana el gobernador republicano de Kentucky, Andy Beshear. La población en cualquier caso está cansada de los continuos volantazos de sus políticos y de unos criterios que no siempre parecen tener sentido. La mayoría de colegios del país están cerrados desde marzo para desesperación de millones de padres trabajadores, pero ha reabierto con algunas limitaciones los restaurantes, los bares o los gimnasios. 

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