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Decir que “no” es bueno

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Como un proceso “imperfecto y real” en su discurso de cierre calificó el vicepresidente de la Convención, el proceso constitucional. Efectivamente podemos afirmar que somos todos “imperfectos y reales”, pero lo que los chilenos esperábamos de este proceso democrático, político, administrativo, representativo, algo mucho más que “imperfecto”. ¿Acaso no siempre intentamos alcanzar la eficiencia y “perfección” o, en otras palabras, evitar las falencias, las fallas, los vicios, las injusticias, para crear satisfacciones y logros? Las “perfectas imperfecciones” son para la poesía, no para la política ni sus procesos normativos para la sociedad y su correcto funcionamiento.

Aquí algunos están intentando disfrazar lo caótico y negligente con la sutil descripción típica de la raza humana “la perfección no existe”. Durante la ceremonia de cierre de la Convención se citó también al poeta Raúl Zurita, cuando señaló que “tenía que ser caótico, para ser esplendoroso”. Nos sumergimos en un juego de palabras adornados por contradicciones vacías, que carecen de sentido real absoluto. No es requisito de lo magnífico ser mediocre, así como no es necesario el caos para el esplendor. Solo sirve como instrumento para desenfocar la atención de lo que fue algo realmente caótico, poco ético y negligente, cuando debiera haber sido un proceso constituyente por el cual sentirnos orgullosos, una oportunidad  que desaprovechamos, que debió ser intachable, admirable y respetable.

Con 388 artículos en 11 capítulos, su extensión llama la atención, más si la contrastamos con los textos de potencias como Estados Unidos e Inglaterra. La propuesta de nueva Constitución, en cambio, se asimila más a las de las naciones bolivarianas. No se trata de cómo queremos ser, sino de donde queremos llegar.

Esta propuesta de constitución traería grandes cambios. “Bienvenides y empoderades” sean las minorías sobre las mayorías; adiós a la propiedad privada, al Senado, al valor del peso como lo conocimos. Sin embargo, seguirán subiendo tasas para controlar la inflación y continuará la presión al alza de la moneda internacional, sin que la mayoría sepa que cada día somos más pobres y que tenemos menos disponibilidad real a pagar por cosas, porque la profunda falta de educación financiera lleva a una votación y elección irracional y desinformada.

Se pena la discriminación, se alaba la inclusión al imponer modismos verbales, pero se olvida la inclusión social del discapacitado, del que se moviliza con ruedas para poder vivir, del que aprendió lenguaje de señas para poder comunicarse, del que tuvo que aprender un lenguaje nuevo para poder comprender y expresarse. Se habla de discriminación, pero olvida que la categorización y el afán separatista que crea soledad y resentimiento, que el clasificar a la sociedad entre los “privilegiados” y los “sacrificados” y/o “olvidados” sólo acentúa e intensifica la crisis política y social que estamos viviendo.

Mostramos al mundo lo contrario que muchos constituyentes creen. Ya nadie espera con “asombro” y “esperanza” el resultado de este nuevo borrador. Dejaron de esperar por desconfianza y decepción, dejando claro que lo que debería haber sido un hecho histórico, inclusivo, diverso, inédito, se transformó en un circo de batalla de poderes fácticos, donde las ideas propias quieren prevalecer por sobre el bien colectivo y donde se sigue ninguneando y desvalorando la historia política y democrática del pueblo que tanto nos ha ayudado a crecer como nación y nos instala -(o instalaba- hasta hace poco), en uno de las mejores posiciones de desarrollo económico y social de Latinoamérica.

“La constitución perfecta no existe, esta no es la excepción”, decían. Por cierto que es así, pero deberíamos acercarnos, al menos, hacia la ilusión de perfección, y no alejarnos voluntariamente de ella.

Se necesita llegar a un consenso de ciudadanos con intereses comunes, bandera, símbolos patrios y valores compartidos. Un consenso que proteja la libertad de expresión, de opinión y de elección, sin la imposición de restringir las opciones de representatividad según sexo, etnia y/o orientación sexual. Es con libertad y respeto que podremos convivir bajo la misma serie de reglas y normas. Una vez que aprendamos a dejar de discutir sobre ellas será cuando podremos vivir aceptándolas y velando por el cumplimiento en responsabilidad que inspiran.

Estamos haciendo uso del preciado poder de redactar nuestro futuro, cumpliendo la soberanía que nos da capacidad para escribir nuestras propias reglas, pero el poder muchas veces es peligroso: cuando de usa de manera incorrecta e irresponsable. Es tarea de cada uno informarse e instruirse sobre la veracidad de mucho de lo que se discute, ya que aprobando y avalando esta nueva expresión de poder, podría llevarnos a un callejón sin salida, oscuro, húmedo, del que es preferible arrancar diciendo “No” a la invitación a entrar.

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