Los bosques submarinos de huiro (Macrocystis pyrifera) son una especie “fundacional”, es decir, sienta las bases para que otras especies, a su resguardo, se puedan desarrollar. Atenúan la fuerza de las corrientes marinas y cambian el microclima de su entorno, favoreciendo un ambiente estable y tranquilo. Invertebrados y mamíferos encuentran en estos bosques protección y alimento.
Son, además, bioindicadores del cambio climático. Son muy sensibles a las perturbaciones provocadas por este fenómeno, y si estos bosques desaparecen, las especies que viven bajo su alero también lo harán o se verán obligadas a migrar en busca de otro hogar.
Es por eso que el Centro de Investigación Dinámica de Ecosistemas Marinos de Altas Latitudes (IDEAL/UACh) investiga estos bosques en la Patagonia Sur, de la mano del ingeniero en acuicultura y candidato a doctor Mauricio Palacios, quien ha dedicado su doctorado al estudio de este especie.
Palacios explica que lleva trabajando en este tipo de ecosistemas desde 2004. “Y en particular en esta línea de investigación, que tiene que ver con la fisiología de este tipo de alga, hace cinco años”.
Fácilmente, explica, estas especies “pueden sobrepasar los 70 metros de longitud, y llegar a pesar 200 a 250 kilos. “Si lo comparamos con los bosques tropicales, son dos veces más grandes. Además, son mitigadores de muchas perturbaciones”, señala Palacios.
“Los bosques de algas pardas o huirales son bosques de un grupo de algas que se llaman laminarias, que son las más grandes. Tienen un rol ecológico muy importante”, explica Miguel Pardo, biólogo marino y magíster en ciencias del mar de la Universidad Católica del Norte.
Entre sus “ramas” también nadan mamíferos marinos como lobos de mar y chungungos. Incluso ballenas y delfines utilizan este lugar como zona de “sociabilización”.
Es el grupo más importante, “en cuanto a abundancia y en cuanto a cobertura y distribución a nivel global. Es un alga que está presente en el extremo norte, en el Polo y en el extremo sur, hasta Cabo de Hornos y ciertos límites de Puerto Madre”, establece Palacios.
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Todo lo que vive adentro, es un ambiente confortable para diferentes grupos de invertebrados y mamíferos marinos. “El objetivo es tratar de sopesar la importancia de estas estructuras comunitarias en estas grandes ecoregiones y tratar de determinar cuál es su rol frente al evento de cambio climático”, añade Palacios, también académico de la Universidad de Magallanes.
Se les llaman ingenieros ecosistémicos. “Crean hábitat, lo que ayuda a un sinnúmero de organizamos que viven asociados a estas grandes macroalgas. Verdaderos bosques submarinos, un símil de los bosques terrestres”, señala Palacios.
Existen distintos tipos de experimentos con huiros, “uno es marcaje para ver cuánto crecen, otro son experimentos de remoción para ver el impacto de la pérdida de los bosques, así como también un muestreo que llamamos succión de fondo, que a través de un aparato puedes extraer 0,25 m2 del fondo del interior del bosque, y puedes analizar pequeños juveniles y reclutas que son estos individuos que recién se incorporan al fondo”, explica Pardo.
Las aves marinas se alimentan de pequeños invertebrados que viven en sus láminas (equivalente a las hojas de un árbol), que flotan en la superficie del mar. Son área de reproducción para centollas, erizos rojos y erizos enanos, ostiones del sur, pulpos y calamares y son la “sala cuna” de pequeñas jaibas, centollas, cangrejos, erizos, lapas, locos y peces.
Por efectos del cambio climático, “en algunas zonas se han visto extremadamente afectadas, debido a un aumento de la temperatura superficial, y en algunas zonas (como Australia), han ocurrido eventos muy recurrentes de aguas cálidas, por lo que han llegado a desaparecer. La cobertura disminuyó”, señala Palacios.
En Chile se han logrado adaptar y resistido al cambio climático, aclara Palacios.
Los bosques de huiro más extensos del planeta (medidos en km²) se encuentran en el hemisferio norte (al sur de la costa de California) y en la zona austral de Chile y Argentina. Se distribuyen desde Arica al Cabo de Hornos.
Desde la costa hacia el mar, pueden cubrir superficies de hasta cientos de metros. Y de norte a sur, forman cordones continuos de bosques paralelos a la costa, que pueden alcanzar hasta 6 kilómetros de extensión.