En estas semanas, como todos los años, los equipos de los establecimientos educacionales se encuentran cerrando el año escolar y planificando el año 2021. A diferencia del 2020, en el que a poco tiempo de comenzar dimos un vuelco inesperado a la escolaridad, esta vez tenemos en nuestros cuerpos la experiencia vivida este año. A pesar de los recientes avances de la medicina para controlar la pandemia, lo más probable es que, por lo menos el primer semestre, el aprendizaje presencial no pueda ser retomado completamente, y que tengamos que llevar a cabo una combinación de clases presenciales y remotas. Desde nuestra experiencia como Fundación Escuela En Acción, acompañando y asesorando a escuelas durante este año, proponemos algunos puntos que consideramos centrales en la planificación del año 2021, y que pueden servir para orientar a las comunidades educativas: estudiantes, docentes, equipos directivos y apoderados.
No hay duda de que el trabajo de los y las docentes es fundamental para el aprendizaje de los y las estudiantes. Sin embargo, un problema persistente en el sistema educacional es la sobrecarga laboral de los y las docentes, quienes tienen que realizar un sinnúmero de tareas que van más allá del trabajo en las aulas. Este año, en muchos casos esta sobrecarga aumentó aún más. Una estrategia organizacional efectiva para abordar esta situación es promover el trabajo colaborativo entre docentes. Si es que este trabajo es coordinado y tiene un foco pedagógico, tiene el efecto de disminuir la carga de trabajo individual de los y las docentes, y no sólo eso, si no que además abre la puerta a la posibilidad de integrar los conocimientos entre las distintas disciplinas, lo que a su vez promueve la contextualización de los aprendizajes a fenómenos y problemáticas del mundo real. Por otro lado, la integración de disciplinas puede también servir para disminuir la carga de trabajo de los estudiantes y otorgarle mayor sentido al aprendizaje, ya que en vez de responder a múltiples tareas asignadas por los docentes de cada asignatura que no tienen relación entre sí, pueden trabajar en proyectos que tienen un hilo conductor.
La colaboración entre docentes requiere una forma diferente de organizar la escuela. Este año muchas instituciones educativas aprovecharon la oportunidad de repensar su organización para enfrentar los desafíos de las clases remotas. Observamos que en aquellas escuelas donde intentaron a toda costa mantener la estructura “tradicional”, es decir, asignaturas separadas centradas en la transmisión de información por parte del docente y los estudiantes escuchando o, a lo más, respondiendo guías, se generó un enorme desgaste en los equipos docentes, en estudiantes y también en las familias.
Para promover la colaboración entre docentes recomendamos a los equipos directivos instaurar horarios de trabajo interdisciplinario, donde se planifique en conjunto y se analicen los avances en el aprendizaje. En un principio esto puede ser difícil, pero una vez que se pone en práctica, la dinámica de la escuela cambia profundamente, ya que dejamos de concebir el conocimiento de manera aislada y estática. En este mismo sentido, para abordar el desafío de enseñar durante este año, muchos docentes se dieron cuenta de que tenían mucho que aprender de los y las estudiantes. ¿Por qué no abrirse a que sean los estudiantes los que enseñen al profesorado sobre el contexto en el que viven, sobre las aplicaciones digitales donde interactúan y sobre los lenguajes con que se comunican? Este año quedó aún más de manifiesto que pensar que el aprendizaje se reduce solo a los libros de texto y a lo que nace de los y las docentes está más que obsoleto.
Un desafío crucial durante este año, y que se mantendrá o incluso puede profundizarse el próximo, consiste en involucrar a los y las estudiantes con el proceso de aprendizaje. Un paso importante fue el proceso de priorización curricular, ya que permitió a las escuelas ver el currículum de una forma más flexible, y más proclive a la adaptación de los objetivos a cada realidad. Esto no quiere decir que debamos bajar los estándares o no preocuparnos por el aprendizaje de todos los estudiantes, sino que es más bien lo contrario: enfocarnos en aquellos conocimientos, habilidades y actitudes fundamentales para la vida de nuestros y nuestras estudiantes. Para continuar avanzando en esta línea, es necesario expandir y complejizar también nuestra visión de evaluación – tanto a nivel local como nacional – incorporando instancias permanentes de retroalimentación a los estudiantes y a las comunidades educativas acerca del logro en el desarrollo de estas habilidades centrales. Teniendo claros los puntos anteriores – qué es lo central en el aprendizaje y cómo monitorear el avance – resulta más fácil la planificación de actividades pedagógicas que sean relevantes para la vida de los y las estudiantes. Desde nuestra experiencia las familias o los entornos son un apoyo fundamental, si el entorno del estudiante puede colaborar recomendamos a los equipos docentes elaborar instrumentos de evaluación (rúbricas, pautas de cotejo, bitácoras) en un lenguaje cercano y entendible tanto por los estudiantes como para las familias.
Otra lección de este año que debemos tomar en cuenta es que es posible incorporar tecnologías con foco en potenciar las interacciones pedagógicas. Aprendimos que no es necesario demasiado conocimiento tecnológico de parte de los docentes ni mucha inversión en recursos. Debería ser prioridad para la política pública acortar la brecha digital, ya que sin conexión a internet ni acceso a algún dispositivo se dificulta el proceso de educación a distancia. Contando con estos elementos y un buen diseño pedagógico se pueden realizar actividades muy enriquecedoras.
Es importante resaltar que proponer los puntos anteriores no busca ocultar las graves falencias de nuestro sistema educacional y las condiciones estructurales y sistémicas que afectan de forma desigual a nuestros jóvenes. Nuestro sistema educativo tiene una tradición de basarse más en el control que en el apoyo. Este año, sin embargo, los mecanismos de control disminuyeron, y al no aumentar significativamente los apoyos, fueron las comunidades educativas las que con su energía, creatividad y profesionalismo sostuvieron el proceso de aprendizaje.
Son muchas y muchos los y las docentes y las escuelas que año a año, a pesar del exceso de control y la falta de apoyo se atreven a impulsar cambios e impactar en las vidas de los estudiantes. Este año 2020 valoramos más que nunca estos impulsos. El 2021 podría ser el año en que estas innovaciones se institucionalicen para transformar el sistema educativo, y es ahí donde la política pública debería centrar sus esfuerzos.
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